—Entiendo —musitó la mujer con una suave sonrisa—. ¿En dónde debo firmar?
Su suegro, un hombre alto, aun atractivo, de cabellera negra y severa mirada, la contempló con cierta curiosidad. Se esperaba llantos, gritos, súplicas, en cambio, ella como si entendiera su situación simplemente aceptó.
—Esta es tu compensación —le extendió un cheque.
—No, no, no es necesario, señor Valdivia —negó con la cabeza, no se esperaba que le dieran dinero por separarse de su marido. Se sentiría extraña recibiendo dinero por algo que no corresponde.
No es por orgullo, es porque simplemente entendió que su matrimonio y esa vida que duró cinco años tarde o temprano iba a terminar. Contempló su anillo por unos momentos antes de levantar la mirada hacia el hombre que la observa en silencio.
Solo... que ya no tiene la fuerza para seguir enfrentándose a los ojos de ese hombre que aunque ya no la recuerda, aún tiene el mismo rasgo que vio en él la primera vez que se conocieron. Además, los insultos, la continua forma de tratarla como una ambiciosa que solo va tras de su dinero, la han agotado.
Cualquiera podría decir que al hacer la promesa de estar juntos en las buenas y en las malas e irse así solo lo haría una cobarde. Pero siquiera imaginarán lo cansado que es escuchar a la persona con quien estaba casada gritarte: "¡Tonta!" "¿Es en serio que yo me casé con alguien así de miserable?" "¿Qué porquería es esta comida?" "¿Por qué sigues aquí y no te vas?" "Quiero el divorcio, quiero casarme con una mujer que ame, una mujer de clase, alguien que valga la pena".
Y sumando a la familia de su esposo, que no han dejado de humillarla, mirarla en menos, e incluso no ocultan las ofensas que dicen entre dientes al verla pasar por los pasillos, fue el límite que la hizo entender que esta era la mejor decisión.
No es fuerte, y eso lo sabe, desde pequeña solo ha vivido tratando de sobrevivir, con un hermano controlador y abusivo, un padre que la trata como si no fuese su hija.
—Gracias por todo —señaló volviendo a rechazar el cheque que su suegro intentó darle.
—¿Acaso tú...? —no terminó su frase, pensaba preguntarle si no se había casado por dinero. Pero la expresión de la joven mujer y su mirada transparente muestra a alguien contrario a lo que pensaba.
Esto sorprendió al hombre mayor, siempre pensó que ella solo se había casado con su hijo por su dinero, porque con ese carácter y esa vida de alcohol y fiestas del menor de sus hijos, ¿Cómo una mujer de apariencia tan dócil y servicial iba a casarse con alguien como él? Tiene que reconocer que durante los años que estuvieron casados, su hijo dejó esos vicios y se había comportado.
—No sé preocupé, solo volveré al lugar de donde vine —señaló la mujer con suavidad—. Agradezco todo lo que ha hecho por su hijo, cuídelo mucho, que no se olvide de las pastillas que le recetó el doctor, las dejé en el cajón de los medicamentos. Procure que luego de tomarlas pueda comer algo dulce, no le gustan los sabores amargos, tampoco que coma demasiado comida muy picante le hace mal al estómago.
Y dicho esto tomó su pequeña maleta.
—¿No te despedirás de él?
—¿Me permite hacerlo?
—Sí... —la miró con cierta culpabilidad. Si no hubiera sido una mujer de una familia de baja condición social, los hubiera dejado seguir juntos. Pero no quiere un nieto que tenga sangre de alguien sin prestigio.
La joven mujer avanzó hacia la puerta que se mantenía cerrada, para luego caminar por el pasillo. Conoce este lugar a la perfección, no por nada fue su hogar por más de cinco años. Se detuvo frente a la habitación que ambos compartieron hasta antes del accidente, y al abrir la puerta vio al hombre que había amado durante todos estos años.
Aquel practicaba caminar, pero en cuanto se dio cuenta de que alguien había entrado a su habitación tornó en una expresión agria, apenas vio a la mujer. Su padre arrugó el ceño, siente de alguna forma que aquella muchacha no se merece ese trato.
—¿Qué haces aquí? ¿Vienes a seguir insistiendo que estamos casados? —preguntó sarcástico—. Cuantas veces debo repetírtelo que es imposible que alguna vez me hubiera casado contigo, de solo verte siento repulsión, me das asco.
Ella solo lo miró con expresión tranquila, luego negó con la cabeza antes de volver a sonreír con suavidad.
—Solo vengo a despedirme, ya firme el divorcio. Espero que ahora puedas ser muy feliz.
Se quedó en silencio, ¿es en serio que lo firmó? Durante semanas ella se negó a hacerlo, le rogó que la recordara, intentó mostrarle fotos que él rompió en pedazos sabiendo que eran falsas, e incluso quiso mostrarle unos videos. Y ahora así como si nada ha aceptado con tanta tranquilidad firmar el divorcio e irse.
Pero en vez de sentirse feliz, se siente más irritado.
Al notar la presencia de su padre lo miró de reojo, sacando una conclusión, es seguro que su padre debió darle una buena cantidad de dinero para que ella aceptara darle el divorcio.
—Claro que lo seré ahora que me he liberado de ti, ya sabía que era imposible que nosotros tuviéramos una relación sincera, si me amaras de verdad no huirías como una rata, una mujer como tú... una mujer sin clase, solo se casaría con un hombre rico por dine...
—No seas grosero —lo interrumpió su padre y eso lo sorprendió, ¿no fue acaso él mismo que habló antes peste de esa mujer?
—No se preocupe, señor Valdivia, yo ya me voy. Cuídate Alexander —esto último lo dirigió a su exmarido y dicho esto sonrió una vez más antes de salir de esa habitación.
El hombre más joven tensó su mirada, no sabe por qué en vez de sentirse feliz se siente molesto, con rabia. Apretó los dientes viendo ahora la puerta cerrada. No sabía cuando le dolería meses después lo que acababa de suceder.
Paula, al salir de esa casa y cerrar la puerta, el suave viento fresco movió su cabello, suspiro. Su semblante no muestra expresión alguna, solo miró una última vez esa puerta que tantas veces abrió y entró al hogar que consideraba el lugar más seguro del mundo.