Tourner Dans Le Vide

LVII

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Carlos
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Caminando no podrás alcanzar lo que en realidad necesitas, deberás correr, porque hay algo más grande que tú detrás de ti. Huye sin mirara atrás, escondete de la verdad, porque eso es lo único que te puede matar.

Lucho por mantener mis ojos abiertos, más sin embargo mis fuerzas poco a poco se acaban, mi vida pende de un hilo y lo más justo en este momento es dejar que caiga. No quiero seguir luchando por una vida que no quiero vivir. Deseo dejar de existir, pelear no me basta, no me alcanza. Solo quiero que el dolor se vaya, y eso solo sucederá con el frío abrazo de la muerte.

Una sombra capta mi atención, es alta, es el rey abriendo la celda, se acerca y con fuerza toma las cadenas. Ya mi cuerpo no siente mas que el ardor por las heridas, más el dolor ya no está.

-¡Tienes visitas!-su tono era burlón y un poco alegre-¡Al fin todo volverá a la normalidad!

Mi cuerpo está al límite, ya no siento el dolor, solo quiero dejar de existir, porque ya dejé de sentir.

El rey me desató lentamente para luego tomarme del cabello y sacarme arrastrado por los pasillos de rocas del lugar, ya no podía luchar más, no quería hacerlo. Salimos a la parte principal y se detuvo bruscamente.

-¿Buscas a alguien?-su tono era frio y despreocupado.

Mis ojos que se mantenían cerrados dejaron escapar una lágrimas llena de sangre, poca era la sangre que aún quedaba en mi cuerpo, ya no me queda mucha más, ya está a punto de llegar al final.

-¿Qué le has hecho?-una voz femenina reconocida habló de repente.

La reconocí al instante, era ella, o quizás era mi cabeza jugando en mi contra, parecía muy real, quería abrir los ojos, pero no tenía fuerza, quería soltarme para verlo yo mismo y alimentar mi esperanza, la cual estaba a punto de morir de hambre.

-¿Qué haces aquí?-el rey volvió a hablar.

-¿Por qué haces esto?-su voz, tan dulce como siempre mostraba preocupación-Él no ha hecho nada.

Levanté la cabeza suavemente y al abrir los ojos la vi, ahí junto a mi hermano, ella había regresado por mi, aunque era un poco tarde, sé que aún hay tiempo.

-¡Él no hizo nada malo!-continuó-¡Todo es mi culpa, yo hice todo mal, si debes castigar a alguien, debe ser a mi!

-¡No!-grité con la poca fuerza que tenía-¡No, puedes, hacer eso!

-¡calladito!-el rey me dejó caer al suelo.

Sentir el frío fuera de la celda me hizo sentir un poco de paz, ya no tenía fuerza suficiente para luchar, pero al menos podré irme sabiendo que ella regresó a buscarme.

-¡Deberás cumplir nuestro trato!-exclamó él.

Juan, se mantenía al margen, sin decir nada pero preparado contra cualquier movimiento extraño.

-solo déjalo ir-la tristeza en la voz de Elisabeth se sentía en el ambiente-me casare, me quedaré, pero no le hagas más daño.

El rey me levantó nuevamente de manera brusca, amenazó con su espada poniéndola en mi cuello.

-¡No hay más daño que hacer, ya no le queda mucho tiempo de vida!

La espada se clava en mi abdomen por primera vez desde que el encierro me alcanzó, después de ultrajar mi alma hasta llegar al centro, sin piedad, sin remordimiento, solo maldad, crueldad y avaricia. No siento el dolor, mi cuerpo cede ante él, caigo al suelo, logro escuchar un grito ahogado, mis ojos ya no luchan, mi corazón ya no resiste, todo tiene su final, y mi batalla a llegado al suyo, solo ella sabe que la amé con toda mi alma, y la voy a esperar el tiempo que sea necesario.

~•~
Elisabeth
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Corro a su lado, sus ojos se cierran, su cuerpo se vuelve más pesado, su piel está áspera, sucia y llena de heridas ultrajando su carne, rompiendo su cuerpo, pintando su alma de un color carmesí, de olor detestable y horrendo.

Las lágrimas salen sin parar, ya no hay vuelta atrás. Sigue respirando, pero es muy lenta y detenida, ahora me tendré que quedar, sola, con las alas rotas y sin el amor que tanto me llegó a dar en tan poco tiempo.

Juan no hace nada, ni se inmuta, está ahí, parado. Solo ve, su mirada demuestra sorpresa, molestia y tristeza. Aún así, no hace nada.

-¿Por qué no te mueves?-pregunté suavemente desde el suelo, con mis brazos abrazando el pobre cuerpo que se desvanece en mis manos-¡Haz algo!

-¡Él no puede hacer nada!-interrumpió mi padre-porque él es mi guardia más leal.

Se acercó y lo abrazó lentamente, Juan no lo miraba, no quitaba los ojos de Carlos, que para entonces, ya casi no respiraba.

-¡Llévate a este bastardo y tíralo en el bosque a qué los lobos hagan lo que quieran con él!-ordenó con desdén-¡Y tú vendrás conmigo, debemos preparar una nueva boda!

Me tomó del brazo con fuerza mientras yo no dejaba de gritar, lo insultaba, pataleaba, me negaba a dejar a Carlos ahí, sin luchar, viendo como simplemente muere, sin poder hacer nada. Así como murió Félix en mis brazos, no lo puedo permitir.

Su agarre se hizo más fuerte, no quiero irme, no lo quiero dejar, no puedo simplemente casarme. Sigue con vida, lo puedo escuchar respirar, su cuerpo se desvanece y su alma trata de escapar, déjame quedarme un poco más, al menos para despedirme de aquel ser amado que no pudo alcanzar la libertad.

fin du chapitre cinquante-sept



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En el texto hay: romance, drama

Editado: 31.07.2025

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