Trás la muerte

CAPITULO 29

En su interior sentía un remolido de emociones que había estado reprimiendo, amor, odio, desilusión, culpa y soledad, todas fundidas en un mismo calor, mezclándose con el magma en cada paso que se adentraba a él. Se escuchó un revoloteo de flamas, su espíritu y el de aquel ser bailaban al son de un caluroso abrazo.

El magma se fue dispersando hasta formar un camino directo hacia el interior de la roca, Amalia era impulsada por su espíritu para avanzar, tuvo miedo, pero al notar que no se quemaba y hasta era agradable ese sentimiento de calor, de pasividad, calma, y compañía, era raro, pero ahí no se sentía sola, había aceptado cada uno de sus sentimientos, los comprendía y los dejaba fundirse con el fuego hasta desaparecer. Se estaba purificando internamente.

En el interior de la roca se encontraba lo que parecía el paraíso del sol, el suelo ardía como el atardecer y el cielo brollaba como un alegre amanecer, algunos diminutos espíritus deambulaban de aquí para allá, cuando la vieron llegar le sonrieron y le ofrecieron rocío nocturno para beber, además le pidieron que tomara asiento. Mientras esperaba se deleitaba viendo hacia el estanque espejo de luna, que era plateado y brillante como la misma luna.

Se sintió tan feliz, deseaba quedarse ahí, deleitándose con el canto de los árboles de ese logar, narraban mil historias de hombres y mujeres que cambiaron el tiempo. Amalia prestaba atención mientras los espíritus menores tocaban diminutos tambores al son del reloj, sincronizado con la melodía de los arboles.

El tiempo se había detenido en ese lugar, las flores no se marchitaban, el aleteo de los seres alados era suave y lento, podía estar en ese lugar un siglo y sentirlo como un segundo. Amalia se relajó, todo en su interior se sintió en armonía, nada la perturbaba y nada lograba preocuparle, se dejó llevar por el momento, cerró sus ojos y suspiró, le hacía falta un momento de paz a su vida, tantas cosas que había pasado últimamente que sentía que pronto se volvería loca.

Recordó cada momento vivido en su infancia, la llegada este reino, el recuerdo de Marco, los sentimientos hacia su hermana, la pela que habían tenido, ahora todo parecía tan lejano, nada de eso tenía importancia, solo deseaba quedarse ahí y nunca salir.

Al abrir los ojos observó como un hombre alto estaba enfrente del estanque tocando las aguas con una vara de hierro, iba vestido todo de negro, sobresalían unas manos blancas como la nieve, una cabellera negra y larga que le llegaba hasta los muslos. El hombre dirigió su rostro hacia Amalia –es hermoso –pensó Amalia, aquel hombre sonrió, ella se ruborizó al pensar que podría ser un espíritu con habilidad de escuchar los pensamientos. El hombre se acercó a Amalia y dijo: -al fin has despertado – Amalia se aturdió ante aquel comentario, ella solo había cerrado los ojos un instante. El hombre prosiguió: -has dormido por 3 días – Amalia se levantó preocupada había pasado mucho tiempo ella debía ir -¿hacia dónde debía ir? – se preguntó y luego suspiró, no tenía sentido preocuparse por algo que no era posible para ella, pero podía preguntarle a ese hombre tal vez conocía la respuesta: - ¿Cómo puedo llegar a mi hogar? – el hombre respondió: - este es el hogar de todos, solo que unos llegan antes que otros – Amalia replicó: - pero yo no pertenezco a este reino – el hombre prosiguió: - realidad aquí es en donde perteneces, el plano en el que has vivido tarde o temprano lo dejarás y volverás nuevamente para la eternidad -.

Amalia observó el cielo y nada había cambiado desde que había llegado, sin pensarlo preguntó: - ¿qué hago aquí? – el hombre le dice: - es lo que has buscado desde el fondo de tu ser – hizo una pausa y continuó: - deseabas encontrar a tu herma y lo conseguiste, desastre encontrar en quien confiar y amar, lo hallaste, me has buscado desde hace un tiempo y aquí me tienes -. Amalia lo miró atónita - ¿Cuándo he buscado yo a este hombre? – se preguntó.

El hombre se acerca mas a ella y estando frente a frenarte le dice: - permíteme presentarme, soy Tánatos, el guardián de los tiempos-.




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