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Elisabeth
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Mi hermana, esta herida fue causada por ella, nunca pensé que fuera capaz de hacer algo así, a pesar de todo, de nuestras peleas, de nuestros cambios y discusiones, la amo, pero con esto, no sé que sentir.
La boda se pospuso dos semanas, aún no estaba mejor, pero ya era hora de cerrar el trato. Así lo llamó el rey, "un trato", como si yo fuera un objeto a subastar y el principe haya sido el mejor postor. La vida sigue, supongo.
No sé nada de Juan, ni de Carlos. Él mismo se lo llevó, pero no me quiso decir a dónde. Ahora es el escudero del rey, estará en mi boda, eso es seguro. Ha pasado casi un mes desde que asesinaron a Carlos, sin embargo, me niego a creerlo.
Hay algo que no encaja, Juan está muy tranquilo, no dice nada, me mira como si nada hubiera pasado, cuando tuve la oportunidad le pregunté sobre lo que pasó y sobre qué había hecho, pero simplemente evadió el tema y se fue. Puede que haya estado débil, pero aún respiraba cuando se lo llevaron, no hubo cadáver, no hubo un funeral, al menos su hermano lo hubiera despedido de manera digna, pero no, simplemente desapareció, como si hubiese sido tragado por la tierra.
-¿No comerás?-preguntó quién sería mi esposo sacándome de mis pensamientos.
-no tengo hambre-respondí sin mirarlo.
Él soltó con fuerza su cubierto, dejándolo caer sobre el plato, generando un ruido molesto.
-¡Debes comer!-exclamó de manera brusca y molesta-¡¿Vas a morir de hambre acaso?!
-simplemente no tengo hambre-mi tono era tranquilo, lo miré directamente a los ojos, pude ver una pequeña molestia que crecía en ellos.
Se levantó y se me acercó levantando el plato para darme la comida.
-¡Te he dicho que no tengo hambre!-grité exaltada y me levanté encarando a aquel hombre, alto y fuerte.
Él, con fuerza tiró el plato al suelo, me sostuvo del brazo y me lanzó contra la silla.
-¡Yo doy las órdenes!-su tono intimidante hizo que se me erizara la piel-¡Si yo te ordeno comer, tu comes calladita como toda una princesa! ¡¿Entendido?!
No respondí, lo miraba incrédula, este no era el hombre caballeroso que había conocido hace meses cuando iba a casarse con mi hermana. Debí imaginarlo, tratar de besar a la hermana de tu prometida no es de caballeros.
-¡¿Entendido?!-repitió pero está vez más lento, con voz gruesa mientras me miraba a los ojos.
Se me dificultó la respiración y mis manos comenzaron a temblar levemente, asentí con la cabeza suavemente, el miedo comenzó a recorrer cada parte de mi piel, sentí una gran presión en el pecho y un pequeño dolor de cabeza.
-me alegra que lo entiendas-se acomodó el traje y me dió un pequeño y suave beso en la frente-nos vemos esta noche.
Nunca creí que alguien así, pudiera besar tan suave, ser tan caballeroso y tener un tacto tan delicado, un príncipe sin ninguna duda, pero detrás de esa máscara se oculta alguien más tenebroso.
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Hoy, por segunda vez, como si nada hubiera pasado, como si aquel día nunca hubiera existido, como si nada se hubiera salido del plan. Me habían terminado de arreglar hace unos pocos minutos, me veía en el espejo, una pequeña sonrisa se pintó en mi rostro, pero rápidamente se desvaneció, este es mi destino y no puedo huir de él.
Voltee a un cuadro que tenía en la pared, cuadro que él me había dado una semana antes de morir, me acerqué lentamente conteniendo las lágrimas, aguantando las ganas de gritar y salir corriendo.
-Lo siento mucho-dije mientras acariciaba el rostro de aquel hombre pintado en el cuadro-no pude evitarlo, rompí la promesa-hice una pausa para suspirar-no te pido que me perdones, pero al menos, necesito que me entiendas, cuida bien de Carlos, sé que desde donde sea que estén, cuidarán de mi.
Una lágrima solitaria logró escapar, bajando lentamente por mi mejilla, recorriendo con suavidad cada parte de mi piel, para finalmente morir en mis labios con un sabor salado y melancólico.
Salí en total silencio, bajando las escaleras, con rumbo al pasillo trasero, aquel oscuro lugar que llevaba al calabozo. Al entrar, me invadió el miedo, el mal olor y una inquietud inexplicable.
Me acerqué a su celda, sin decir nada, sin hacer ruido, solo viendo a quien por muchos años llamé hermana, y que, a pesar de todo, siempre la llamaré así.
-¿Vienes a reprochar algo?-preguntó viéndome fijamente, sus ojos llenos de tristeza, su tono era tranquilo, como si se hubiese resignado.
No respondí, solo seguía ahí, viéndola con incredulidad, mi hermana, a quien más amo, ahora está encerrada como una prisionera, me ha lastimado demasiado, sin embargo, la seguiré amando.
-¿Qué quieres?-rompió nuevamente el silencio entre nosotras-ve, sé feliz, cásate y sé la mejor reina, hazlo, no importa qué, hazlo por mi.
-No importa lo que haya pasado entre nosotras-hablé finalmente con tono firme-tampoco lo que hayas intentado hacer, ni lo que hayas hecho, eres mi hermana, siempre te voy a amar.
Pude ver cómo sus lágrimas caian lentamente, esta vez, eran de verdad, llenas de culpa y arrepentimiento. Me di la vuelta para irme, sin decir nada más, dejando un mensaje claro, no era necesario seguir hablando.
-¡Ten cuidado!-exclamó a mis espaldas-¡El principe no es lo que parece!
Subí rápidamente al gran salón, me quedé detrás de la puerta, como era de esperarse, todos estaban ahí, fingiendo felicidad, olvidando lo ocurrido. Las puertas se abrieron, todos aplaudieron, caminé lentamente hasta el altar, dónde mi padre y el principe esperaban mi llegada.
-¡Nadie arruinará está ocasión ¿Verdad?!-exclamó una chica en el público, lo que ocasionó unas risas bajas a lo largo de la sala.
Nadie prestó atención, era como si solo fuera una broma del pueblo.
Al llegar, el rey me veía con una gran sonrisa, como si estuviera orgulloso de mi, pero, a quien engaña, nunca ha estado orgulloso de mi, este es su deseo, solo lo estoy cumpliendo.