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Amaya
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En las noches más oscuras, mi hermano siempre fue mi luz, y en los días, cuando el sol estaba en su punto más alto, él era mi sombra. No puedo explicar la mezcla de dolor, sufrimiento e impotencia que llevo dentro, mi pecho duele por la perdida de él.
Un funeral, creía que estos momentos eran para despedir a un ser querido, pero ahí, todos reunidos, fingiendo dolor, con lágrimas falsas y mentiras palpables. Ahí están todos haciendo creer que les duele la perdida de Félix.
Todos se nos quedan mirando, algunos con confusión, otros con curiosidad y el rey, al que por muchos años llamé padre, nos veía con furia, en sus ojos podía ver la molestia por ver a Cilia aquí.
También estaba la familia real de Francia, pero no ví a Elisabeth, supongo que también estaba sufrimiento y no quería venir.
A veces desearía que mamá estuviera aquí, ella era la única que nos quería a Félix y a mi, lo demostraba con cada gesto, cada palabra, con cada acción, ella era nuestro lugar seguro, donde ir cuando el mundo te golpee, un lugar suave donde caer al tropezar. Esa era ella, no solo nuestra madre, era nuestro templo sagrado donde nada malo nos podría pasar.
Sabía que Cilia estaba nerviosa, podía verlo en su rostro, se esforzaba por no temblar. Con Cilia conocí un amor distinto, ya que con mi madre tenía un amor genuino. Pero con Cilia era distinto en su igualdad, me sentía segura junto a ella, estaba feliz a su lado y cuando mi madre murió, ella estuvo conmigo todo el tiempo. Siempre me cuida y yo no pude cuidarla como ella lo hacía conmigo, dejé que mis padres le destruyeran la vida.
-Tu no eres bienvenida aquí- uno de mis hermanos se dirigió a Cilia mientras miraba a mi padre.
Ella no respondió, seguimos caminando hasta llegar al ataúd, era de color opaco, con una pequeña ventana por la que se veía su rostro, desfigurado, había sido curado pero aún así decidieron dejarle la venda.
-¿Qué no escuchas?- otro de mis hermanos habló.
Mi padre solo nos veía con furia, no se atrevía a decir una sola palabra, solo estaba ahí, parado sin hacer nada.
-Eres un fenómeno, no puedes estar aquí, esto es un evento familiar.
-¿Familiar?- finalmente Cilia preguntó sarcásticamente para luego soltar una pequeña carcajada.
No deseábamos hacer un escándalo, pero sabía que ella sentía dolor, no solo por la muerte de Félix, si no por estar ahí. Podía sentir su sufrimiento por estar aquí, mi familia le arruinó la vida de muchas maneras.
-¿Llamas a esto, un evento?- su tono era sarcástico- ¿Un evento?- repitió, en su voz podía sentir el dolor de aquello que escuchaba, sabía que no disfrutaba estar ahí, pero eso no le importaba, ella solo quería despedir a su mejor amigo.
-Estamos despidiendo a nuestro difunto hermano- respondió una de mis hermanas mayores-No queremos problemas.
-Problemas- repetía cada palabra que, para Cilia eran dagas llenas de veneno- todos ustedes son el problema.
Finalmente soltó un pequeño disparo directo a mi padre.
-¿Cómo te atreves a venir aquí?- el rey rompió el silencio que tenía mientras daba pasos hacia nosotras- corrompes a mi hija.
-Ella no me ha hecho nada- respondí sin mirarlo.
Veía a mi hermano, al cual, no podía verle el rostro, no podía decirle adiós mientras lo miraba.
-¡No sabes lo que estás diciendo!- alzó la voz en mi dirección.
-Lo sé perfectamente padre- no me atrevía a mirarlo, un pequeño nudo se estaba formando en mi garganta y las lágrimas luchaban por salir.
-No seas estúpida- escuché a mi hermano mayor- ¿Qué estás diciendo? ¿Cómo puedes ser este fenómeno? Eso es lo que esté idiota te enseñó- lo último me golpeó con fuerza en el corazón.
-Félix era mejor hermano de lo que todos ustedes podrían llegar a ser- aún sin levantar la mirada, fija en aquella persona con la cara cubierta-No permito que hables así de él, todos ustedes, son unos hipócritas, unas escorias, unas basuras.
-No eres muy diferente a nosotros, querida hermana-una de mis hermanas se me acercó.
El dolor en mi pecho crecía cada vez más, podía sentir como todo se venía abajo, las lágrimas salieron sin parar y la presión me estaba sofocando. Quería gritar, decirles a todos que eran unas mierdas de personas, golpearlos y correr.
-Te recuerdo que tu permitiste que nuestros padres encerraran a esta pueblerina.
Ella tenía razón, yo permití muchas cosas que me dañaron, no solo a mi, si no a varias personas que me importaban, las cuales, ahora mismo ya no están, por mi culpa.
-Tienes razón- habló Cilia- pero ella, es mejor que todos ustedes- hizo una pequeña pausa y miró al ataúd, suspiró y levantó la mirada nuevamente-son unas escorias, unas basuras, nunca debieron haber existido.
-¿Cómo te atreves?- mi padre se acercó con la mano levantada para golpearla, pero ella sostuvo su mano con fuerza.
-Estan todos aquí reunidos, para despedir a alguien que nunca quisieron- recordó a todos, sus rostros estaban rojos de la furia, pero ninguno se atrevía a moverse- sus lágrimas son falsas al igual que sus lamentos, el sufrimiento que parecen tener- hizo una pausa y empujó con fuerza al rey haciendo que cayera al suelo- pero todo es falso, sus rostros tienen destellos de maldad, ninguno es capaz de querer a nadie, solo piensan en ustedes mismos. Unas basuras como ustedes no merecen llamarse personas de la realeza.
Todos los demás estaban sorprendidos, incluso el rey de Francia, pero aún así, no sé metían, estaban callados sin hacer nada.
-Estaras años en el calabozo- amenazó el rey.
-Mira- una sonrisa forzada se pintó en el rostro de Cilia- ni siquiera lo están enterrando en Italia, ¿Por qué lo entierran aquí?- se le acercó al rey- usted no sabe amar, y nunca sabrá lo que es que sus hijos lo amen, porque eres una escoria.
Se le acercó al oído y le susurró algo. Su expresión cambió drásticamente, ahora parecía nervioso, un sentimiento que trató de disimular, se levantó rápidamente y volvió a su lugar.