Un pasillo largo y desgastado, lúgubre, húmedo y solitario se presenta ante mis ojos, mis pies están fijos en el suelo, no me puedo mover, al final hay una luz amarilla y siento como si una presencia me llamara desde allá. Una idea de lo que podría pasar si pudiera moverme, ¿Por qué no puedo ni siquiera dar un paso? Al mirar atrás veo la casa de Juan, dónde me estaba ocultando, curiosamente pude mover un pie hacia la casa. Ahí lo entendí todo...
Abrí lentamente los ojos, no sabía dónde me encontraba, miré lentamente a los alrededores, una ventana, armario, el techo y las paredes, estaba en la casa.
—¡Despertaste!—mi hermano apoyado en el marco de la puerta me miraba con alegría—¡Fue difícil curar tus heridas, pero el doctor hizo todo lo posible, dijo que estarás bien en un par de semanas.
—¿Cuánto tiempo estuve dormido?—pregunté sin moverme.
—Dos día—informó—¡Elisabeth se arriesgó para sacarte del calabozo y la reina ayudó también.
Entonces, ellos eran esas voces que escuché, dos femeninas y una masculina. Elisabeth me sacó de ese lugar, traté de acomodarme más arriba pero aún me dolía el cuerpo. Tengo que verla antes de que se vaya, no puedo quedarme aquí.
—¡Si estás pensando en irte, no lo harás!—negó mis pensamientos como si los leyera—¡Toda la guardia te está buscando y Elisabeth se va hoy por la tarde, estás muy herido, no te moveras de aquí!
No respondí, tampoco protesté, solo miré al techo y me quedé ahí un rato. Juan se fue dejándome solo en la habitación.
Estaba confundido. Me sentía vacío, como si mi alma hubiese sido arrancada a tirones, como si me robaran la vida lentamente mientras yo estoy sentado viendo como lo hacen. Aún sentía algo de molestia, pero ya no podía estar así con ella. Ella estuvo mal, pero yo estuve peor, mi forma de actuar no fue agradable, dije cosas que no quería decir, tengo que verla antes de que se vaya.
Me levanté lentamente tratando de no lastimarme, bajé las escaleras y me senté en la cocina, Juan estaba haciendo el desayuno.
—¿Qué quieres comer?—preguntó de espaldas a mi.
No respondí haciendo que él se de la vuelta. Bajé la mirada con tristeza, no puedo simplemente quedarme aquí, debo irme, tengo que hablar con ella, esto no puede terminar así.
—¡Ey!—me tocó el hombro suavemente—¡Todo estará bien! Estoy seguro de que la verás de nuevo, el destino lo decidirá, y yo creo que ustedes están destinados a estar juntos.
—¿Por qué no puede ser ahora?—hablé finalmente—siempre espero, siempre entiendo, nunca reclamo y siempre termino lastimado, ¿Por qué no puedo estar con ella ahora?
La decepción se apoderó de mi, no por ella, si no por mi; nunca he luchado por las cosas que amo, nunca he peleado por estar en algún lugar. Siempre seguí órdenes. Quiero estar con ella, no pienso quedarme mientras ella se va lejos y me deja aquí con los brazos abiertos. Me niego a hacerlo.
—¡Entiende que no es el momento, ahora preocúpate por mejorar!
—¡Quiero verla!—exclamé con tono serio.
—¡Ya te dije que es peligroso. No saldrás de aquí!—ordenó firmemente.
Después de un rato me sirvió la comida y ambos nos sentamos en la mesa del comedor, estábamos solos, los guardias estaban afuera. De pronto, la tranquilidad que teníamos fue interrumpida.
—¡Señor!—uno de los hombres de Juan se acercó preocupado—¡Hay guardias reales afuera!
Nos levantamos rápidamente y Juan me ordenó entrar a un armario. Lo abrió y se veía estrecho, con un espejo al final, al empujar con fuerza se abrió una pequeña habitación secreta, dónde cabía una persona.
—¡Vamos, aquí estarás seguro mientras ellos registran la casa!
El lugar era oscuro y un poco asfixiante, me relajé, respiré hondo y lento. Escuché a los guardias entrando y a mi hermano explicando que no me había visto desde hace muchos años. Podía sentir sus pasos fuertes en la sala, oírlos subir las escaleras y bajar. A unos diciéndole a otros, "no está".
Hasta que abrieron el armario, tapé mi boca por culpa del impulso de quejarme por el susto. Podía ver claramente al guardia pero él no a mí, tocó el espejo con dudas, lo empujó suavemente pero nada pasó. Finalmente se fueron pero antes dejándole una fuerte advertencia a Juan.
—¡Si lo ves, será mejor que lo entregues, el rey fue muy generoso contigo al dejarte ser parte de la guardia real!— escuché sus pasos alejarse y luego detenerse—¡Disfruta de tus vacaciones, puede que duren poco.
Luego de unos minutos de estar ahí encerrado, mi hermano me sacó.
—¿Estás bien?—su tono preocupado—¡Casi nos descubren!
Asentí mientras salía lentamente de aquella pequeña habitación.
—¡Tengo algo que decirte Carlos!—ahora estaba más serio, su tono fue brusco, hizo que la piel se me pusiera de gallina.
Asentí y me senté en la mesa.
—¡Vámonos!—invitó—¡Vámonos lejos y nunca regresemos.
—¿A dónde iríamos?—pregunté con curiosidad.
—¡Iremos a suiza, tengo un amigo, se llama André!—una pequeña emoción surgió en él—¡Él nos conseguirá donde vivir y un trabajo, estaremos bien, estaremos a salvo!—hizo una pequeña pausa y me puso la mano en el hombro—¡Estarás a salvo!
Lo pensé por un momento, ¿Qué tenía que perder?, ya no tengo nada en este lugar, ni trabajo, ni dinero y menos a Elisabeth, a ella ya la perdí. Recordé las palabras de la reina, puede que tenga razón, la dejaré ser feliz.
—¡Bien!—acepté sin ninguna duda—¡Cuando nos vamos!
~•~
No tengo nada que perder si me voy, pero no puedo irme sin hablar con ella, debo verla y eso haré. Nos iremos al amanecer, pero Elisabeth se irá dentro de unas horas, tengo que hablar con ella.
Salgo por la ventana con cuidado de no hacer ruido, mi hermano se fue al palacio y los guardias están distraídos, trato de no quejarme por el dolor y finalmente estoy afuera. Caminé unos cuantos minutos y luego pedí un carruaje para llegar a tiempo.