Oscuridad, soledad, desilusión, tristeza. Molestia, furia, impotencia. Dolor, sentimiento de culpa, perdida.
Aún no puedo creer que se haya ido, realmente lo hizo, ha muerto, en este mismo lugar, en dónde tantas veces paseamos y hablamos sobre el plan. Aquí en este lugar, que alberga tantas muertes y desilusiones.
Camino por cada espacio del palacio donde él y yo paseamos, el jardín, aquel árbol hermoso, tantos lugares en este palacio que pudimos haber visitado, este lugar es grande y no pude mostrárselo por completo. Sentía un vacío en mi corazón y una culpa inmensa.
Todo pareció planeado, como si ya supieran que iba a pasar, donde íbamos a estar y por dónde íbamos a escapar, hay algo que no encaja, ¿Por qué él y yo si logramos salir del gran salón pero los demás quedaron atrapados ahí?, iban un paso adelante que nosotros, acorralaron a todos los guardias del palacio, encerraron y amenazaron a todos.
Había otra cosa que no me encajaba: en el gran salón, entraron disparando, pero aquí en el jardín, nos interceptaron con espadas, ¿Por qué harían eso? Si su plan era matar a Félix ¿Por qué no hacerlo con las armas?
Ya hace dos días de la muerte de Félix, hoy encontraron su cuerpo, lo dejaron con el rostro desfigurado y cubierto con telas blancas, su contextura es la de Félix, su rostro aunque desfigurado era muy parecido a él. Simplemente era él, estaba muerto. No podía evitar sentirme culpable.
Yo le di la idea de morir, pero era fingir, no quería que esto pasara.
Entré en el laberinto caminando lentamente por cada pasillo, pero no llegué al centro, llegué a uno sin salida, me senté en una esquina y después de dos días, mis lágrimas por fin decidieron salir.
Lloraba sin control, mi respiración se agitó, sentía que mi corazón se hacía más y más pequeño, mis pulmones parecían tomar todo el espacio que quedaba dentro de mi. No podía con tanta impotencia.
¿Pude haber hecho algo? Debí haber hecho algo, solo me quedé ahí parada, mirando como él arriesgaba su vida para que no me pasara nada. Desearía volver atrás y ponerme en su lugar, que me mataran a mi, yo debí haberlo ayudado. Pero ¿Qué podía hacer una princesita como yo?
Sentía una mezcla de furia, tristeza, impotencia y decepción. Me sentía decepcionada de mi misma, ¿Por qué el príncipe siempre salva a la princesa? Ahora el príncipe no estaba y la princesa se quedó solitaria.
Salí de aquel jardín de los sueños, que ahora estaban un poco rotos.
— te están buscando afuera querida— la abuela Berta se acercó a mi.
No respondí, caminé lentamente a la salida, la verdad no quería ver a nadie, pero tampoco quería seguir sola en este podrido lugar.
Salí y mis lágrimas salieron más descontroladas, era Carlos. Corrí a sus brazos, no me importaba si nos veían, quería estar con él, me tranquilizaba estar en sus brazos.
—vamos— me invitó a subir al carruaje donde venía.
Ahí estaban dos chicas más, también se veían tristes, eran Cilia y Amaya.
—¿A dónde vamos?— pregunté en un susurro, casi más para mí que para los demás, pero Amaya pareció escucharme.
— los dejaremos en un lugar donde Carlos te quiere llevar— hizo una pausa y vió a Cilia— y nosotras iremos al funeral de Félix.
Claro, eso, una farsa vestida de tristeza, una mentira vestida de amor. Un homenaje a quien nunca quisieron, una falsedad más del mundo real, dónde los reyes solo ven a sus hijos como monedas de cambios o futuros gobernantes, pero cuando las puertas se abren, parece que fueran la familia perfecta, dónde todos se aman y, se desean lo mejor, pero nadie sabe realmente lo que sucede dentro de un palacio.
Mi madre me había preguntado un par de horas antes si pensaba ir, no le respondí, tampoco pretendía ir, no quería. Solo deseaba morir en mi cama para poder pedirle perdón. Pero ahora Carlos está conmigo, me tranquiliza un poco.
Llegamos hasta un risco alto, el paisaje era hermoso, el aire besaba mis mejillas suavemente, pero no me permitía sentir paz, no después de lo que pasó.
Ahí nos quedamos mientras que Cilia y Amaya iban al funeral. Carlos trató de consolarme.
—No es tu culpa cariño— nos sentamos juntos en un tronco de árbol caído.
—Si lo es, yo le di la idea— respondí con frustración— y no hice nada, me quedé ahí viendo cómo se arriesgaba por mi.
— debes dejar de pensar en eso— susurró luego de abrazarme— te harás daño.
¿Parar de pensar en él? No puedo dejar de hacerlo, no te olvidaré, siempre que pueda te pensaré y aunque no estés en este plano, siempre te amaré. Aunque nunca hubo un amor de verdad, tuvimos una muy linda amistad. Tal vez después de un tiempo aprenderé a vivir con esta culpa que me consume lentamente, no quiero llorar más ¿hasta cuándo debo seguir sufriendo? Él era un buen chico, condenado por amar a una persona, destinado a estar solo, pero él planeaba romper esa línea y trazar su propio destino, ir por su propio camino, un camino que fue destruido y guiado a un risco del cual cayó sin darse cuenta.
—Por favor, no llores más— suplicó él— me duele verte así.
—¿Cómo pretendes que deje de llorar?— mi voz quebrada— ví como mataron a una excelente persona frente a mi, no puedo simplemente olvidarlo.
— lo sé— me abrazó nuevamente— pero te harás daño, piensa en lo que Félix hubiese querido— hizo una pausa y me miró a los ojos— hubiese querido que fueras feliz y que nunca te rindieras.
Sus palabras no me reconfortaban, yo ví como murió, lo hizo en mis brazos, y justo en su momento de muerte se disculpó, como si hubiese sido su culpa. Cuando realmente era mía, yo debí haber muerto en su lugar.
Me levanté lentamente y sin pensarlo corrí al risco para saltar. Pero antes de poder hacerlo Carlos me detuvo.
—¡Ya basta Elisabeth!— gritó, era la primera vez que lo hacía conmigo— ¡No puedes hacer esto, recapacita!
Solo quería pedirle perdón, solo quiero verlo, decirle que no tenía nada que perdonar, en cambio, yo era la que debía pedir perdón. Me tiré al suelo a llorar desconsoladamente, las lágrimas cristalinas salían sin control, viajando por mis mejillas y muriendo en mis labios, algunas seguían cayendo y resbalaban por mi cuello. Mi respiración era agitada y me costaba respirar.