Tranquility

Capítulo 1: Normalidad

Ha este asunto le he dado muchas vueltas y aunque lo he visto desde todos los puntos de vista posibles, sólo en uno salgo favorecido; porque primero tengo que pensar en mí aunque suene muy egoísta. Durante el vuelo de regreso a Las Llanuras me pasé todo ese tiempo pensando en qué hacer con la relación que tengo con Amelia. Es una mujer hermosa y a pesar de su edad se conserva como si tuviese treinta años recién cumplidos. Tiene unos labios muy apetecibles y esa melodía que sale por sus labios le dan a ella y a su encanto diez puntos más a favor.

Conocía a Amelia un día que salía del periódico e iba de camino a una conferencia sobre las obras de Lope De Vega. Ella llevaba su pelo rubio recogido, no tenía ni un solo gramo de maquillaje en su rostro, tenía puesta una blusa azul un poco descolorida que parecía comprada en una tienda de ropa importada y unos pantalones negros desajustados que bailaban cada vez que el viento soplaba. Nos miramos y le pedí disculpas por haber tropezado con ella pero insistía en que era su culpa por estar distraída. Al otro día me la encontré en el periódico y al verme me dijo que era su primer día de trabajo. Varias horas después los dos estábamos cenando en un restaurante muy cercano al periódico. Hubo un tipo de conexión al instante cuando sus ojos color avellana, iluminados por una modesta lámpara que descansaba encima de nuestra mesa, clavaron su mirada en los míos.

Luego de estar compartiendo mucho tiempo con Amelia, en el cual fuimos muchas veces al cine y cenamos juntos, me he dado cuenta de que ya no puedo mantener ninguna relación estrecha con nadie y mucho menos con una mujer. Amelia es muy encantadora e inteligente, cualidades extraordinarias sin mencionar su notable belleza, pero soy muy inseguro y estoy convencido de que pasará lo mismo que pasó con mi última pareja. Hoy cuando llegue a mi apartamento la llamaré para que nos reunamos en la noche.

***

El aeropuerto de Las Llanuras es un lugar al que yo siempre voy a describir con una palabra; exótico. Pisar los mosaicos de su piso no me hace sentir como si ya estuviese en casa, más bien me hacen sentir como si acabara de llegar a un destino desconocido y yo tendría que arreglármelas por mí mismo. Las personas andan de aquí para allá cargando o arrastrando las maletas de su equipaje y deben sentir lo mismo que yo pero están tan seguros de sí mismos que no demuestran ni un poco esta sensación.

Entre el mar de personas que hay aquí encontré un teléfono público y he llamado a mi hermano Lucas a su consultorio médico allá en Madrid para avisarle que he llegado bien y que estoy de camino a mi apartamento, él se alegra al escuchar lo que le digo pero se disculpa porque tiene que colgar ya que está atendiendo a un paciente. Antes de colgar me ha dicho que me llamará al apartamento tan pronto como pueda. 

Al salir a la calle rápidamente encuentro un taxi, el taxista me ayuda con mi ligero equipaje, le digo la dirección hacia donde me dirijo y subo al auto. Hace una ola de calor intensa, 38° Celsius,  pero eso no es un impedimento para que el amable taxista, luego de reconocerme, comience a decir lo mucho que me admira. Yo, un poco agotado a causa de la mala noche que pasé, agradezco con gestos y agrego uno que otro comentario. Sentado en uno de los asientos traseros del vehículo veo a través del cristal de la ventanilla como las mujeres llevan sombrilla y gafas para protegerse del sol. No me percaté del tiempo que había transcurrido ni de cuales lugares habíamos dejado atrás pero el vehículo frenó y el conductor me mira para avisarme que hemos llegado al destino que yo le indiqué. En efecto, hemos llegado al edificio donde me alojo. Un edificio de veinte plantas donde cada una de las plantas posee dos apartamentos por lo que como mínimo vivimos 80 personas en este sitio.

Salgo del taxi y el conductor, un dominicano nacido en una parte de República Dominicana llamada Los Llanos, me ayuda a sacar mi ligero equipaje. Luego de pagar la debida tarifa por el servicio que me ha ofrecido me pide que le de un autógrafo, en cambio, busco en una de mis maletas un ejemplar de una novela mía. La firmo y le escribo una dedicatoria. El hombre la recibe con muchísimo entusiasmo y repitió, en menos de treinta segundos, más de diez veces “gracias don Diego”.

***

Por fin ya estoy en mi apartamento de soltero, realmente de divorciado, un lugar muy espacioso para una sola persona. En dos habitaciones, un baño, una sala, cocina y una pequeña terraza desarrollo mi vida luego de salir del trabajo. Duermo en una de las habitaciones mientras que la otra es la guarida donde me encierro por horas, a pesar de vivir sólo, a desconectarme de todo el mundo y concentrarme en el proyecto literario en que ese momento este llevando a cabo. El desorden es algo habitual en mi morada. Los libros, las hojas arrugadas, los bolígrafos sin tinta, los cuadernos  y las cajas de cigarrillos se pueden ver por cada rincón.

He dejado las maletas en la habitación donde duermo y me dirijo hasta la sala, allí está el teléfono. Delante del aparato olvido por completo el número telefónico de Amelia pero como esto me ocurre con mucha frecuencia con cada número de teléfono tengo una  pequeña libreta donde los tengo todos apuntados, desde el más insignificante hasta el de suma importancia. Busco el número y lo marco lentamente dígito por dígito. El teléfono comienza a emitir el típico sonido intermitente. Un tono, un segundo tono, un tercer tono…silencio.




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