Frente a la entrada del cementerio se le escapó un suspiro a Amalia, mirando al cielo recuerda el rostro de su hermana. Ella simplemente desea volver a verla.
Caminan entre flores y lapidas, hasta llegar a la bóveda de su hermana. Después de colocar las flores y hablar un poco, los padres de las gemelas deciden ir a visitar otras tumbas, pero Amalia les dice que se quedará un poco más de tiempo y que luego los alcanzará en el carro.
Al quedarse sola frente a los rostros de su hermana comienza a decir: - han paso muchas cosas desde la última vez que vine, te extraño tanto, me pregunto ¡como estas en el mundo de los muertos? ¿Qué haces? Anoche apareciste en mis sueños, pero estabas más grande, será ¿Qué has crecido? - Solo el silencio le respondió.
Ella decide volver donde sus padres, al acercarse a la salida ve una sombra blanca justo en medio del camino. Amalia al principio se asusta, pero pretende no verla, pensando que así no pasaría nada. Poco a poco se acerca al final del camino donde la espera la sombra, a medida se acerca identifica que posee un cabello largo hasta la cadera y un cuerpo delgado. Intenta pasar de largo, pero ese ser la detiene tocándola con el dedo índice su pecho, siente un frio extenderse desde ese lugar hasta llegar a la última célula de su cuerpo, paralizándola. Una voz de mujer resuena en su mente que le dice: - mañana al atardecer debes volver, te estarán esperando - luego la mujer pasa de largo devolviendo el calor a su cuerpo. Ella, como puede sale lo más rápido que le permite sus piernas temblorosas hacia el carro de sus padres.
Al llegar su madre le dice muy preocupada: - ¡Qué sucedió! ¿por qué traes esa cara? A lo que el padre comenta entre risas: - seguro se le ha aparecido un susto – la madre le pregunta: - ¿qué susto? - él le contesta: - ¡el susto de que la hubiéramos dejado!
Pero Amalia solo se queda en silencio su lengua se ha quedado dormida, siente un fuerte hormigueo recorriendo su boca al intentar pronunciar alguna palabra.
Esa noche la luna ilumina el cuarto con los rayos que se cuelan por su habitación. No ha podido dormir por lo que ha pasado en ese día, primero los seres en su institución, luego en el cementerio. - ¿esa mujer? ¿lo que sucedió fue real? - murmuraba. Todo apuntaba que, sí lo era, pero, prefirió convencerse así misma que todo había sido producto de su imaginación, se decía: - seguro pasó porque este día siempre me vuelve más sensible -. Comenzaba a cerrar sus ojos cuando sintió que alguien se sentaba en su cama. De golpe abrió los ojos y vio un par se sombras en el borde la cama una pequeña como un niño y una más grande como un joven. Se asustó mucho, terminando por cubrirse completamente con la colcha para protegerse, mientras su respiración se agitaba, su corazón se aceleraba y en su mente se decía: -tranquila es solo tu imaginación- pero otra parte de ella le decía que nada había sido producto de su imaginación.
Mientras se hacía bolita en la cama se dijo: - ¡mañana ni loca voy al cementerio! Debo tranquilizarme. Mientras repetía eso se fue quedando dormida.
Al sentir iluminado su cuarto, abre sus ojos y ve que todo está muy claro, miera el reloj y se da cuenta que ya es tarde. De golpe se levanta de la cama y se alista lo más rápido que puede para ir a estudiar. Bajó las escaleras corriendo y se encontró un delicioso desayuno en la mesa, desayuno que no podrá disfrutar por dormilona.
¿Pero qué culpa tiene la pobre? El día anterior había sido muy agitado, vivió sucesos inesperados y para terminar de espantar su sueño, su cerebro no dejaba de pensar y analizar todo lo sucedido, mientras el miedo la acariciaba. Bajo los ojos de Amalia se encontraban unas bolsas negras que sobresalían entre su piel blanca.
° ° ° °
El día transcurría sin novedades parecía que todo lo sucedido ayer había sido solo un mal sueño. Amalia seguía su rutina normal, en clases prestaba la atención que le permitía el chico guapo de enfrente. ¡¿Qué tanta atención seria, teniendo un suculento manjar?! Pero aun así se presionaba para no verle tanto y prestar más atención a clases. – De todos modos- se decía a si misma –no me atrevo a hablarle, además ¡dudo que esté enterado de que existo!
Durante los recesos se reunía con un grupo de compañeros con los que ella se sentía mejor. No podía llamarlos “amigos” porque nunca tuvo la confianza de abrirse a ellos, pero era muy amable con ellos y ayudaba cuando la necesitaban.
El tiempo pasó, y se dio la hora de irse a casa, se despidió de sus compañeros para seguir su camino, estando a medio camino siente que la siguen, comienza a caminar más rápido, vuelve a ver hacia atrás y no hay nadie. Se tranquiliza, pero al ver hacia el frente se encuentra a los dos personajes que había visto ayer, un niño y un joven. Quiso gritar del susto, pero la voz no le salía. El niño le indicó que los siguiera, pero ella no se atrevía a dar un paso, entonces el joven al ver su negativa de seguir, se acercó a ella y toca su cabeza y de forma involuntaria todo su cuerpo comienza a caminar en dirección a esos seres.
Los dos compañeros comenzaron a caminar y Amalia solo seguía, quería gritar, pero no podía, su voz se había atorado en su garganta formando un nudo. Ella comenzó a observar el lugar e identificó que iban por el camino al cementerio. Su miedo aumentó, ¡no comprendía nada., no podía correr en otra dirección, y su voz se negaba a salir! Por su cabeza pasaron muchas ideas, de aquellas historias de terror sobre seres que raptan personas, sobre personas que han sido sacrificadas por algún tipo de ritual. De pronto sus lágrimas comenzaron a salir y no las detuvo.
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Editado: 10.10.2020