Tras el rastro del General

La reunión. Comienza la investigación

La reunión.

Comienza la investigación

 

 

 

“La historia imparcial espera todavía revelaciones, para señalar con su dedo al instigador de los asesinos”.

Domingo Faustino Sarmiento, -Facundo

 

 

Al terminar de cenar ambos amigos, el viejo le preparó un cuarto a su amigo. Luego platicaron unas horas hasta llegada las doce de la noche. Ambos estaban cansados, por lo que Rodrigo decidió irse a recostar. El viejo le dijo como siempre.

—No te asustes, son historias y pensé que a vos te interesaría por esa idea que tenés dentro de vos de investigar y esos estudios que tenés vos sobre culturas y religiones.

—¡Gracias! -se ríe jocosamente Rodrigo-, no me asusto, solo que es un poco extraño, mi amigo sabe de estos temas, y dejé de preguntar en los santos del otro mundo hace tiempo, ya sabés que uno quiere comenzar de cero toda su vida.

—Te entiendo, mi amigo, pero ya han pasado los tiempos de oscu- ridad. ¡No hace falta ya esconderse!

—No hace falta, pero hace falta. Nunca se sabe cuándo puede so- brevenir un hecho que estos gobiernos corruptos quieran esconder.

—¡Todavía cthe! ¡Tenés esa anarquía latente, ja, ja!, y de cuando te conocí escapando de provincia en provincia. ¡Qué bueno que no la hayas perdido! -y sonríe el viejo con sus pómulos arrugados y su ojo desviado.

—¡Gracias!, mi amigo.

Rodrigo se retiró a su cuarto a descansar. Se quitó los zapatos y las medias. Estaba agotado para darse una ducha que relegaría para el otro día. Se quita el pantalón y camiseta. Se acuesta boca arriba con las manos colocadas en sus palmas en la nuca. Se queda observado el

 

 

foco de luz. Una luz tenue y débil. El silencio comparte con él aquel instante y le susurra ideas hasta que la concentración es quebrada por un grillo que no deja de expresarse con sus ruidos. Se acuerda de su amigo y de la historia que una vez le comentó sobre un viaje a Portu- gal y un tal Fernando Nogueira Pessoa. Hace tiempo que no se ven, pero habían combinado unas vacaciones juntos, cuando Rodrigo lo dispusiera, él sabe que su amigo suele viajar y en un intercambio de misivas se contaron las historias más insólitas hasta que la llegada del teléfono fue una realidad para el pueblo. Él puede ser que sepa del asunto. ¿Qué hacer? ¿Contactarlo? Mañana lo llamaría por el aparato en alguna cabina telefónica de larga distancia. Sería espléndido reu- nirse nuevamente con él.

Persistió en el asunto Quiroga. En cada coyuntura aparecía la ima- gen del general. Cada instante hasta que aquel periodista cerró los ojos. La luz que todavía continuaba encendida reflejó un aura extraña. Rodrigo estaba dormido y entre el sueño y la realidad supo sostenerse de un hilo pequeño que era aquella iluminación franca y ambigua. Ahora comenzó todo a encenderse como si se quemara aquel cuar- to. Él estaba atado a una cama y un agujero se abrió en el centro de aquella habitación. Un agujero de color negro que parecía una puerta tridimensional. Y un ser ascendió de aquel sitio. El hedor de aserrín y azufre hicieron presente que una silueta de color espectral hacía su aparición.

—¿Quién eres? -le dice asustado Rodrigo sin poder mover el cuello. El cuerpo de Rodrigo estaba paralizado, sin poder moverse como petrificado en aquella impertérrita imagen que tomó su mentón con su mano huesuda y acercó la mirada con sus ojos rojos. El fuego cada

vez crecía hasta alcanzar dimensiones abismales

—¡Soy la efigie de quien más temes! Tú has visto a ese quien osó embaucarme y regodearse de mí.

—¡No comprendo!

—Ya lo entenderás. Entenderás que el alma no puede escapar a los pactos.

 

 

Solo ese ser lúgubre advirtió a Rodrigo y tomó paso hasta aquel hoyo escondido y se convirtió en humo espeso que se esparcía. El fue- go poco a poco disminuía. El agujero se redujo a nada. No quedó más que solo un aroma del azufre. Una foto del general Quiroga arrojada al suelo con una mancha de sangre. Seca y espesa. Rodrigo se incorpo- ró, y tomó el retrato de suelo. Este dibujo litográfico poseía la mirada penetrante como una lanza fortificada que se disparaba en los ojos de quien viese. Éste realizó con su mano un bollo de aquel papel. Y engulló aquella imagen para morir en su estómago.

Todo comenzó a desvanecerse. Estaba mareado, se sentía mal por deglutir aquella impresión, y cayó desmayado al suelo golpeándose la cabeza contra el piso. La gris dimensión en ella comenzó a desvane- cerse lentamente como el humo de aquel demonio. Ahora ya no había nada. El cuerpo, mientras ladeaba en el otro lado, transpiraba por to- dos los poros de la piel encarnada en temor, y desesperación.

Al llegar la mañana el canto de los pájaros se hizo presente. Un te- nue rayo de luz se filtraba por una abertura de la persiana y señalaba el suelo. Un punto ciego. El ruido incesante de ellos despertaron a Rodrigo que bostezo con elocuencia estirando su cuerpo. Luego pudo destacar que una pesadilla atroz lo consumió. Solo que el dolor de cabeza todavía continuaba. ¿Producto de aquel sueño? Se tocó la sien con sus dedos, anular y medio, y verificó que poseía una anómala fi- gura en ella, una pelotita en aquella parte del cuerpo, un chichón. Se incorporó de la cama rápidamente y fue de prisa al baño. Encendió la luz y ahí estaba aquel bulto. Un moretón que podía verse a leguas. Ya estaba grande para recibir golpes. A lo mejor se había caído de la cama y ante el trance no pudo darse cuenta de lo ocurrido. Volvió al cuarto. Era bastante temprano y el viejo aparentemente continuaba descansando. Aquel periodista que no comprendía bien el asunto re- anudó nuevamente, acostándose en la cama y permaneció un largo tiempo pensando lo que ahora pasaba. Recordaba al pie de la letra la apariencia de ese sujeto, el porte de un ser misterioso con la presencia de una foto, un dibujo amplio del rostro de Quiroga, y después él de-




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