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Leticia
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¿No soy hija de la reina? Toda mi vida he vivido engañada, durante tanto tiempo, ella me ha tratado con maldad. Para ese momento no entendía la razón, pero ahora. Ahora entiendo por qué me insultaba con cualquier mínimo error, por qué nunca le agradó que yo me llevara tan bien con mis hermanos y hermana.
Elisabeth lo sabía y nunca dijo nada. Debería sentir decepción o algo, pero a decir verdad, no me siento conmovida o molesta, solo me siento engañada, pero nada más. Es extraño, viví siempre a la sombra de mis tres. hermanos mayores, luego que murieron, fui la sombra de Elisabeth, pero ya no más.
La suave almohada en mi cama cubre mi rostro por completo, sin hacer mucha presión para poder respirar, me imagino todo lo que haré, voy a poder cumplir mi sueño.
—Dejaré que hagas lo que piensas hacer hermana— susurré aún con la almohada en la cabeza— después de todo, ambas ganaremos.
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Finalmente gané, lo hice. Seré la reina de Francia, por fin me tomarán en cuenta. Voy a ser la mejor.
Una emoción incontrolable recorre todo mi ser, mi hermanita se irá, me dejará en paz y por fin podré llegar a mi destino, lo único para lo que nací.
—Tu esposo vendrá a conocerte hoy— la voz de mi padre interrumpió mis pensamientos.
Asentí con una seriedad fingida, no podía creer todavía lo que mi padre había dicho hace un momento. Lo abracé fuertemente y le dije:
—Gracias padre, no te decepcionaré.
—Yo espero lo mismo— respondió abrazándome— ahora sube y arréglate.
Corrí a mi habitación mientras llamaba a las sirvientas para que me ayudaran a arreglarme. Una ducha de agua tibia y un masaje.
Ordené que me trajeran un vestido azul que mi padre me había comprado hace un par de semanas. Era largo, con bordados en la parte baja, una cinta en la cintura, unos trazos en la parte del cuello, mangas largas. También unos guantes largos y unas zapatillas azules.
Josefina apretaba mi corset, mientras las otras planchaban y preparaban el vestido.
—¡Ajustado!— ordené. Solté un suspiro con el apretón de Josefina—¡Más!— exclamé sin respirar, otro suspiro luego del apretón— ¡Uno más!— un último apretón me dejó una cintura extremadamente pequeña.
Por suerte no había comido mucho el día de hoy. Ya sabía que esto pasaría, lo oí ayer mientras papá le daba su merecido a Joana... ¡Joana!, ya no tienes el derecho de llamarte mi madre, después de todo, nunca lo fuiste.
Las lágrimas salían descontroladamente, mi respiración era agitada y me dolían las mejillas. Corrí a la sala del rey para contarle todo a mi padre.
—¿Qué sucedió?— preguntó él apenas entré al salón.
—Mamá— respondí entre sollozos— volvió a golpearme.
No lloraba por eso, realmente ya no aguantaba sus insultos, sus malos tratos, ella nunca me ha querido. No entiendo su odio hacia mi, cada palabra que me dice es una daga en el corazón, a veces pienso que fuí un error, que jamás debí haber nacido.
—¿Por qué me trata así padre?— pregunté tratando de tragarme cada lágrima.
—¡Esa mujer no tiene derecho a golpearte!— exclamó con molestia— ¡Ya estoy cansado de esto!
Me alegró un poco su reacción, él era el único que me quería de verdad. A pesar de su trato condescendiente, sus regaños. Era él, el único que estaba dispuesto a velar por mi felicidad. Él era mi lugar seguro.
—Ella dijo algo que nunca me había dicho— comenté.
Mi padre se acercó a mi, acarició mi cabello y me abrazó.
—¿Qué fue lo que te dijo?— preguntó en un susurro.
—Dijo que yo no era su hija— las lágrimas volvieron a salir, esas palabras fueron dagas directas a mi corazón— ¿Por qué dijo eso?, toda mi vida he tratado de ser buena para ella, ¿Por qué nunca es suficiente?
—No puedes hacer sentir orgullosa a alguien que no es tu madre— repitió las mismas palabras que ella— es cierto cariño, creo que es hora de que lo sepas.
—¿A qué te refieres?— pregunté luego de un suspiro.
— Joana no es tu verdadera madre— confesó— tu verdadera madre murió cuando tú naciste—hizo una pausa corta— así que no quiero que dejes que esa mujer te ponga otra mano encima, nunca más.
Entonces, ahora todo tenía sentido. Pero si, cumpliré mi promesa a mi padre, no me dejaré humillar de nuevo por esa mujer, no tiene el derecho y cuando sea la reina, tendrá que arrodillarse ante mi, nada de lo que diga podrá hacer que la perdone.
Espero que no regreses nunca hermanita, porque no permitiré que me quites lo que ahora mismo me has dado.
Al mirarme al espejo, ya lista y muy hermosa, preparada para reinar. No tengo miedo, nunca lo tuve. Este es mi destino, por fin llegará y no dejaré que nadie arruine esto. Ni el cielo, ni el infierno podrán quitarme lo que acabo de conseguir.
Es una promesa.
fin du chapitre vingt-neuf