Tras la perdida de tu memoria

Capítulo 3

Alcohol, mujeres, fiestas y mujeres. Y aun así, el vacío se le hace más desesperante. Su padre lo observa desde el auto, lo ve salir tambaleándose y siente que han retrocedido a diez años atrás. Si hubiera sabido que esto iba a pasar, sus decisiones hubieran sido distintas.

¿Será que en realidad fue un error separarlo de esa muchacha?

Aunque desde que perdió la memoria había vuelto a ser el mismo conflictivo borracho de antes. Se masajeó las sienes con cansancio, soltando un largo suspiro.

—Creo que no me queda otra opción, Víctor —dijo con tono serio, y la sombra que había permanecido impasible a su lado pareció cobrar vida.

Un hombre de cabellera negra, ojos de color cobre, mirada penetrante y expresión severa lo contempló cruzando los dedos de sus manos para luego observar con atención la imagen de Alexander.

—Entonces procederemos, tío —y dicho esto chasqueó los dedos llamando a uno de los hombres que se encuentran afuera junto al auto negro.

—Señor —dijo el hombre con respeto.

—Tómenlo, súbanlo al auto, y que no se escape; es hora de capturar al ave y encerrarlo en su jaula —señaló con indiferencia.

El hombre mayor solo tensó su mirada viendo cómo los tipos vestidos de negro no demoraron en obedecer, atrapar a su hijo mientras maldice y atarlo para subirlo a otro auto. Si su hijo no quiere comportarse como su heredero por las buenas, tendrá que hacerlo por las malas. No le ha dejado otra opción.

—¿En cuanto a la mujer? ¿Seguimos con el plan? —preguntó el más joven deteniendo su mirada en el hombre mayor.

—No, déjala, no presenta peligro... Mantenla solo vigilada.

No quiso agregar que quisiera mantenerla cerca en caso de que sea la única opción que le queda para controlar a su hijo. Víctor solo alzó sus cejas al escuchar esa orden, ¿mantenerla vigilada? Una mujer tan simple, de una clase inferior, sin nada que destaque en ella, ¿necesita gastar recursos en ser vigilada?

Aun así, no cuestionó a su tío. No solo por respeto u obediencia, sino por curiosidad también; por el hecho de que ahora quiera mantenerla con vida, significa que es más importante de lo que quiere hacerle creer. ¿Será cierto que es útil de cierta forma para los ojos de su tío?

Bajó del auto luego de despedirse de su tío para luego subir a otro que lo esperaba, y se alejaron en dirección opuesta llevando el furgón negro en donde habían encerrado a Alexander.

Al bajarlo, Alexander intentó huir, pero los hombres de Víctor no dudaron, incluso en usar la fuerza física para detenerlo. Con la boca amordazada ni siquiera pudo maldecir a su primo cuando lo vio ahí, parado, con expresión fría, viendo cómo era maltratado.

—Tu padre sigue creyendo que hay forma de controlarte, aunque para mí, lo que está podrido no tiene solución. Espero que la clínica psiquiátrica sea un buen lugar para ti, primo —indicó antes de encender un cigarro—. Llévenselo.

Y sin más, volvió a su auto, encendió el motor y se fue conduciendo.

*************

Paula terminó su turno y se despidió animadamente de sus compañeros de trabajo. Luego se colocó un abrigo que era mucho más grande que ella, pero compró en liquidación y es sumamente útil para climas fríos como este.

Caminó por las calles a paso tranquilo, mirando con curiosidad la vitrina de un escaparate, para luego ver la sombra de un vehículo detrás de ella. Fingió no notarlo y entró a la tienda, se fue al baño, se colgó por una ventana pequeña y salió por ahí dando un salto. Con tal mala suerte que cayó sentada al piso en vez de hacerlo de pie.

Se asomó con cuidado, mirando hacia la esquina de la calle, viendo al auto, aun esperando que salga de la tienda a la que entró. Pestañeó con expresión cansada antes de seguir por dentro del pequeño pasaje hasta salir por el otro lado. Revisó que no hubiera nadie para entrar a esa calle con una sonrisa de alivio.

—¿A dónde vas con esa cabeza sin sesos? —la detuvieron las palabras de un hombre.

Paula no se giró, solo sonrió con torpeza; solo escuchar esa voz ya sabe de quién se trata.

—Ah, hermano menor, ¿qué tal la familia?

—¡Paula Elizabeth Rodríguez Guerra! —exclamó el hombre con tono autoritario.

La mujer sintió un escalofrío corriéndole por todo el cuerpo. Cuando su hermano dice su nombre completo es porque en verdad está muy molesto. No quiso girarse; sabe que esta vez en verdad se metió en un gran lío, y por eso no quiso regresar por sí misma con la familia.

—Hermano, después de tantos años sin vernos, sigue molesto —se rio a la fuerza palmoteando el hombro del tipo mucho más alto que ella y que parece a punto de tirársele encima y destrozarla a pedazos—. Ten tolerancia con tu hermanita mayor... ¡Auch!

El hombre le tiró de la oreja, mientras el mismo auto de antes aparecía al lado de ellos.

—Sube, ¡ahora! —la lanzó al interior del vehículo.

Paula se sobó la oreja; en verdad Diego está muy molesto. Bufó arrugando el ceño y desviando la mirada, ofendida. Esa no es forma de tratar a su hermana mayor.

—Ahora, explícate —dijo Diego cruzando los brazos, sentado en el sofá, con las piernas también cruzadas. Mientras ella sigue en el piso, de rodillas.

—¿Sobre qué?...

—¡¿Cómo que sobre qué?! —gritó tan fuerte que hasta asustó al conductor—. ¿Cómo terminaste casada con el tipo que te mandé a matar? ¡¿Dime cómo?! Somos una familia de sicarios por generaciones, desde la colonia, y hasta ahora ninguno de nuestros miembros ha terminado casado con su víctima.

—Ah, eso —se rio con torpeza—. Es una historia larga...

Desvió la mirada; la verdad, no quiere contarlo. Diego la tomó del cuello de su blusa.

—Cuéntame todo, hasta cada detalle, para ver cómo castigo a mi tonta hermanita —susurró amenazante.

—¿Y no sería mejor que te hiciera un café? Soy experta, sé hacer latte de vainilla y capuchino frappé, y...

—Cállate y habla sobre cómo terminaste casada con Alexander Valdivia —señaló con expresión severa y fría.




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