Unos metros más adelante, el auto, que lo había abandonado, sigue su camino. Solo el ruido de los limpiaparabrisas interrumpe el silencio del interior.
—¿Señor, no piensa volver? —preguntó el chófer mirando a su jefe por el espejo retrovisor.
—Démosle una media hora más, eso le será una buena lección —respondió Víctor con indiferencia leyendo un par de documentos—. Busca un restaurante cercano para que podamos descansar y comer por mientras.
—Sí, señor.
Se detuvieron en un restaurante a un costado de la autopista, y apenas Víctor había entrado al lugar, se encontró de frente con Diego Rodríguez. Aquel más joven, con apariencia de gánster, acompañado por dos de sus hombres, caminó con actitud amenazante ante Víctor. Se conocen desde hace bastantes años, pero las pocas veces que han hablado es solo para demostrar la enemistad mutua.
Víctor ni siquiera se inmutó ante la cercanía de Diego, metió una mano en su bolsillo mirándolo con indiferencia. Con su traje negro y elegante que le calza perfecto, y su par de anteojos, solo detuvo su mirada en los ojos de su contrincante cuando quedaron parados uno frente al otro a un par de centímetros de distancia.
—¿Qué hace aquí el perro faldadero de la familia Valdivia? —preguntó Diego en tono despectivo.
—Veo que el señor Rodríguez no cambia su forma poco educada de comunicar sus ideas —le respondió con severidad.
Diego chasqueó la lengua.
—Podría decir que es un gusto verlo, pero estaría mintiendo, y yo, a diferencia de otro, no miento.
—No es necesario, el sentimiento es mutuo.
Diego se echó a reír para luego palpar el hombro de Víctor y susurrarle al oído.
—Veo que sigue siendo tan cordial como siempre —exclamó en tono irónico.
—Preocúpese más de usted, que siendo el 'pequeño' hermano del heredero de los Rodríguez deja mucho que desear...
Al escucharlo, reaccionó tomándolo del cuello de la camisa.
—¡¿Qué fue lo que dijiste?! —exclamó molesto. Odia que le recuerden que no es el heredero principal por culpa de esa tonta sin sesos de su hermana mayor.
—Solo repito los rumores que se escuchan —respondió Víctor con mirada fría—. Dicen que el heredero es un hombre tranquilo, pacífico, que no está a favor del giro de su familia. Es probable que cuando herede, las cosas cambien.
'Sí, claro, mi hermana invertiría todo el dinero en golosinas y diversión' —bufó. En verdad, de solo pensarlo, siente escalofríos. Arruinaría por completo a toda la familia.
—Ahora, le pido de manera amable que me suelte, o las cosas no serán tan agradables para usted —le habló en tono amenazante.
Diego bufó.
—¿Crees que en verdad me das miedo? —dijo mirándolo con fijeza a los ojos.
La tensión se siente no solo entre ambos. También los hombres de Diego y el chófer de Víctor parecen ser parte del conflicto.
—Mira a esos dos —cuchichearon unas mujeres—, deben ser novios.
Apenas escucharon esto, tanto Diego como Víctor se separaron en el acto, dándose cuenta de que están rodeados de mujeres jóvenes a su alrededor.
—Señor, un bus con estudiantes acaba de llegar al restaurante —le indicó el chófer a Víctor.
—¿Están filmando un drama de amor entre hombres? —preguntó una chica con emoción.
—¿Podemos tomar fotos con ustedes? —dijo otra.
—Son tan apuestos; de seguro deben ser muy famosos.
—¿Se aman de verdad o esta es una actuación solamente?
—¿Tienen novias?
Salieron huyendo del restaurante ante el acoso de las jóvenes que no dejaban de perseguirlos. Víctor, antes de subir a su auto, miró de reojo a Diego, quien bufó con una sonrisa amenazante antes de subir al suyo. Ambos vehículos se fueron en direcciones contrarias.
—¡Qué manera de arruinarme el día! —se quejó Diego una vez en el auto rumbo a su casa, mirando la bolsa de papel que uno de sus hombres ha dejado al lado de su asiento.
Chasqueó la lengua. Si no fuera por Paula y sus ganas de comer donas, no se hubiera desviado de su camino para comprárselas. Más le vale compensarle todo el mal rato que tuvo que pasar por el encuentro con ese estirado de Víctor Mendoza.
El auto de repente se detuvo casi de un frenazo.
—¿Qué pasa? ¡¿Estás loco?! —se quejó con su conductor.
—Joven señor, hay un muerto en el camino —respondió el hombre.
Diego de inmediato sonrió curioso.
—¿En serio? —se bajó del auto a mirar el cuerpo del hombre que está en medio de la autopista—. Se ve que era bastante alto y...
Lo tocó y se enderezó con desilusión.
—Sigue vive —reclamó mirando hacia el cielo.
—Joven señor, este tipo es Alexander Rodríguez —le indicó uno de sus subordinados.
Al escucharlo, Diego de inmediato enderezó su cabeza y bajó su mirada curioso. ¿Qué hace el 'príncipe rebelde' de los Valdivia tirado en estelugar? Soltó un bufido antes de echarse a reír; esto sí es bastante sorprendente.
—Tenemos que ayudarlo... —empezó a decir uno de sus hombres.
—¡¿Cómo se te ocurre?! —Diego lo tomó del cuello de la camisa—. Un Rodríguez jamás ayudaría a un Valdivia, ¿eso no te ha quedado claro?
El subordinado, asustado por la reacción de su jefe, aun así le respondió.
—Joven señor... lo decía porque Alexander Rodríguez, ¿no es el exmarido de la señorita?
Diego se quedó mirándolo y lo soltó. Lo había olvidado, tiene razón, este tipo es el esposo de su hermana y sí... cambia el lugar de heredero de su hermana con el suyo. Solo debe extorsionarla por la vida de su exmarido. Su padre nunca lo ha aceptado, y pese a las continuas metidas de pata de Paula, nunca ha querido quitarle su lugar como heredera principal de la familia. Para proteger a los Rodríguez, e incluso a su tonta hermana, debe ser él quien asuma como el heredero de la familia. Si no, ella los llevará a todos a la ruina.
—Súbanlo al auto, nos lo vamos a secuestrar y le pediremos rescate a Paula —sonrió de forma maliciosa.
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