Tras el rastro del maestro

El encuentro III. Anécdotas. Una cita, y el mago

Tranquilo y seguro. El señor Raimundo Silva se encargaría de llevar a cabo el encuentro con aquel hombre de doctrina comunista. Estaba ansioso. No por el hecho de recibirlo, sino por esa inquietud de humano inseguro de poder llegar a mi meta.

Tomo nota en el hall del hotel. Un letrero dice: café da manha – de 7 á 10 horas.

Un café, azúcar para no entrar en un golpe de gastritis. El café negro es un potente herbicida intestinal propenso a una úlcera. Aunque la edad todavía me ayuda. No obstante, hay que ser agradecido de poder degustar todo tipo de comidas exóticas que otros cuerpos, otros sistemas digestivos, no tolerarían. Nuestro cuerpo es frágil. Una máquina taylorista de los tiempos modernos. Constantemente trabajando.

Puede que del estudio de la anatomía humana haya nacido la Revolución Industrial, y con ello las ideologías.

Un bolo (torta de crema) para degustar. Junto al café con tres cucharadas de azúcar.

Desde el hall central de la sala un vidrio grande nos separa de la Rua Dos Camoes en el cual el hotel se encuentra.

Enfrente, del otro lado de la calle, se ve a aquel hombre ya mencionado en ocasiones anteriores con sombrero y saco negro. Tiene bigote. Ojos color marrón. Mirada de piedra. Pequeño de contextura física.

Observa cada tanto en sentido al hotel. En dirección al hall central. No parece el típico agente de Salazar. Incluso hay dos policías que también observan para este sector de la calle.

Uno de ellos conversa con el otro. Luego de verificar unos términos, deciden. Uno tan alto como el otro. Pelo negro corto. El bajo es rubio de ojos claros. El pequeño asiente ante un dicho del otro agente y se dirige hasta el hotel.

Camina a paso lento. El otro oficial observa. El hombre de sombrero también se propone la misma función. Saca de su bolsillo un paquete de cigarrillos. Finamente con el dedo pulgar e índice toma uno, y lo lleva a la boca con una gran calada orientando el humo del tabaco hacia su lado derecho. Continúa su posición de centinela.

El oficial bajo de cabello rubio está del otro lado de la vereda. Se posiciona e ingresa a la puerta central del hotel.

Recorre unos metros hasta dar con el encargado de llaves. Cruzan unas palabras en un ir y venir.

Ambos sujetos me observan. Siguen hablando. El encargado toma su libro de ingresos y muestra al oficial la nómina de ingresantes del hotel.

Lo cierra, y devuelve a su sector. El oficial da dos pasos atrás, y recorre el hall al living de desayunos. Se detiene al lado mío como sabueso.

–¡Señor! ¡Espere un minuto!

–Buenos días, oficial (trato la cordialidad que de seguro este hombre olvidó hace tiempo para aparentar agresividad).

–Preciso que me deje su identificación y pasaporte. Extranjero, ¿no?

Por suerte tenía a mano mi cartera, con la documentación requerida por el oficial de guardia de calle.

–Aquí tiene, oficial. ¿Algún problema?

–¡Nada grave! Solo controles de rutina.

El sabueso de gorra toma nota en un cuadernillo de mis datos de identidad.

–¿Motivo de viaje, señor?

–¡Vacaciones!

–¿Gusta del Viejo Continente?

–Me agrada. Es algo diferente a lo que se puede admirar en Sudamérica.

–Bien. ¿Conoce las normas en el país?

–Conozco, sí. Ser turista da lugar a curiosidad.

El sabueso maligno frunció el ceño. No debí decir curiosidad. Es una palabra nefasta en una etapa de irradiación de sangre. Denota investigar. Y los tiburones huelen la sangre. Tanto que se dividen en grupos de caza. La investigación es una fetidez. Y con ello la verdad de resolver lo que la organización tiene tras sus manos sucias.

–Todo en orden, señor, le devuelvo sus documentos.

–¡Gracias!

–Que tenga buen día, buena estadía en el país, y ande con precaución.

–Gracias. Lo tendré en cuenta.

El agente dió un paso atrás y se fue lentamente hasta la puerta central saludando con un ademán facial al encargado de llaves.

En pocos minutos estaba fuera, y en pocos minutos cruzaría la calle para comentar a su compañero. Los dos tomaron rumbo ahora tal vez a molestar con datos a otro personaje transeúnte.

Esta era una prueba de lo que sería Lisboa, y la búsqueda de José y Pessoa. Debía cuidarme, no sabía qué pasaría en adelante. No era muy distinta Portugal

de la Argentina en ese sentido. Control, documentos, allanamientos. Y mucha precaución por donde se pisa. Son campos minados. Un paso en falso, y la nueva Inquisición estará ahí para interrogar de ser posible con cualquier método de decir la verdad. Todo un proceso.

Saco mi libro de poemas e historias. Algunas tienen los ejemplares de Ricardo Reis, el médico; otros de Alberto Caeiro, el poeta filósofo, y otros de Álvaro Campos, el ingeniero. Y así nuestro mago se multiplicó como Dios en la sagrada Biblia decía multiplicaos. Pessoa logró parir mil hijos de su cabeza. Cada uno. Una vida. Un sueño. Un objetivo. Y la magia de este brujo proviene de su cerebro.

El maestro dice:

… Tengo el deber de encerrarme en la casa de mi espíritu y trabajar cuanto pueda y en todo cuanto pueda para el progreso de la civilización y el ensanchamiento de la conciencia de la humanidad.

Este hombre fue una persona completa en sus sentidos. Un escritor que se autodefinía como individualista, y enemigo de la mediocridad.




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