Tramir: Imperivm Inmolatio

Capítulo V.

ARYA €

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Abro las puertas. No suavemente. No como una cortesía.

Las abro como yo: de golpe, sin pedir perdón y con toda la intención de incomodar.

Los guardias apenas respiran. Algunos sudan. Pobres. No saben si seguir mis órdenes... o conservar la cabeza.

Y ahí están.
El espectáculo de los horrores.

Tramir, Ragza y Nero.
Hermosa familia. Tan perfecta que dan náuseas.

—Qué cálido recibimiento —Anuncio con una sonrisa que ensayé en la celda, justo después de imaginar cómo iba a hacerlos sangrar—. Me conmovieron tanto sus amenazas que no pude resistirme a venir en persona.

Tramir ni siquiera me mira.
Qué predecible.

El gran señor está enojado. Otra vez.
A estas alturas, su desprecio me da más risa que miedo.

Ragza, en cambio… aplaude. Por supuesto que aplaude.

—¡Qué entrada! —Exclama con esa voz de princesa en plena guerra de egos—. Si no fueras mi cuñada, te ofrecería trabajo. Necesito entretenimiento decente en la servidumbre.

No vine por ella. No todavía.
Pero anoto su tono. Su burla. Y su perfume caro de realeza.

Mis ojos se deslizan hacia él.
A ese pedazo de hielo y odio que debo llamar esposo.

—Tramir —Digo su nombre con una dulzura tan falsa que hasta las paredes se estremecen—. ¿Así recibes a tu esposa? ¿Con pan duro y amenazas?

—Si prefieres algo más blando, puedo arrancarte la lengua y servirla tibia —Responde sin pensar.

Qué romántico.

Sonrío. Porque mostrar los dientes a las serpientes siempre las hace dudar antes de atacar.

—Ya extrañaba tu ternura —Susurro—. Las ratas de las mazmorras son más amables… aunque les falta ese encanto tuyo de homicida elegante.

—Yo no reprimo nada —Gruñe—. Solo estoy esperando que Nero me deje hacer limpieza.

Y ahí está él. Nero.

El único que no juega a ser un monstruo.
El único que podría detener esta masacre con solo levantar una ceja.

—Basta —Dice. Y basta.

Porque cuando Nero Morthas Vladis V Kaelzar habla, hasta los fantasmas se callan.

Lo miro. Alto. Con ojos igual al demonio con el que me case, pero más humanos. Pulcro. Amable.
Una trampa envuelta en calma. La amabilidad más peligrosa es la que viene con poder.

—Rey Nero —Pronuncio su nombre como si degustara veneno caro—. Un placer conocerlo.

Inclino la cabeza. Solo un poco. Solo lo justo.
Después de todo, las serpientes también se inclinan antes de morder.

Él hace una leve reverencia y sonríe. Una sonrisa tibia, honesta. O sabe fingir mejor que yo.

—Reina Arya —Dice mi nombre como si le agradara—. El placer es mío. Y espero que esta velada sea de su agrado.

Qué amable. Qué irónico.

Giro el rostro hacia Tramir.
Ese hombre que me ata con anillos y barrotes.

—No vine a pelear —Anuncio—. Solo quería cenar con mi nueva familia —La palabra me arde en la lengua, pero la dejo salir con burla clara.

Tramir se ríe. Cómo no.
Con ese desprecio que aprendió a usar mejor que su espada.

Ragza niega con la cabeza.
Divertida. Como si esto fuera un circo y ella el público.

—¿Así que tú eres el gran amor de mi hermano? —Dice, con esa sonrisa de diva aburrida—. Supongo que sabes quién soy… si es que has leído algo más que menús de prisión.

—Pues al parecer tu nombre no es tan importante si jamás llegó a mis oídos —Respondo, fingiendo sorpresa y algo de lástima.

La veo apretar la copa. Pero sonríe.
Qué frágil es el ego cuando se disfraza de realeza.

—Te casaste con una inculta, Tramir. Qué decepción. Qué asco —Suelta con una risa seca que se deshace como ceniza—. Soy Ragza Altheory Sorezgo Bianchè, reina de Ragnok, tercer imperio del continente. Y no hace falta que me des tus respetos.

Ahora sí la miro.
No como rival.
Como amenaza.
Como la víbora real que es.

—Y por lo que veo, cuñada —Alarga la palabra como si le diera asco en la boca—. Tú no viniste a cenar. Viniste a provocar. Y sin invitación, qué ordinario.

—Lo tengo claro —Digo sin mover un solo músculo—. Pero me parece peor sentarse como reina sin tener la corona.

Y ahí se le acaba la gracia.
Perfecto.

Nero suspira. Cansado. Lo noto. Eso es útil.

—Ragza, por favor. No seas grosera. Controla tu carácter —Dice con esa voz templada que parece una caricia. Pero suena a advertencia.

Camino hasta la mesa. Me siento. Sin permiso.
Porque ya no lo pido. Nunca más.

Ragza me pasa una copa.
Curioso.

¿Cortesía? ¿Veneno?
No importa. También sé beber de copas que matan.

Nero cierra los ojos. Parece un rey rodeado de niños armados con rabia.

Tramir me observa.
Como si pudiera detenerme con una mirada.

Pobre hombre.
Cree que esta es la batalla final.

Y no sabe que esto…
Esto apenas comienza.

—Levántate de esa silla —Escupe Tramir, la palabra más afilada que su espada favorita.

No lo hago. Por supuesto que no lo hago.

Cruzo las piernas. Me sirvo vino. Tomo un sorbo con lentitud.

—Oh, lo siento —Digo sin pizca de arrepentimiento—. ¿Está reservada para alguien más? ¿Acaso esperas a una amante… o a tu madre resucitada?

Nero cierra los ojos. Ya está cansado, el pobre. Tramir, en cambio, está alcanzando su punto de ebullición.

—Te lo diré una sola vez —Gruñe, y su voz tiene ese tono grave que suele venir acompañado de cuerpos—. Levántate de mi maldita mesa, Móscar.

—¿Tu mesa? Qué interesante. Porque parece que Nero es más rey que tú en este lugar.

Ahí lo tengo. Justo en el borde.

Tramir se pone de pie.

El aire cambia.

Nadie respira.

Y por un segundo —solo uno— creo que va a reír. Pero no. Su mano vuela hacia mí.

Va por mi cuello.

Pero no llega.

—¡Tramir! —La voz de Nero lo parte todo.

Firme. Implacable. Un muro ante la rabia.



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En el texto hay: #drama, #dragones, #principes

Editado: 11.09.2025

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