01 de enero de 1790
Finalmente me sentía bien, alegre, aunque no pudiera salir, al fin tenía la libertad que tanto quería tener.
¿Cómo estará él? ¿Me extraña?. Después que mi padre descubriera lo nuestro, prohibió a Carlos regresar a Francia, pero él no sabe que nunca se fue, debe estar oculto en algún lugar.
Había tensión en el ambiente, mi apetito se había ido hace un par de minutos, todos estábamos callados, un silencio ensordecedor inundaba la habitación, el rey no veía otra cosa más que su plato de comida. Mi madre trataba de disimular el dolor que aún sentía por la paliza dada el día anterior y Leticia, ella solo comía con una expresión seria, como si no pasara nada, como si no fuera culpa de ella que, por decirle al rey lo que mamá le hizo en el laberinto, él golpeó a mi madre de esa manera.
Nadie se atrevía a decir nada, y mi hermana no tenía nada que decir. Simplemente estábamos comiendo como si fuéramos la familia perfecta, como si no fuese ocurrido nada y estuviéramos a punto de terminar para irnos cada uno a nuestras labores.
Sin embargo, la expresión seria y calmada de Leticia me preocupaba un poco, pues, ella nunca era tan seria, siempre alardeaba de todo lo que hacía fuera del palacio. Parece que simplemente se resignó a todo.
-¿Cuando será la coronación?- preguntó mi madre rompiendo aquel silencio sofocante e incómodo.
-La tradición dice que la coronación de princesa heredera se hace cuando la princesa cumpla los dieciocho años de edad- afirmó el rey sin mirar nada más que su plato.
Una breve sonrisa se pintó en mi rostro ya que esta conversación que estaba a punto de suceder me quitaría aquellas cadenas doradas que tanto he luchado por romper. Las sirvientas recogieron la mesa y el rey ordenó que no nos levantaramos, tenía algo que decir.
-Elisabeth se irá a Rusia a cumplir sus sueños- comenzó apuntando a mi con una falsa melancolía- por lo tanto, Leticia será la heredera al trono de Francia.
Mi madre se mantuvo seria ante la noticia, mientras que Leticia celebraba con mucha emoción, unas lágrimas salieron suavemente, viajando por sus mejillas. Ella se arrodilló ante el rey y le agradeció.
-¡Levantate y deja de ser tan ridícula!- exclamó mi madre.
Ella se levantó, se limpió y volvió a agradecer, miró a su alrededor y corrió hacia mi. Me abrazó con una falsa alegría. Su apretón fue muy fuerte.
-Lo ves- susurró- al final, yo terminé ganando.
-No estés tan segura hermana- respondí en un susurro mientras la abrazaba igual- mantente al margen, porque puedo hacer que el rey cambie de opinión con solo una palabra.
Nos separamos, ella me vió muy confundida y con un poco de molestia en sus ojos, sin embargo; su sonrisa volvió a su rostro y corrió fuera del comedor mientras cantaba y saltaba.
Voy a ser la reina, voy a ser la reina, voy a ser la reina.
-Espero que no te arrepientas de tu decisión- comenté mientras veía al rey con una expresión cínica y juguetona.
Él asintió con molestia, se levantó y se fue mientras decía- tengo mucho trabajo que hacer.
Subí rápidamente a mi habitación para escribir una carta, podíamos vernos en los túneles, le daré una llave, nos veremos siempre al anochecer. Aunque, ¿Cómo enviaría una carta sin que el rey se de cuenta? Lo resolveré luego de escribirla.
La pluma se sumergió suavemente en la tinta, esta, lentamente cubrió la punta de aquella pluma negra. Las palabras se trazaban con delicadeza y suavidad, manteniendo cada detalle al margen, cada letra, cada frase, simplemente era un mensaje de rescate, pidiéndole a él que viniera a mi. Que lo hiciera rápido, con una desesperación palpable y que no se detuviera si encontraba un muro alto, siempre hay una manera de pasarlo, y nosotros la encontraremos.
Finalmente la carta estaba lista, la cerré con un pequeño nudo en la garganta. Pensaba en que debía decirle que me iría, pero aún no era el momento. Ya será, ya se lo diré. Por ahora solo disfrutaré del tiempo con él.
Al salir de la habitación me encontré con aquel guardia, estaba ahí parado custodiando mi habitación. Lo miré con el ceño fruncido, ¿Qué hacía ahora?
-¿Me estás espiando?- pregunté con tranquilidad.
-Su padre ordenó que la vigilara- informó.
Relajé la mirada y caminé con rumbo a las escaleras, planeaba ir a reclamar esto. Pero antes de poder bajar fui detenida por el guardia.
-Sé que le quieres enviar una carta al señor Carlos- susurró mientras tenía mi brazo entre su mano- yo puedo entregarla.
—¿Por qué harías eso?— pregunté con curiosidad.
—Porque sé que su amor es real— respondió— además, solo confía en mí, yo estoy aquí para protegerte.
Algo me decía que esto no estaba bien, ¿Quién era este tipo? ¿Por qué haría eso? Sin embargo, no tenía otras opciones, ¿Cómo enviaría esto sin que el rey se diera cuenta?, acepté y le entregué la carta, seguido de una pequeña llave plateada.
-Esta llave no puede ser perdida- ordené- debe llegar a sus manos rápido y segura.
Él asintió y se fue sin preguntar o protestar.
En aquella carta, lo citaba en aquel lugar donde salimos una vez del pasadizo. Nos veremos ahí a media noche.
~•~
Carlos
~•~
Es agotador estar escondido, en un lugar donde nadie puede entrar, con personas que no conozco. ¿Por qué debería seguir órdenes?. Félix ha muerto, solo él me daba órdenes, ¿Quienes son estas personas para mantenerme aquí? No puedo seguir así. Debo salir.
Debo verla, la extraño demasiado, ¿Cómo estará?, debe seguir devastada por la muerte de Félix, ha pasado una semana desde su muerte, supongo que aún no lo cree.
Amaya y Cilia se fueron, me dejaron aquí, prometieron que vendrían a buscarme en cuanto las cosas se calmen, ¿Qué cosas? Nadie sabe que estoy aquí, mi hermana Emilie no quiere saber nada de mi y desde que llegué a Francia no he visto a mi hermano, ¿Por qué debería seguir esperando?