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Carlos
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Oscuridad, un dolor fuerte y punzante, todo mi cuerpo estaba débil, tirado en algún lugar rústico y rígido.
Abrí los ojos lentamente, estaba confundido, adolorido y mareado. Encerrado en cuatro paredes sucias y desgastadas. En una habitación oscura, una rata muerta en una esquina y barrotes bloqueando la salida.
Tenía la ropa rasgada, con heridas en todas partes, a pesar del dolor inminente por culpa de las múltiples heridas, mi dolor más fuerte seguía siendo en el pecho. La recuerdo ahí, viéndome fijamente sin hacer nada, mientras me someten a este calabozo tétrico.
-¡Vaya vaya vaya!-exclamó el rey caminando lentamente hacia mi-¡Que gran espectáculo acabas de dar aquí, tallador!-la última frase la dijo con un tono despectivo y feroz.
Los guardias me tenían arrodillado en el suelo, con las manos atrás y una espada amenazando mi cuello.
-¿Qué haces aquí?-esta vez fue una voz femenina-¿No deberías estar en España?-era la reina abriéndose paso entre las personas.
-¡Me escapé!-respondí con ironía-¿Qué no es obvio?
-¡Niño insolente!-el rey se acercó de manera amenazante-¡¿Quién te crees para hablarle así a la reina?!
Lo miré fijamente a los ojos, sin responder, sin hacer ningún ruido ni quejido. De pronto, un ardor abrazó mi mejilla por el fuerte golpe del rey, hizo mi rostro voltear y mis ojos la encontraron.
Elisabeth, ahí estaba, mirando sin hacer nada, no hablaba, no gritaba. Solo seguía ahí parada con una expresión que no lograba reconocer por el mareo. Ella solo estaba ahí, no sabía que sentir. Traición, decepción, furia o tristeza, solo quería que ella me eligiera, solo quería seguirla amando y quería que ella me amara a mi.
No sabía que sentir en ese momento y no sé que sentir ahora mismo. No tenía fuerzas para gritar. Pedir ayuda no servirá de nada, nadie vendrá a sacarme de aquí. Me levanté del suelo lentamente, una pequeña ventana en lo más alto del calabozo dejaba entrar la luz de la luna, no sabía cuánto tiempo había pasado.
No lograba alcanzar la ventana, mis esfuerzos por saltar fueron en vano y ya no tenía ninguna esperanza. El dolor de las heridas se intensifica lentamente con un ardor demasiado fuerte para soportar.
Mi pecho se hacía cada vez más pequeño y me costaba respirar, me acosté nuevamente en el suelo llevando mis piernas al pecho, resignado, sin valor, herido, sucio y sin alma; estaba listo para morir aquí.
-¡Nunca debiste volver!-una voz femenina interrumpió mis pensamientos desordenados-¿Vale la pena dar tu vida por amor?
-¿Qué sabrá usted de amor?-respondí sin voltear-¡Estoy seguro de que usted está casada con el rey por culpa de su familia!
La presencia de la reina era fuerte, como si una gran capa de humo invadiera la habitación, no necesitaba verla para saber que no se había ido, que seguía ahí mirándome fijamente, seguramente con esa mirada de lastima que tenía mientras me golpeaban sin piedad en su jardín.
-¡Tienes razón!-Su afirmación me tomó por sorpresa, su tono fue tranquilo y relajado, sin trampas ni insultos ocultos.
Me voltee hacia ella lentamente sin levantarme, ella estaba parada ahí, viéndome. Sin embargo, su expresión era de tristeza, una tristeza real. Sus ojos pedían ayuda y su expresión de pena me hizo relajar un poco la mirada, no era lastima, no era crueldad, no había hipocresía; por primera vez la reina estaba demostrando vulnerabilidad.
-¡Nunca tuve la oportunidad de elegir a quien amar!-continuó-¡Sin embargo, no me arrepiento de nada, tuve cuatro hijos que siempre amé con todo mi corazón! ¿Eso para ti no es amor?
Me dolía todo el cuerpo como para siquiera responder, solo levanté los hombros lentamente.
-Aunque la vida y el karma tenían otros planes para mí-se sentó en el suelo sucio y húmedo del calabozo-mis tres hijos mayores murieron hace varios años, solo me queda Elisabeth, a quien trato de proteger contra todo-hizo una pausa y suspiró con nostalgia y dolor-¿No crees que eso es amor?
Sus palabras me hacían pensar en si realmente valía la pena luchar por un amor sin sentido, algo que ya está terminado, algo que no volverá a suceder, ¿Vale la pena morir por amor?, ya no estaba tan seguro.
-¡Ustedes tienen una historia de amor larga!- dijo con una pequeña sonrisa-recuerdo cuando me contaba las cosas que hacía con un muchacho italiano, las playas que visitaron, las veces que se escaparon-me miró fijamente sin dejar de sonreír-tú cambiaste a mi hija de una manera que no puedo explicar. ella fue... feliz por un tiempo.
¿Yo la cambié?, acepté trabajar para el rey en aquel entonces porque sabía que Elisabeth era la princesa, nunca logré olvidar a aquella chica, esa bailarina preciosa que me enamoró con sus pasos perfectos.
-No puedo sacarte de aquí-continuó mientras se levantaba-estoy segura de que Elisabeth hará hasta lo imposible por hacerlo. Si eso pasa, vete, dejala ser feliz, si de verdad la amas entonces huye, escondete, mantente con vida y si el destino decide volverlos a juntar, amala como a nadie y nunca la lastimes.
Y con esas últimas palabras se fue dejándome sumido en mi dolor y soledad nuevamente.
¿Vale la pena dar la vida por amor?, ¿Qué es realmente el amor?
Desde que la recuperé siempre dije que moriría por ella, pero ¿Moriría por un amor que se acabó?, ¿Realmente se terminó todo?
Mis pensamientos me hacía olvidar el dolor, sentía decepción, porque no me tuvo la confianza para decirme que se iba, pero supongo que no debí actuar de esa manera, fue algo absurdo. Estaba confundido, dolido, pero eso no es excusa.
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El sonido de unas llaves invadió el silencio perpetuante que había, abrí lentamente los ojos, no podía ver quién era, me sentía muy débil y no tenía fuerzas para seguir.