Las campanas de boda retumbaron con fuerzas en la torre de la iglesia. Un día perfecto para casarse. Eso pensaban los invitados. Excepto el novio que con expresión amargada ve a su futura esposa caminar al altar.
La única forma de deshacerse del control de su padre es casarse, pero no planea ser fiel, ni actuar como un buen marido, ni menos tener hijos, como lo espera su progenitor.
Bufó con burla al ver como la música comenzaba a sonar y todo el teatro se iniciaba. La emocionada novia, el llanto de su futura suegra, la solemnidad en el rostro de su padre, y la seriedad de su hermano menor.
'¡Qué fastidio!', pensó. Luego miró de reojo a su alrededor sin notar la presencia de esa mujer. Algo no está bien, siente una rara opresión en su pecho.
Tomó la mano de la novia, y en una mirada rápida y fugaz pudo al fin ver a su exesposa al fondo de la iglesia. Ella solo le sonrió y luego le dio la espalda alejándose, como si se estuviera despidiendo de él.
Se giró hacia el cura, sintiendo como su corazón se agitaba de forma violenta, ahogado, casi sin poder respirar, retrocedió chocando contra las flores que habían colocado de adornos en el altar. Es como si le acabaran de arrancar un pedazo del pecho y no puede vivir así.
Los recuerdos perdidos volvieron abruptamente a su cabeza, como si estuviera viendo una película en 3D. Las imágenes de su primer y extraño encuentro, de su insistencia en casarse, del matrimonio, de los momentos de felicidad, de aquel juego que terminó por hacerlo caer a él, y la dulce sonrisa de su esposa.
Y se giró horrorizado, al darse cuenta de que ella no le había mentido. Corrió hacia la puerta, gritando el nombre de la mujer que amaba con locura antes de perder el sentido y desmayarse.
Su exesposa ya no estaba en ningún lugar, esa mujer que despreció por no creer en sus palabras, se había ido, y tal vez para siempre.