La salida de la ciudad. Cuestiones de familia.
Las costumbres moldan a las personas
y corrompen la libertad…
Por la rua Garret cruzo hasta llegar a Rua Novo de Almada. La sin- fonía de la guitarra me acompaña. Será nuevamente agradable en cuanto llegue a la Argentina estar en aquellos caminos. Me he acos- tumbrado a las calles de Lisboa. A sus ambiguas curvas y diagonales. A los relieves desacertados de piedras. El castillo de Sao Jorge. El im- ponente leviatán. Recuerdo que allá no hay castillos, solo fachadas al estilo francés y en la provincia de Córdoba, más ciertamente en su capital, ruinas de los jesuitas que vinieron desde la península ibérica con una Biblia bajo el brazo y la palabra de Dios dando a entender que el culto de los equinoccios, solsticios o ceremonias lunares ya no era necesario. La madre tierra por excelencia, la Pachamama, en el norte argentino diaguita, aimara, etcétera, tuvo el mismo ocaso, ya no sería la protectora de la tierra, podía jubilarse. Junto a estas aberraciones de etnocidio vinieron otros amigos: la viruela, sarampión, gripes. Eran nuevos habitantes que como se verá no podían coexistir junto a los nativos de la Argentina. Fueran querandíes, o como les decían los es- pañoles, pampas, ranqueles, comechingones o tehuelches. No sé por qué, creo que debe ser importante este tipo de información. ¡Algo me dice que sí! Debo recopilarla sobre el asunto si quiero tener un panorama amplio. Un libro de las notas de Thomas Faulkner, un je- suita inglés que supo estudiar las culturas. Si recuerdo bien, los había clasificado en grupos. Los het, como nombre oficial de nómades de la pampa y la Patagonia. Los taluhet en la provincia de San Luis, y el cen- tro de Santa Fe. Los diuihet o querandíes, los que posiblemente sean ascendientes míos que habitaban Buenos Aires y Santa Fe. Los che-
chehet, Río Colorado y Río Negro de la provincia de Buenos Aires. Los tehuelhet en toda la Patagonia y selk´nam en Tierra del Fuego (una joven provincia en los confines del mundo, allá muy al sur). Esta clasificación es una de las primeras. Como se sabe las extensas tierras del país tienen infinidad de estos pueblos originarios. Rosas siempre trataba con pactos de paz con los caciques ranqueles, y los borogas. Él sí que era un tipo inteligente en asuntos de negocios (con el cacique Cañiuquir) y le había otorgado a Quiroga en principio la titularidad de la campaña del desierto que por su enfermedad reumática no pudo aprovechar. Qué extraño, ¿no? Que la historia del mundo sea sobre la base de conquistas. La Argentina de ese entonces eliminaba pueblos nativos. Los pueblos nativos que se eliminan entre ellos. Los romanos contra latinos y etruscos, y luego contra galos, britanos, iberos, lusi- tanos, aquí y otros tantos. ¿Qué mundo es eso? Una conquista. Basta de meditar sobre naciones existentes en la Argentina, tengo hambre, es casi de noche. La música de fado con su melodía de guitarra ha quedado atrás.
Ya estoy llegando a mi morada, me topo con Rodolfo que viene de la calle de enfrente con una campera cerrada en pleno verano. En su pecho parece que una extremidad se le nota en el busto derecho. Como una protuberancia. Algo un tanto raro.
—Hijo, ¿cómo estás?... ¿de dónde vienes? -le pronunció con todo de misterio -uniendo las cejas de una cara en una faceta de interrogación
—¡Vengo de la casa de Joao!
—¡Bien! -sigo con mi indagación explícita del asunto.
—¿Qué estuvieron haciendo?
—Escuchamos música y luego fuimos por la rambla del Tajo, padre.
—Hijo, ¿qué tenés ahí dentro de la campera?
—¿Qué? -ladea la cabeza con los ojos mirando hacia otro lado.
Se puso un tanto nervioso. Alguna gota caía de su frente como un testigo en pleno juicio sin saber qué responder luego de una pregunta capciosa. Inmediatamente me puse a palpar su pecho con la mano. Sentía un bulto del otro lado de aquella prenda.
—¿A ver, hijo, qué tenés guardado?
—¡Nada, pa!, ¡nada!
—¡Abrí el cierre! ¡Quieres!
El infante toma con su mano el cierre desde el comienzo y lo baja cui- dadosamente. Dentro de él, se encuentra una revista. Tomo con mi mano el ejemplar. La tapa de una modelo desnuda. De nombre Íngrid, una mu- jer voluptuosa de origen ruso, mostrando sus atributos como quien no quiere la cosa. Abro la primera página y ella hace su aparición sexual.
—¡Hijo!, ¡no me parece que tengas que tener esto! -trato de ser pa- ciente, sé que es un niño que está por ingresar en la adolescencia, siendo un inocente crío, y es normal en un joven que la libido se dispare antes de tiempo ante una señorita de buenos encantos, sobre todo el trasero.
—¡No!, ¡pa!
—¿Dónde lo conseguiste?
—¡Es de Joao!
Respiré hondo, con un gesto de enfado. La verdad como padre es- toy chapado a la antigua y carezco de ese sentimiento de amigo cordial que habla con su hijo, por lo que no sabía cómo tratarlo, como tampo- co a Milagros. Nuestra relación, como le comenté a don José, se estaba desgastando. Ya no sentíamos la pasión de dos enamorados. Éramos compañeros. Está bien que a cierta edad uno muda hábitos maritales y ser cónyuge en estos tiempos requiere estar al día con todas las mañas del enamoramiento; no obstante, se me habían acabado las ideas. Y cuando ya no hay ideas se avecina el fin. Tampoco como padre. Tenía mucho que aprender todavía.
—¡Mira, entra!, ¡mira si te ve tu madre con esto! -le dije y me quedé con la revista.
—¡Bueno! -mira al suelo el arrepentido con un color rojo. Muy co- lorado de la vergüenza de que su padre lo agarre con las manos en la masa con una revista pornográfica.
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Editado: 21.12.2023