Mientras tanto Amalia caminaba sin un rumbo, recordó al gato de Alicia en el país de las maravillas, diciendo que cualquier camino la llevaría alguna parte. Y lo que ella deseaba era estar lejos de los que ella había creído hasta ahora sus hermanos, y salir de este reino, era muy probable que si seguía caminado al menos su primer deseo se cumpliría, con el otro ya se las arreglaría.
Mientras avanzaba, se le escapaban algunas lágrimas de culpa, rabia, y dolor, en lo que ella había creído no existía, me arriesgue para nada. Pensó, se había desgastado extrañando a alguien que ahora la veía como un extraño, además estaban esos estúpidos sentimientos hacia Marco, ella había intentado acercarse a él, aunque nunca lo conoció como su hermano, intentó abrirle su corazón y ayudarlo en los momentos difíciles, y ¿él que hacia? Grítale y tratarla como un estorbo. El enojo la impulsaba a ir más lejos, deseando nunca volverlos a ver.
La voz resonó desde su interior: -el árbol – Amalia recordó aquel día en el que terminó casi colgada del árbol por meterse en problemas, una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, al recordar la amabilidad y paciencia que le había tenido Marco. También recordó las palabras del árbol “todo lo imposible, aquí será posible y todo lo importante, aquí se volverá innecesario”.
Una familia aquí no es necesaria, además lo que vuelve a las personas hermanos es la sangre y ellos ya no la tienen, reflexionó. Aquí pueden elegir ser quien quieran ser, pueden escoger a su propia “familia” si eso quisieran, ya que lo que se mantienen son los sentimientos, pero no ven las cosas como los mortales las vemos, suspiró. Cansada de caminar se sentó bajo la sombra de un inmenso árbol. Estaba cansada de llorar por algo que aquí no tenía importancia. Mientras estuviera aquí ella elegiría que ser y como hacer las cosas. Solo debía recordar lo que le dijo el árbol.
Sin percatarse se había quedado dormida en aquel lugar, al abrir los ojos se encontró con un paisaje pintado de rojo, parecía consumido por el fuego, le recordó los bellos ocasos, extrañaba ver el sol, la luna, a pesar que aquí podía distinguirse si era de día o de noche por la luz, no había un astro como en el mundo mortal.
Se puso en pie y comenzó a buscar un lugar donde refugiarse durante la noche. Caminó por un tiempo buscando alguna cueva, cabaña o ramaje donde pasar la noche. Se sumergió aún más en el bosque encontrando un pequeño estanque, ahí había frutas que jamás había visto, se le antojó, no había comido desde la mañana. Cerca de una roca que parecía montaña improvisó una ramada. Después de sudar un poco ya estaba listo.
A media avanzaba la noche el frio se iba haciendo más latente, intentó cubrirse con hojas, pero no la calentaba. Se intentó esconder del frio hundiéndose más en su ramada improvisada hasta que topó con la roca, la encontró calentita. Se pegó más a ella y sintió como su cuerpo aumentaba su temperatura, para luego irse quedando dormida.
Un estremecimiento en la tierra la despertó de un susto. - ¡la piedra se está partiendo! – gritó. Asustada salió corriendo de la ramada, y tropiezas unos metros más adelante, besando el suelo. Un par de hilos de fuego brotaban del interior de la roca, una bola de lava apareció, para sorpresa de Amalia no se movía. pareciendo una enorme tortuga.
De ese ser provino una voz grabe como piedra en forma de bostezo, Amalia estaba asustada, ¿qué clase de ser era aquel? ¿se la comería? Pensó. Intentó correr, pero sus piernas no le respondían, ni si quiera podía despegarse del suelo, parecía que una increíble fuerza la mantuviera pegada. Su cuerpo pesaba, por más que intentaba alzar un brazo este caía como fuerza magnética hasta sus costados.
Aquel ser se fue arrastrando fuera de la piedra, en cada movimiento iba encerrado a Amalia en un círculo de magma. Amalia vio aterrorizada como sus posibilidades de sobrevivir se iban cerrando. Analizando su situación no podría salir de ahí, su cuerpo de fundiría si entraba en contacto con el magma. ¡si solo fuera espíritu! Se dijo a sí misma, seguramente podría escapar sin ser afectada.
Cerro sus ojos al ver que se iba estrechando el espacio. No quería ver cuál sería su fin, deseaba ignorar el dolor que le producía las quemaduras, su voz interna se rio: - ¿Cómo si cerrar los ojos fuera a desaparecer todo? ¡deja de esconderte! – Amalia sintió como el calor corporal iba aumentando y se sintió uno con aquel magma, se despegó del suelo y comenzó a caminar hacia el fuego a media que sus ojos se volvían grises.
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Editado: 10.10.2020