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Félix
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Para poder ayudar a los demás debes estar incógnito, oculto entre las sombras, viendo cada movimiento, cada paso, cada minuto, cada segundo. Aunque les dolerá estoy seguro de que lo olvidarán, después de un tiempo aprenderán a vivir con el dolor, y un día, simplemente seré un recuerdo. Félix debe morir para que yo pueda renacer.
Extrañaba la brisa italiana, el sol al mediodía y el calor que cubría cada espacio del lugar, extrañaba mi palacio, a las sirvientas, mi habitación enorme y vacía, llena de desilusión y melancolía, dónde miles de recuerdos yacían en cada rincón, en cada objeto y donde más recuerdos hay es en esa cama, donde mi madre solía cantarme cuando estaba pequeño y tenía miedo de dormir porque según yo, había alguien en el baño.
No solo eran recuerdos bonitos, también habían cosas que la verdad no me gustaba recordar, pero tampoco las quiero olvidar, son parte de mi, así como yo soy parte de cada uno de esos momentos, fuí criado con mano dura, reglas estrictas que seguir.
«actúa así, no te muevas de esa manera, camina derecho pero imponente, masculino», «debes ser el príncipe que salve a la princesa, algún día te casarás y formarás una familia»
Son de las pocas cosas buenas que recuerdo de mi padre, yo siempre fui su decepción, no era como mis hermanos mayores, nunca tuve los mismos gustos que ellos. Ahora a mis treinta y cinco años, aún no me he casado ni formado una familia, es por eso que me quieren comprometer con Elisabeth, ella es una buena chica, pero su corazón no está destinado a amar en prisión, ella debe ser libre, merece volar y amar a quien su corazón decida.
Félix debe morir para que yo pueda renacer, es lo que siempre me repito en el espejo, debes ser feliz, pero aquí no tendrás la oportunidad, no pienses demasiado, no dejes que tus sentimientos te impidan lograr lo que por años has estado planeando, sigue con el plan, llega hasta el final.
El carruaje se detuvo al fin, este lugar, donde había visto como metían a una persona inocente en él. Una chica que nunca tuvo nada que ver, y por miedo nunca ayudé.
- ¿Qué haces aquí?- su tono era grueso, supongo que era por el tiempo que llevaba aquí encerrada- vienes a torturarme ¿No les ha bastado ya?
- vine a ofrecerte un trato- respondí sin mirarla.
Esta era la segunda vez que entraba a este calabozo, aquí dejaban a los que se metían con la familia real, pero ella nunca lo hizo, ella solo estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
- te ofrezco tu libertad- continué- y una vida plena y sin problemas, pero a cambio debes hacerme un favor.
- ¿Crees que confiaré en ti?- se acercó a la luz.
Su rostro estaba demacrado, estaba pálida, su cabello estaba sucio, sin cepillar y estaba muy delgada.
- ¡después que me encerraste aquí injustamente!- se exaltó- ¡¿Por qué no le dices a todos la verdad?!
Entendía su furia, por mi culpa estaba ahí encerrada.
- vamos Amaya, por favor toma mi mano- invité- vuelve con nosotros, te juro que te voy a proteger de papá.
Después de una fuerte discusión con mi padre, Amaya, mi hermana, había huido, tenía días desaparecida y ahora la encontré, no la dejaré irse.
- ¡no te creo nada!- exclamó- ¡Siempre has bajado el rostro cuando papá me grita o me golpea!
- esta vez será diferente, por favor ven.
En ese momento llego ella, Cilia, que para ese momento, era mi mejor amiga.
- no te acerques o saltaré- amenazó.
El acantilado era muy alto, y terminaba en el río, era hondo pero la corriente la iba a lastimar o peor, la mataría.
- Amaya por favor ve con él- habló Cilia- todo va a estar bien.
Escuchamos los caballos llegar, Amaya se asustó y resbaló, me quedé paralizado mientras que Cilia corrió hasta ella y la tomó del brazo y con su otro brazo se agarró de una rama de un árbol cercano que estaba a punto de romperse.
- no voy a soltarte- escuché decir a Cilia.
- por favor no me sueltes cilia, te lo ruego- habló Amaya rogando por su vida.
La rama delgada estaba a punto de romperse, no podía escuchar nada, estaba paralizado, mis pies no aceptaban ninguna orden, no sé movían, seguían ahí sembrados como raíces gruesas y antiguas.
- ¡haz algo!- gritó Cilia.
Cuando por fin pude moverme las ví caer a ambas, sus gritos desgarradores me destrozaron el alma desde dentro hacia fuera. Ambas abrazadas cayeron al río, pude ver cómo la corriente se las llevó y las dejó en una orilla cercana.
La familia real llegó y se llevó a Amaya dejando a cilia ahí.
- Félix- escuché una voz.
Me voltee y era ella, estaba despierta.
- ¡Félix vámonos!- mi madre me tomó del brazo llevándome con ella.
Me sentía culpable, ese recuerdo aún me persigue, eso fue hace diez años, Cilia tenía solo veinte años, y por mi culpa su vida había sido arruinada.
- no quiero nada de lo que me puedas ofrecer- finalizó ella y se volteó a la pared.
- no me escuches a mi, pero escúchala a ella- respondí y di la orden de que la trajeran.
Llegó apoyándose en un bastón de madera, su pierna derecha no funcionaba y la izquierda apenas se mantenía, con este bastón podía moverse poco a poco.
- Cilia- llamó suavemente, mi hermana Amaya- ha pasado un tiempo.
Ella suspiró y pude escucharla llorar, se volteó lentamente hasta que ambas se miraron a los ojos, podía sentir la nostalgia que ambas sentían al verse.
- ¿Qué haces aquí?- preguntó Amaya con lágrimas en los ojos y la voz entre cortada.
Cilia no hablaba, se acercó lentamente y sacó su mano por las rejas de metal oxidado, tocó su mejilla suavemente y entre sollozos dijo su nombre, con una sonrisa ambas se abrazaron.
- ya me contaron todo- confesó Amaya- te juro que no lo sabía- decía desesperada mientras acariciaba su cabello- mírate como estás, mis padres me dijeron que habías huido. Por muchos años lloré y me preguntaba ¿Por qué?