Tourner Dans Le Vide

LXIX

Visitar a mi hermana no fue solo un acto de reconciliación, me sentí liberada, como si hubiese perdido un peso que me acompañaba desde hace tanto tiempo. Tengo que liberar a mi hermana y escapar con ella, ¿A dónde iremos?, no lo sé, pero lejos de este mundo donde solo sufrimos sin parar.

Mis ojos están fijos en esa gaveta, la que tanta intriga me ha generado todo este tiempo, la que he tratado de abrir millones de veces sin éxito, llevándome solamente a una golpiza que siempre termina conmigo en la bañera, débil y al borde de la muerte. Él siempre regresa con un doctor y sanan mis heridas, como si yo fuera una almohada que puedes apuñalar y luego coser la tela de nuevo y todo queda como si no hubiera pasado nada.

—¿Qué haces aquí?—su voz me sorprendió.

Me miraba confundido, como si estuviera en un lugar prohibido. Tenía unas cartas en la mano.

—es mi habitación—le recordé sin mirarlo—¿Para quien son esas cartas?

No respondió, sacó la llave del armario y abrió aquella misteriosa gaveta, por encima pude ver que habían muchos papeles, tal vez miles. Una carta de las que traía cayó al suelo, él no se percató. Me acerqué a él lentamente, sin hacer ningún movimiento brusco. Lo abracé por la espalda mientras le daba pequeños besos en el cuello. Se dió la vuelta con una gran sonrisa, fijando sus ojos en mi, nuestros labios se juntaron lentamente.

Ya no sentía nada, ni asco, ni satisfacción, y a decir verdad, aquí nunca hubo amor. Mientras él estaba entretenido, con mi pie, moví la carta debajo de la cama sin que él lo notara.

Me levantó en sus brazos mientras me seguía besando, sabía a dónde iba esto, me dejó caer a la cama y justo en ese momento tocaron la puerta.

—¡Señor tenemos un problema afuera!—uno de los guardias informó con tono serio.

Se levantó, cerró la gaveta y se fue, sin guardar la llave, llevándola con él a donde sea que haya ido. Esperé unos minutos antes de buscar bajo la cama.

Era para mí, pero no decía de quien era, ni de donde venía. La dejé en la cama mirándola incrédula, en todos estos años, nunca había recibido una carta, ¿Por qué quería ocultarla?

La tomé lentamente, mi pulso se aceleró, algo me decía que está carta me daría otra razón para escapar, o quizás, una razón para quedarme. Ambas opciones me aterraban. La dejé y fui al baño, me miré al espejo, me lavé el rostro y volví a la habitación.

Sentía como me llamara, como si me pidiera a gritos que la abriera. Pero por alguna razón que no comprendía, sentía un miedo inexplicable.

—¡Ábrela Elisabeth!—exclamé en voz alta—¿Qué puede ser?, ¡Nada puede ser más horrible que estar aquí!

La abrí lentamente, con un nudo en estómago, una hoja un poco deteriorada y sucia, y un mensaje que me negaba a leer.

La solté antes de poder ver qué decía al escuchar unos pasos. Tiré la carta debajo de la cama de nuevo.

Él entró apurado, parecía tener miedo, no hablaba, comenzó a empacar unas cuantas cosas.

—¿Qué sucede?—pregunté con el miedo atormentandome lentamente.

—¡Debo viajar a Rusia lo antes posible!—exclamó—te estarán vigilando todo el tiempo, así que no intentes nada estúpido o verás las consecuencias cuando regrese.

Antes de salir, guardó la llave en el pequeño cofre, llevándose la otra llave con él. Se fue sin despedirse, sin decir más, sin explicaciones y la verdad no las quería.

Tomé el cofre y me asomé fuera de la habitación, ahí estaban, tres guardias de cada lado. No podía salir, ¿qué podía hacer?

Escondí el pequeño cofre en mi vestido y salí tranquilamente.

—¡Iré a mi antigua habitación!—informé—¡Hay algo allí que nunca traje y la necesito!

Cómo era de esperarse me siguieron hasta la puerta, no entraron, pero ahí se quedaron. Cerré con llave y entré rápidamente al pasadizo, el cual ya no llevaba a ningún lado, las salidas habían sido cerradas cuando levantaron aquella estatua horrenda.

Me quedé en la cueva, tomé un gran martillo. Aquí habían sido guardadas muchas armas y herramientas en caso de peligro, es increíble que Vitali aún no sepa de este lugar.

Dejé la pequeña caja en el suelo y con todas mis fuerzas la golpee, una, dos, tres veces. Una cuarta vez y se rompió en tres partes, la llave estaba ahí, intacta, esperando ser usada.

Salí tranquila, sin decir nada, y me dirigí a mi habitación.

—¿Encontró lo que buscaba majestad?—indagó uno de los guardias.

—¡No!—respondí—¡Supongo que se perdió mientras movían las cosas!

Al cerrar la puerta detrás de mi el miedo me invadió. Ya no había vuelta atrás, después de ver lo que había ahí dentro debía huir, salir de aquí si quería vivir.

Saqué la carta que estaba debajo de la cama y abrí la gaveta, eran cartas, tantas que no podían ser contadas, algunas tenían fecha, otras no. Todas estaban abiertas pero ninguna decía de quien era, y todas eran para mí.

Decidí leer la que yo había abierto.

Elisabeth, está es la carta número dos mil ciento cinco que te escribo, tal vez ha pasado demasiado tiempo, tal vez el nuestro se acabó hace más de veinte años. Te sigo amando como el primer día, te sueño cada noche, pensando que algún día vendrás a mi y serás libre de esa prisión.

Te estoy esperando aún, tal vez ninguna de mis cartas te haya llegado, o quizás ni siquiera las leíste, pero seguiré enviando cartas todas las semanas hasta que leas alguna y sepas que te espero y siempre te esperaré. Aquí estoy, esperándote.

Atte: Carlos

Mis ojos se llenaron de lágrimas con cada palabra que leía, una sonrisa se pintó en mi rostro. Veinte años creyendo que había muerto, veinte años sin saber nada de él, y todo estaba justo aquí.

Al ver los papeles en la gaveta me di cuenta de que él siempre pensó en mi, cada carta era de él, cada palabra, desde hace veinte años, escribiendo para mí. Algunas eran poemas, otras eran mensajes de aliento. En unas me decía que me amaba y que nunca ha dejado de pensar en mi, en otras me decía que no me rindiera y en otras me contaba que él con la ayuda de André y Juan han tratado de salvarme, de entrar aquí, pero se les ha hecho muy difícil.



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En el texto hay: romance, drama

Editado: 10.09.2025

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