Su pregunta me toma por sorpresa, pero me doy cuenta de que es una oportunidad para continuar la conversación de forma tranquila y relajada.
—Nos conocimos en primaria. Sus padres siempre quisieron que tuviera una vida lo más normal posible, por eso asistió a escuelas públicas hasta secundaria —explico, recordando esos días con nostalgia.
—Fue cuando nosotros nos volvimos más cercanos — señala Jean.
Sonrío al recordar aquella época. Cuando Maru decidió ir a una escuela privada, dejándome sola el desgraciado.
—Cuando conocí a Maru, él era un niño con problemas se sobrepeso y autoestima, sin sumar sus problemas de presbicia — digo con pesar. Aquella es época oscura — Yo era una niña con miopía y ortodoncia. En ese entonces, tener Brackets no era algo de moda, sino más bien de burla. A mi jamás me afectaron esos comentarios, solía resolver todo con un buen golpe, y después de dos o tres visitas a la enfermería dejaban de molestarme —
Jean suelta un risa divertido. Yo creo que se imagino a una niñita de siete años, golpeado a niños más grandes que ella, y estos corriendo como cobardes.
—Pero Maru era distinto… —continúo, recordando con aquellos días—. Era callado, tímido, siempre con la mirada baja y las manos metidas en los bolsillos. Parecía que el tenia todo para ser feliz, o eso pensaba la Julieth de siete años —
Jean asiente, escuchando atentamente mi relato. No sé en qué momento él se sentó a mi lado, pero no le preste mucha atención.
—Al principio, no éramos cercanos. Para mí, Maru solo era el niño consentido de una familia adinerada que sabia defenderse. Él solía sentarse solo en el patio durante el recreo, mientras yo estaba ocupada luchando contra los matones de la escuela. Un día lo escuché llorar dentro de la sala del conserje; fue la primera vez que vi llorar a alguien de forma tan miserable —explico, rememorando aquel momento tan duro, pero que cambio nuestras vidas.
Jean me mira con curiosidad, esperando que continúe.
—Yo quise fingir que no había visto nada, pero no pude hacerlo. Cuando esos niños comenzaron a molestar de nuevo a Manuel frente a mis narices; sentí una rabia más grande que cuando me molestaban a mí. No podía permitir que siguieran tratándolo así. Tome todos los libre que pude meter en mochila, me levante de mi silla y les arroje la mochila que con mucha dificulta pude levantar. — el rostro de Jean se llena de asombro, pero aún no termino — Cuando cayeron al suelo me arrojé sobre el líder, y comencé a golpearlo con mi lonchera —
La risa de Jean no se hace esperar, y yo me contagio de ella. Ese en un momento que quedara grabado en mi mente para siempre.
—Me expulsaron por dos semanas —concluyo, recordando el castigo que recibí por creerme la princesa justicia.
Jean suelta una risa divertida, pero pronto se pone serio, esperando que continúe.
—Después de mi regreso a clases, esperaba que las cosas volvieran a la normalidad, pero Maru seguía pegado a mí como un chicle. —digo, notando cómo su expresión se vuelve más interesada.
—Supongo que estaba agradecido ¿Eso te molestó? —pregunta Jean, curioso.
—Al principio sí, yo no quería ser su amiga. Sequia creyendo que era un niño mimado. —explico, tratando de encontrar las palabras adecuadas. —
—¿Y qué cambió? —insiste Jean, inclinándose hacia adelante con interés.
—Antes, Manuel no había tenido amigos de verdad. —continúo, recordando esos días—. Los que se acercaban a él lo hacían solo para aprovecharse o sacarle cosas, así que nunca había experimentado una amistad verdadera. Por eso es que no sabía expresar agradecimiento. Comenzó a regalarme cualquier cosa en la que mostraba el mínimo interés, y eso me molestaba aún más. Yo no era algo que pudiera comprar—explico, notando cómo Jean asiente, comprendiendo mi punto.
—¿Y qué pasó después? —pregunta Jean, intrigado por la historia.
—Llego el punto en que acabo con mi paciencia. Le dije que no me agrava y no quería ser su amiga si solo me veía como un objeto al que podía comprar con regalos. —confieso.
—Tan directa y fría desde niña — dice Jean divertido. Y aunque quiera, no puedo negarlo — Supongo que desde entonces aprendió la lección — deduce, a lo que yo asiento dándole la razón.
—Sí, aunque no fue tan fácil. Desde entonces nos volvimos inseparables —respondo, recordando con cariño aquellos días.
Continuamos conversando sobre esos recuerdos de la infancia por un rato más. De pronto, me siento intrigada por la habitación en la que nos encontramos. Me levanto de la cama y comienzo a caminar por la habitación de Jean, observando cada detalle con curiosidad. Ya había estado antes aquí, pero no tuve el valor de preguntar sobre ellas o indagar sobre su significado.
—Te gusta la música… — digo observando los múltiples discos coleccionables en el estante —. ¿Porque no tienes ningún instrumento entonces? —
—Regla número uno de Samuel Barrow…—Jean se acerca — Sin ruidos en la casa —
Exploramos cada rincón de la habitación y conversamos sobre los objetos que nos llaman la atención. Es reconfortante estar aquí, compartiendo estos momentos de intimidad y complicidad con Jean.
—¿Tu padre sabe que tocas en una banda? —pregunto, notando un cambio en el ambiente tras mi pregunta.
Jean parece tomar un momento antes de responder, y su expresión se torna un tanto sombría.
—No lo creo —responde con un deje de tristeza en su voz—. No es algo que le importe mucho. —
Me doy cuenta de que mi pregunta lo ha incomodado, así que cambio de tema, dirigiendo mi atención hacia los libros en el estante.
—¿Qué tipo de libros te gusta leer? —inquiero, sacando uno del estante para examinarlo más de cerca.
—Fantasía principalmente. El universo de Mistborn es de mis favoritos —admite con cierta vergüenza.
— Enserio — pregunto por la coincidencia — También el mío —