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La reina
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—Su marido debería ceder la corona de una vez—su voz gruesa y firme me hizo temblar un poco—"princesa heredera", debería ser la reina de una vez.
—son las tradiciones del reino principe vitali, no puedo hacer nada al respecto—respondí con cerenidad—la última palabra la tiene el rey, el título de princesa heredera se le otorga a la princesa para que tenga voz en las decisiones del reino, pero no será proclamada reina hasta el fallecimiento del rey.
Él se volteó, dándome la espalda, sin decir ni una palabra, un acto vulgar e inaceptable.
—¡No me des la espalda!—exclamé—¡Estás hablando con la reina!
Al voltear, su expresión era sería, me veía con esos ojos que emanaban maldad, como si estuviera planeando hacer algo.
—muy bien—habló finalmente—respeto sus tradiciones, habrá que esperar el fallecimiento del rey.
Se fue dejándome con una sensación extraña en el cuerpo.
Subí a la habitación de Elisabeth quien estaba ordenando toda su ropa ya que viajaría con el principe a Rusia.
—¿Por qué lo hiciste?—pregunté luego de cerrar la puerta—hubiera sido mejor que no regresaras.
—¡Tenía que saber qué había pasado con él mamá!—exclamó con un tono de tristeza, aguantando las lágrimas.
—¿Qué has ganado con eso?—me acerqué a ella—él se ha ido, y tú, arruinaste tus sueños, por alguien que no te daría la estabilidad que mereces.
Se acercó más a mi y me abrazó, dejando salir todas sus lágrimas, sin temor a ser juzgada, su piel suave rozando con la mía, recordé cada noche cuando era solo una niña y le temía a la oscuridad, cuando le cantaba aquella canción.
—J'ai, j'ai gardé en secret—comencé a cantar suavemente, con delicadeza y voz baja, diciéndole, estoy aquí, siempre estarás segura mientras mamá esté contigo—Dans une boîte en argent.
—Un petit monde à moi
Des étoiles, un océan—cantó conmigo, mientras se levantaba lentamente, sus ojos húmedos se encontraron con los míos—Un peu d'éternité, une flûte de pan
Mais je n'ai rien de toi
Toi qui manque tellement—su voz era dulce, suave y tranquila, simplemente hermosa.
—Je suis là où tu m'as laissée
Sur la route du néant—nuestras voces juntas jugaban, escapando de la realidad, caminando lentamente agarradas de la mano, sin un destino fijo, solo dos almas disfrutando del camino—Je me suis laissée prendre en otage
Puisque sans toi, plus rien ne rime—nos levantamos tomadas de las manos mientras seguimos cantando—Plus rien ne rime, rime
Et je m'abîme, bîme
Et je m'abîme, bîme.
Al detenernos, un silencio se apoderó de la habitación, no era incómodo, no habían peleas, no habían diferencias, eramos solo nosotras, como siempre tuvo que ser, estábamos felices en nuestra oscuridad, tratando de escapar hacia la luz por un momento, en un lugar donde nosotras no podíamos entrar, juntas, aunque el mundo se venga abajo.
—¡Te amo madre!—me abrazó fuertemente.
—¡Yo también te amo cariño!
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El carruaje estaba listo, el rey y yo iríamos a una junta con el gabinete para hablar sobre los planes futuros del reino.
—¡Volveremos en unos días!—la voz gruesa del rey resonó en toda la sala—¡Cuiden el reino mientras no estamos.
—¡Eso haremos, tengan mucho cuidado!—la expresión de vitali era más extraña de lo normal, como si deseara que nos fuéramos—¡Encerio! Cuidense—repitió con voz suave pero con una mirada fulminante.
Emprendimos nuestro camino, el viento soplaba suavemente y el cielo era totalmente azul, con pocas nubes y mucho sol, él estaba revisando unos papeles y yo solo miraba por la ventana.
—¿Estás seguro de lo que hicimos?—rompí el cálido silencio que había.
—¿A qué te refieres querida?—respondió sin mirarme.
—a vitali—puse mi mano sobre los papeles obligándolo a mirarme—él no me da buena espina, no siento que sea un buen hombre.
—no hace falta que sea un buen hombre, solo necesita ser un buen rey y ser totalmente funcional—sus palabras fueron como estacas, lanzadas con fuerza hacia mi pecho.
Él, quien antes era cariñoso, amable, un buen hombre, un rey ejemplar, alguien a quien todos amaban, ahora no queda nada, solo avaricia, orgullo y menosprecio.
—¡Es tu hija!—exclamé.
—y también es la princesa heredera, debe hacer lo mejor para el reino, y si lo mejor para el reino es estar con él, así será—afirmó con autoridad y su típico tono de rey—¡Fin del asunto!
—al menos nos quedan años de vida—dije volviendo a la ventana—así podré proteger a mi hija.
De pronto mis oídos retumbaron, todo dió vuelta, los cojines, plumas y papeles salieron volando, sentí cada golpe en mi cuerpo, él trató de acercarse a mi pero salió por la ventana. De pronto, un fuerte golpe marcó el fin de la trayectoria, mi cabeza chocó fuertemente contra el suelo y todo se tornó oscuro.
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Al abrir los ojos nuevamente, no podía sentir mi pierna, todo era confuso y sentía un dolor que poco a poco iba aumentando, miré a mi alrededor y como pude, salí arrastrada del carruaje, estábamos en un acantilado, ví a los caballos más abajo, estaban vivos pero se quejaba de dolor, el carruaje destruido tenía mi pierna presionada contra el suelo, busqué por todos lados hasta que lo ví, al pie de un árbol, manchado de sangre y sin poder moverse. Con todas mis fuerzas, logré liberar mi pierna. Me arrastré hacia él, raspando mi ropa y cuerpo con las piedras.
—¡Altus!—grité—¡Levántate debes ayudarme!—mi tono desesperado, tratando de aferrarme a la esperanza.
Cuando llegué, no se movía, había mucha sangre y no podía oír su respiración. Lo moví, negandome a creer, la desesperación crecía, haciéndome olvidar el dolor en todo mi cuerpo, le gritaba que despertara, que no podía dejarme, me acosté en su pecho, su corazón aún latía.