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Cilia
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Todo terminó, para que otra historia pudiera comenzar, una dónde podrás encontrar la felicidad, dónde la libertad no puedes comprar. Porque no debes rendir cuentas a nadie y dicha libertad es lo mejor que puedes tener.
Por mucho tiempo viví escondida, sumisa a lo que mis padres dijeran, nunca tuve un amor real, alguien que me llevara flores, con quién ir de la mano por la calle o que fuéramos a ver una obra de teatro juntos. Pero siempre hay una razón, yo no soy como las demás niñas.
Conocí el amor con aquella princesa que conocí en las calles de Roma, estaba tan hermosa, feliz, segura de si misma. Después de eso, nos conocimos y nuestra conexión fue instantánea. El amor es extraño, no sabemos de quien podemos enamorarnos, amar no es malo, tampoco es egoísta.
Amar es vivir, amar es libertad. A veces no entiendo lo que pasa por la cabeza de los demás, ¿Es tan malo amar a una persona? Porque eso es lo que hago, simplemente estoy amando a una persona.
Félix me hizo entender, que aunque vivamos en una época donde amar no es la mejor opción, el amor puede florecer, le prometí que sería feliz y que cuidaría de ella. Ella es mi flor favorita, mi luz en momentos de oscuridad, ella es ese propósito que me hace respirar, solo por ella mi corazón late sin parar.
-¿Estás segura de que es una buena idea?- habló sacándome de mis pensamientos.
-La verdad- le tomé las manos- no lo creo, pero es tu hermano, es mi mejor amigo, y aunque nuestras familias nunca nos aceptarían, estoy segura de que seremos felices después de esto.
Era lo que siempre me decía, incluso atrapada en aquel calabozo, donde se fueron diez años de mi vida, en ese lugar, donde perdía mi alma poco a poco, hasta que solo quedara una vida miserable sin propósito. Amaya era lo único que me mantenía viva, pensar en ella me reconfortaba en esas noches en las que no podía más, cuando solo deseaba morir. Solo la recordaba y todas mis penas desaparecían.
No fue su culpa, no fue mi culpa, incluso; tampoco fue culpa de Félix. El rey siempre había querido encerrarme aunque nunca tuvo la oportunidad. Hasta ese momento, ese accidente, fue la mejor oportunidad para encerrarme.
-No te preocupes- le dije ya que sus manos temblaban, trataba de tranquilizarla, aunque yo estuviera muy nerviosa, asustada o incluso con ganas de huir. Debía ser fuerte para ella- todo estará bien.
Nos iremos a nuestro pequeño mundo, seremos felices y nadie podrá destruir esa felicidad, solo ella y yo. Nadie más que nosotras dos, seremos nuestra propia medicina, nuestra propia condena y nuestro propio cielo.
Amarte es lo único que puedo hacer Amaya, no me importa si tengo que morir para hacerlo. Solo deseo verte feliz, aunque tenga que vender mi alma para lograrlo.
Llegamos al funeral. El carruaje se detuvo a una distancia que no pudieran vernos. Mi corazón latía muy rápido, tenía la piel erizada, pero fingía que no me importaba, fingía que estaba bien para ella. No podía mostrar debilidad ahora. Debía ser fuerte, estar firme ante mi posición.
Ayudé a Amaya a salir, ella se sostuvo con su bastón, miró a todos a la distancia.
Tantas lágrimas falsas, penas de mentira, dolor y sufrimiento creado solo para el momento. Este momento es donde se junta toda la mierda y las moscas vienen a oler. Pero la mierda es tan sucia y podrida que ni las moscas se atreverían a tocarla.
-Estoy lista- su espalda firme al igual que su tono- esto termina hoy.
Caminamos lentamente hacia el lugar, mis pensamientos estaban revueltos, trataba de no temblar, me costaba respirar, tenía miedo, impotencia y furia. Esta familia me arruinó la vida, al igual que a sus propios hijos, no dejaré que la sigan arruinando.
Uno de los niños gritó: "miren allá", señalando hacia nosotras. Todos nos vieron con expresión de sorpresa, otros confundidos, algunos curiosos y el rey con mucha furia. Lo podía ver, su mirada fija en mi, una mirada que me quemaba, pero ya no soy aquella niña que solían molestar, no me dejaré intimidar.
fin du chapitre vingt-quatre