Tras la perdida de tu memoria

Capítulo 2

Alexander tensó su mirada con expresión poco amigable, antes de lanzar la bandeja de comida contra el piso; los empleados espantados dieron un salto atrás y huyeron por la puerta abierta de la habitación.

—¡Fuera de aquí! —gritó sin control.

—¡¿Qué te pasa para comportarte así?! —le gritó su padre entrando al cuarto y tomándolo del cuello de la camisa.

—Señor, calma —dijo el asistente intentando separarlos.

Pero padre e hijo son iguales, aunque no se parecen mucho físicamente, ya que su hijo mayor es más parecido a su fallecida esposa; sí se parecen en el mal carácter; es una copia íntegra del suyo.

—Desde que ella se fue de esta casa... llevas días irritado, portándote de esa forma —le recriminó el hombre mayor, tensando su rostro y soltándolo al final. No quiso reconocer que desde que esa mujer se fue, el comportamiento de su hijo empeoró.

—¿Y cuál es el problema? —respondió apretando las mantas con ambas manos—. Me siento molesto, tengo una ira sin control, me siento desesperado como si algo me faltara. ¡Es una sensación incontrolable que se me escapa de las manos!

Su padre lo miró y chasqueó la lengua con fastidio. ¿Será que inconscientemente siente la falta de su esposa? Recuerda que también reaccionó así cuando años atrás le negó la bendición al matrimonio con esa mujer. En ese entonces pensaba que aquella era una arpía manipuladora, ambiciosa, que de seguro había conocido en un bar de mala suerte, que solo se había involucrado con su problemático hijo por su dinero. ¿Quién más que una mujer así podría controlar a un hijo como el suyo?

Al final descubrió que la mujer con quien su hijo se había casado era una simple mujer, una cajera de una pequeña cafetería local. Una joven tranquila, amigable, pero alguien que no pertenecía a su misma clase social.

—Mira, estoy intentando conseguirte unas citas con las hijas de mis socios en la compañía y...

—Ah, no —lo interrumpió Alexander, riendo con rebeldía—, olvídate de eso, no quiero conocer a las hijas aburridas de esos hombres estirados, ¿estás buscando que me case? Soy un hombre libre, acabo de liberarme de un matrimonio que ni siquiera recuerdo cuándo fue, ¿y ahora vienes a hablarme de citas?

Se echó a reír ante la expresión furibunda de su padre.

—No tengo idea de cómo hiciste antes para que me casara, y aunque esa mujer era bastante bonita y atractiva, y era justo del tipo de mujer que me gusta, ahora que he vuelto a ser libre, ni aunque me amenaces a muerte volveré a casarme.

—¿Tú crees que yo metí a esa mujer en tu vida? —preguntó su padre, sorprendido.

—Siempre he sido un mujeriego, que detesta acostarse con una mujer más de una vez, entonces, ¿cómo iba a casarme con una mujer, serle fiel y sentar cabeza? Eso es algo que nunca pasaría por mi cabeza, a menos que tú hayas metido mano.

"O a menos que realmente te hubieras enamorado de ella" pensó el hombre mayor con amargura.

—La verdad es que no fue así —dijo caminando hacia la puerta—, jamás te hubiera presentado a una mujer que no es de tu clase. Quiero un nieto, uno que sea hijo de una mujer distinguida, que no se avergüence de sus orígenes...

—¡¿Intentas ofender a mi madre?! —lo interrumpió tensando su rostro—. El único que se avergüenza del pasado de mamá no somos sus hijos, eres tú; aun muerta, sigues hiriéndola. A mí no me importa que haya sido antes de conocerte una mujer de compañía. Pero si tú no hubieras...

—No cuestiones mis decisiones, hice lo mejor para ustedes —respondió su padre mirándolo con severidad.

—Sí, apartar a dos niños pequeños de su madre para después casarte con esa bruja.

—¡Respeta a mi mujer! —dijo el padre descargando un golpe contra la pared.

Y sin decir más salió cerrando la puerta de un portazo. Alex apretó los dientes con rabia y, tomando un jarrón, lo lanzó contra la puerta. Luego notó que se ha hecho una herida en el dorso de su mano.

—Te has hecho daño, ven, déjame ayudarte. —El recuerdo de la voz de una mujer vino a su mente en ese momento; se giró viendo la figura de una joven que pareció iluminada por el sol, mientras pétalos pequeños de tonos amarillos flotaban en el aire. No puede verle bien el rostro, y cuando ella le sonrió, se desvaneció en el acto. Una extraña nostalgia invadió todo su ser, y se llevó la mano al pecho, sintiendo ese vacío y dolor que no puede entender.

—Maldita sea —masculló apretando ambas manos. ¿Por qué siente que ha olvidado algo que no debería?

Ahora ese rincón luce oscuro y silencioso; añora la presencia de alguien que no puede recordar.

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—Buenos días, ¿qué desea llevar? —preguntó la joven mujer con un tono amigable y una dulce sonrisa.

—Quiero hablar contigo —respondió la gruesa voz de un hombre.

Al alzar la mirada, Isidora detuvo su mirada en su ex suegro; sorprendida, desplegó ambas pestañas de par en par, haciendo que el hombre que había venido con actitud severa se quedara en silencio contemplándola.

—¿Quién es ese hombre? —susurró una joven mujer atrás, hablándole a su amiga.

—No lo sé, se ve muy elegante; además, aunque sea mayor, es guapísimo —le respondió la otra y ambas se rieron.

Al notar la incomodidad del hombre al escuchar esas palabras, Paula no pudo evitar soltar una ligera sonrisa, y sus pequeños labios húmedos y de tono rosa no pasaron desapercibidos.

—Puede esperarme un poco —dijo finalmente—; atenderé a los clientes que están detrás de usted y hablaremos.

Luego de eso se apartó, viendo cómo la joven mujer atendía a todos con la misma amabilidad y cordialidad, moviéndose con una rapidez que no parece ser propia de una novata.

—Es evidente que sabes cómo trabajar —señaló, apenas ella se acercó a su lado.

—He trabajado desde muy joven, solo dejé de hacerlo porque Alex me hizo prometerle que mientras estuviéramos casados no volvería a trabajar. En ese entonces me dediqué a estudiar —dicho esto, se sentó en la mesa esperando las preguntas de su ex suegro.




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