— ¡soy tu padre Elisabeth!— exclamó— y también soy el rey, no me vuelvas a hablar así— suspiró y se acomodó el traje— tranquilízate, y vuelve a salir, te dejaré pasar esto, pero solo esta vez.
Se fue dejándome ahí con la mano en la mejilla, el dolor crecía fuertemente y algo dentro de mi se quebró, no pude llorar, el shock dentro de mi no me lo permitió, mi cabeza comenzó a doler, caminé lentamente a un mueble cercano y me dejé caer en él, mi corazón iba a mil por hora y mi respiración se agitó, nunca creí que mi padre fuera capaz de golpearme.
Me estaba sofocando, tal vez por el vestido, o por lo que acaba de ocurrir, ¿Tanta vergüenza le doy que no puede pasar un simple vestido? La idea de salir me era imposible de visualizar, podía quedarme aquí hasta que él regresara y me golpeara de nuevo, o podía salir y buscar a Carlos, huir de aquí de una vez por todas y no regresar jamás.
«calmate Elisabeth»
Suspiré un par de veces antes de levantarme, arreglar un poco mi vestido y salir con el abanico abierto cubriendo la mitad de mi rostro. Al mirar mi rostro en un espejo del salón me percaté de que mi mejilla seguía roja, así que esto lo cubrirá por un rato.
Mi mundo comenzó a girar de manera rápida cuando por fin ví a Carlos, mi respiración se agitó y una sonrisa se me pintó en el rostro, pensé que no vendría.
Pero esa alegría fue nublada cuando Elena, la chica del violín, lo tomó del brazo y lo llevó a uno de los pasillos solos del palacio. La curiosidad me invadió rápidamente y me acerqué.
— Elena deja de molestar— la voz de él fue lo primero que escuché.
— no podemos terminar así— parecía que ella estaba muy desesperada por él— entiendo que no fui la mejor persona contigo, te quité un par de años, pero yo cambié, crecí, ya no soy la misma Elena que conocías.
— ¡entiéndelo de una buena vez!— era la primera vez que veía a Carlos así de alterado— lo nuestro se terminó hace años, no quiero estar contigo, no voy a estar contigo y tampoco quiero seguir viendo tu cara por más tiempo.
Se fue dejándola ahí parada, sus ojos se llenaron de lágrimas y se dejó caer al suelo.
— ¿Estás bien?— me acerqué lentamente.
— ¡oh!— se levantó y limpió su cara— si, es solo, que, tenía algo en el ojo— se esforzó por hacer una sonrisa, se le notaba el dolor en el rostro— ya casi es el show, debo ir a prepararme.
Hizo una pequeña reverencia y se fue.
¿Qué me estará ocultando? ¿La conoce? ¿Eran algo? ¿Por qué la trató así? Probablemente solo es un malentendido, aunque no es razón para tratar a una persona así, ¿Qué puede ser tan grave como para hablarle tan mal?
Escuché unos pasos apresurados que venían hacia mi.
— ¡hija!— escuché a mi madre— ¡oh! Aquí estás, te he buscado por todos lados, vamos, el show está por comenzar, y son casi las once.
Me fuí con ella pero seguía pensando en lo que ví.
— ay nena ¿Qué te pasó en el rostro?— mi madre se percató del rojo en mi mejilla— te pusieron mucho rubor, vamos, lo arreglaré.
¿De verdad no sé dió cuenta? Mi madre siempre fue muy detallista y nunca le gustó que mi padre nos golpeara, por lo tanto nunca lo había hecho; hasta hoy. Me acomodó el maquillaje y salimos a la sala donde estaban todos los invitados. La chica del violín estaba en un escenario lista para tocar.
— la primera pieza que voy a tocar— comenzó ella— es una petición de la princesa Elisabeth, felicidades por tu cumpleaños y coronación— hablaba con una gran sonrisa, como si aquello nunca hubiera pasado— les presento mi querido público, dance macabre.
Comenzó a tocar, cada nota, cada sonido, me daba tranquilidad, me hacía sentir de la mejor manera, que no había problemas y que nada iba a arruinar eso, que todo lo malo se esfumaba. Con cada nota, mi corazón latía alegremente. La canción, me recordaba lo feliz que era antes, al igual que aquella tarde en Italia bailando con...
Recuerdos vagos vienen a mi mente.
Una colina.
Los caballos.
El carruaje rodando por la colina.
Mis padres heridos y mucha sangre en el suelo.
De pronto me dolió la cabeza.
— ¿Estás bien hija?— preguntó mi padre.
Asentí con una sonrisa forzada, no sabía si me preguntaba por el dolor en mi cabeza o por la bofetada que me había dado unos minutos atrás, pero de ambos, de ambos estaba bien. Solo fue un pequeño punzon en la cabeza.
Aunque, esos recuerdos se quedaron ahí. Italia, ballet, amor. La canción que Elena tocaba me recordaba las noches de Italia, oscuras y frías, junto a... No puedo recordar quien era, era un chico, era muy lindo y atento, algo mayor que yo. ¿Por qué no puedo recordar?
Después de esa, Elena tocó varias piezas más hasta que se hicieron las once y media de la noche.
Lo busqué con la mirada entre el público, al encontrarlo él me miró y asintió, yo copié su acto. Tenía que salir de ahí.
— voy a ir al baño— informé son una pequeña sonrisa.
— muy bien hija pero no tardes, ya casi es hora.
Salí del palacio y me dirigí al laberinto y ahí estaban de nuevo, ellos dos.
— ya te dije que no quiero estar contigo— replicó Carlos.
— tu y yo somos almas gemelas, debes entenderlo— explicó ella con un tono desesperado— te amo Carlos, y yo sé que tú me amas, solo estás confundido.
— me gusta otra persona ¿entiendes?— esas palabras parecieron romper algo dentro de ella, su expresión cambió, ahora era seria y se veía molesta.
— ¡tu eres mío!— exclamó empujandolo contra una de las paredes.
— ¿Estás loca? Suéltame— la empujó haciendo que cayera al suelo.
Yo estaba paralizada en mi sitio, no sabía que hacer, me daba miedo lo que ella pudiera hacerle a él o a mi, mi corazón latía muy rápido.
Ella se levantó rápidamente del suelo, sacó una pequeña cuchilla de su vestido y se lo clavó en el abdomen.
— si no eres mío, no serás de nadie más— dijo empujando lo más que pudo.