XIII

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Elisabeth
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Huir de mis responsabilidades, ¿Estoy huyendo de ellas realmente? ¿No puedo tener un sueño y querer cumplirlo?

Eres de la realeza y tienes que actuar como tal

¿Y qué si no quiero actuar como tal? Comer con los cubiertos correctos, no hablar de manera exagerada o vulgar, no salir a divertirse, estar todo el tiempo atendiendo al reino. No quiero tener esa vida.

Después está él, que me hace querer mucho menos ser reina, y luego está Rusia, ¿debo dejar mis sueños por el amor? ¡No!, no dejaré ir esta oportunidad por el amor, a pesar de que me destruya el no verlo, ni tocarlo y mucho menos hablar con él.

Estos últimos días ha estado todo relativamente silencioso, mi padre con sus deberes al igual que mi madre, mi hermana distraída en algún libro como siempre, y yo, quemandome por dentro por no poder verlo. Esta distancia me está consumiendo y lo peor, es que no puedo cortar con ella porque sería muy peligroso. Tener que evitarlo me duele, no hablarle, mucho más. Pero debemos seguir así por lo menos hasta esta noche.

— ¡Inhala y exhala!— decía la abuela Berta mientras Josefina me apretaba el corset— debes verte perfecta para hoy cariño.

La abuela Berta siempre ha sufrido en su hogar, no tiene hijos ni familia, así que yo la ayudo cuando puedo, y esta vez le rogué a mi padre para que la dejara vivir aquí, pero solo la dejó si trabajaba.

— no res...— mi frase fue interrumpida por otro jalón de Josefina a las cuerdas— ¿Es necesario que esté tan apretado?

— lo siento princesa— habló Josefina— órdenes de su padre.

— el príncipe Félix estará aquí— informó abuela Berta— tu padre dijo que debías verte perfecta para tu futuro esposo, recuerda que hoy te coronan como princesa heredera.

Me quedé callada mientras me seguían reduciendo la cintura. Félix y yo tenemos un plan, hoy hablaremos de eso pero, tengo el presentimiento de que algo puede salir mal, aunque no tengo la certeza de lo que podría ser.

— inalha— dijo Josefina a lo que hice caso— suelta el aire— obedecí y ella apretó más— listo, así estás perfecta.

— ¿Cómo puede una princesa estar perfecta sin respirar?— me quejé de lo apretado que estaba.

Sentía que mi pobre corazón estaba a punto de explotar junto con mis pulmones que luchaban por mantenerme viva.

— ¿no voy a morir por esto?— bromeé.

— lo dices como si fuera la primera vez princesa— Josefina se levantó y preparó la crinolina.

Cada vez que había una reunión en el palacio, me envolvían en capas y capas de tul y luego un vestido grande y pesado, pero está vez iba a usar el vestido que yo elegí y no el que mi padre quiere que usara.

Me ordenó que levantara los brazos para ponerme la crinolina, luego de eso la apretó en mi espalda, acto seguido, me puso cuatro capaz de tul, luego una de color rojo.

— ¡no!— ordene— por favor abuela Berta puedes buscar el vestido que me pondré esta noche.

Se levantó y busco un vestido verde esmeralda, con bordados en la parte de abajo y en la parte de la cintura igual, tenía unas mariposas en el cuello, y una gran capa verde un poco más oscuro, las mangas eran largas y en la punta tenía un decorado blanco.

— pero su padre dijo.

— yo llevaré puesto el vestido, no mi padre— interrumpí con un tono serio y cortante— así que me pondrás ese.

Ella siguió las ordenes y cambio la tela rojo por una verde, para luego ponerme el vestido y acomodar cada uno de los decorados, después de eso me acomodó la capa que era muy larga y también tenía unas mariposas bordadas.

La abuela Berta buscó las zapatillas, eran de color verde pero un poco más claro, con tacón y dos mariposas en la parte baja donde quedaban los dedos de los pies.

— falta el maquillaje y estarás lista para salir— informó Berta.

Llevamos más de dos horas aquí y ya me siento sofocada, solo pensar en él me hace sentir mejor. Es lo único en lo que pienso a veces, me lastima no verlo y aunque por ahora no puedo hacerlo, pienso en él como si no hubieran más responsabilidades, ninguna duda u obstáculo.

Me sudan las manos y la piel se me eriza, no sé si es por pensar en él o por las capas de tela que tengo encima.

c'est une putain de torture¹

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Estaba ahí mirándome fijamente en el espejo, viendo cómo cada tela que estaba encima de mi, cubría cada parte de mi cuerpo, el vestido venía a juego con un abanico verde con adornos de mariposas y pequeños arbustos. A última hora, mi mejor amiga me dijo que no vendría, tiene responsabilidades que debe atender.

Supongo que estaré sola, ya casi es la hora de bajar y solo puedo pensar en él momento para quitarme todo esto. Mi familia siempre ha tenido la tradición de que la princesa a ser coronada como la heredera debe tener dieciocho años y ser coronada un día después. Por eso siempre lo hacen a la media noche, son seis horas de tortura, en esta prisión diminuta, tenía algo de hambre. Claramente porque no había comido bien el día de hoy.

—No comas tanto, recuerda que mañana es tu día y debes tener una buena figura.

Recordé a mi madre diciéndome que debo hacer y que debo comer, no podía probar mi pastel hasta mañana por la mañana, debía estar así toda la noche. La verdad no era algo que se me hacía difícil, después de todo, a veces simplemente dejaba de comer por varios días, sobreviviendo con él desayuno, o quizá con la cena, pero nada más.

Toda mi vida he estado en una prisión dorada, en dónde solo soy una moneda de cambio, un objeto, a veces hasta un trofeo, quizá la verdadera razón por la cuál me siento sofocada no sea el vestido solamente, si no la idea de ser reina y renunciar a la poca libertad que tengo, decirle adiós a todos mis sueños y esperanzas, abandonar a alguien que me ha demostrado que no necesitas tener todo el lujo del mundo, alguien que me enseñó que el amor puede verse reflejado en la persona que menos te lo esperas, puedes ser feliz sin tener que fingirlo.