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Elisabeth
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Es increíble como algo tan simple puede ser tan hermoso a la vez, no es solo el pequeño anillo echo con alambres, si no la persona que me lo está dando, esto es algo que nadie había echo por mi. Siempre he recibido regalos, grandes y caros. Lujosos y brillantes, pero ninguno se compara con este. Algo sencillo, pero con una belleza más allá de su forma física.
-Es perfecto-digo cuando termina de ponerlo en mi dedo-siempre lo tendré.
Él sonrió felizmente. Lo tomé de la mano y nos dimos un último beso antes de regresar a la entrada del pasadizo, donde nos despediríamos para volvernos a encontrar la noche siguiente.
Pero, al abrir la puerta de aquel pasadizo oscuro, me detuve un momento. Al voltear ahí estaba él, aún, esperando que yo me fuera.
-Ven conmigo-le extendí la mano-quédate conmigo esta noche.
-¿Estás segura?-preguntó acercándose a mi-¿Dónde dejaremos al caballo?
Caminé hacia aquel gran animal y lo tomé de la cuerda llevándolo detrás de unos árboles.
-¡Aquí dejaban los caballos cuando debían hacer guardia!-exclamé mientras amarraba bien al animal a la Balla-¡Listo, vámonos!
Ambos entramos al pasadizo, con rumbo a mi habitación. Al llegar y abrir estaba obstruido por mi armario. Carlos lo movió tratando de hacer el menor ruido posible. Finalmente ambos adentro cerré la puerta de la habitación con seguro, así nadie podría entrar.
-¡Que habitación tan grande!-exclamó con asombro.
Yo me reí levemente y señalé al baño-ahí puedes ducharte, te pondrás la misma ropa supongo, no tengo nada que darte, ¿O quieres ponerte uno de mis vestidos?
Ambos reímos en voz alta.
-¡Baja la voz!-susurré-nadie puede escucharnos.
Él entró a la ducha y unos minutos después salió, mojado, sin camisa cubriendo su parte baja solo con ropa interior. Pude sentir el calor subir hasta mis mejillas, y las manos me sudaron.
-¿Estás bien?-preguntó-puedo vestirme, aunque es incómodo dormir con ropa para ser honesto.
-No tranquilo-sonreí avergonzada.
Me di una ducha rápida y me puse mi pijama. Ambos nos acostamos. Al principio estábamos densos, incómodos, como si fuera la primera vez que estuviéramos en la misma cama. Un silencio ensordecedor se apoderó de la habitación, ¿Por qué se siente tan raro?, era incómodo, no como en el puente, no como cuando bailamos, esta vez era diferente. Ninguno se atrevía a decir nada, ambos estábamos aislados del otro, como si hace una hora no hubiésemos estado abrazados.
Me sentía extraña, quería salir corriendo de ahí, comencé a cuestionarme si había sido buena idea invitarlo a dormir conmigo, quizá fue un impulso indiscreto e inoportuno. Sentía el roce de su brazo con el mío, su calor cruzando a mi cuerpo, dándome una calidez especial.
Poco a poco esa sensación de incomodidad se fue desvaneciendo. Aún así, ninguno decía una sola palabra. Él tomó la iniciativa y se volteó hacia mi, pasando su brazo por encima de mi, nuestras miradas se encontraron, el ambiente se aligeró, ya no era extraño, ahora era acogedor.
Me acosté en su pecho desnudo, podía escuchar el palpitar de su corazón, sentía su respirar, me encantaba estar así con él por alguna razón. Sin hablar, no necesitábamos palabras cuando estábamos juntos.
-¿Estás bien?-el silencio que antes era incómodo y ahora acogedor fue roto por él.
-perfectamente-contesté mientras me acomodaba acercándome más hacia él.
Estaba cómoda, no solo para dormir, si no también a su lado, me sentía cómoda y segura estando con él.
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El sol ilumina toda la habitación dando paso al día, un día el cuál es uno bueno, ya que él está a mi lado. Abro los ojos lentamente y lo veo ahí, con esa sonrisa despreocupada que me encantaba.
-Buen día princesa-su voz brusca por acabar de levantarse fue una caricia ligera.
Le sonreí para luego besarlo en la mejilla con suavidad. Él copió mi gesto con delicadeza. Me besó la cabeza, luego la mejilla y finalizó con uno en los labios, suavemente.
Nos comenzamos a besar de manera desesperada, brusca. El calor comenzaba a subir lentamente, la lujuria comenzaba a surgir. Me subí encima de él para besarlo mejor.
Me acarició la espalda lentamente, luego me tomó de cabello con suavidad, haciéndome entender la diferencia entre amor y pasión. Un deseo inmenso se apoderó de mi con gran velocidad.
Dejó mis labios para besar mi cuello, lentamente iba viajando hacia mis hombros, luego regresaba a mi cuello.
Mi cuerpo se puso denso de pronto, el calor seguía ahí, pero los nervios se apoderaron de mi.
-¿Estás bien?-preguntó-¿Estás segura de que quieres hacer esto?
No respondí, lo seguí besando bruscamente, con más deseo y desesperación. Cómo si mi cuerpo necesitara sentir esto para estar bien, no me sentía incómoda, tampoco asustada, solo estaba nerviosa. No lo estaba por él o por lo que estábamos a punto de hacer. Si no por el lugar en el que estamos. Y por alguna razón, eso solo me preocupaba, pero no me importaba.
-¡Si!-exclamé entre besos.
Él me quitó lentamente la pijama, dejando mis pechos al descubierto, viajo desde mis labios hasta mi cuello, dejando sus pequeños besos en todas partes. Cambiamos de lugar, ahora era él quien estaba encima de mi besándome lentamente.
Suavemente besó mis pechos, besos cortos, luego, chupó con delicadeza cada uno. Solté un pequeño gemido de satisfacción. El cuello comenzó a sudarme al igual que las manos.
Él volvió a mis labios pero esta vez más brusco, me levantó y quedamos sentados los dos. Yo lo besé en el cuello también, podía sentir su erección hacerse cada vez más evidente. Comencé a mover mis caderas contra su miembro aún cubierto por la ropa interior.
Seguimos besándonos, nuestras lenguas tocándose de manera abrupta y lujuriosa.
Me acostó nuevamente y lento me quitó lo que aún quedaba de la pijama, dejándome así, completamente desnuda. Me besaba desde el abdomen, bajando lentamente hasta mi pelvis.