Tras la perdida de tu memoria

Capítulo 7

Alexander estiró los brazos antes de dejarse caer en la silla frente al escritorio. No puede negar lo relajado que se siente al estar lejos de su padre. Es bueno haber recordado que tenía su propia empresa.

—Señor Valdivia —le habló su mano derecha, Giorgio, un hombre de cabello claro y rizado, de mirada seria y fría, acercándose a su lado con unos documentos—. Durante su ausencia me hice cargo de todo. Aquí están los contratos firmados y...

Escuchaba con atención a su subordinado, pero en el momento en que su mirada se detuvo en la foto que hay en su escritorio tomó el cuadro de inmediato en sus manos.

Es una fotografía de él donde luce sonriendo, de una forma que ni siquiera lo ha visto antes, abrazando a una mujer que contempla con expresión curiosa la cámara fotográfica.

—Es esa mujer... —musitó tensando su mirada.

—Ah, habla de la señora —agregó Giorgio—. Ella tampoco ha vuelto desde el accidente, ¿está bien?

—¿Ella trabajaba aquí? —preguntó arrugando el ceño.

Giorgio lo miró confundido, había escuchado que su jefe había perdido la memoria, pero parecía tan normal que hasta entonces pensó que solo eran rumores. No pudo comprobarlo antes porque el cordón de seguridad que el padre de su jefe colocó alrededor de la casa de Alexander le hizo imposible siquiera acercarse a él. Incluso hasta el teléfono lo tenían controlado.

—No, señor Valdivia... usted la traía consigo, no la dejaba sola nunca —habló alzando ambas cejas—. Era muy obsesivo.

Alexander se quedó en silencio, pensativo, no es la primera vez que alguien le dice que vivía obsesionado con esa mujer. Pero le es imposible imaginarse a él comportarse de esa forma, cuando para él todas las relaciones siempre las ha considerado como encuentros desechables. No es alguien que se aferraría a otro, de ninguna manera.

En eso su teléfono comenzó a sonar. Giorgio lo contestó, solo alcanzó a decir "Aló" y se quedó escuchando con expresión incómoda. Al final, soltó un suspiro extendiendo el aparato hacia Alexander.

—Es su padre —indicó.

Al escucharlo, entendió la actitud de su mano derecha. Alexander chasqueó la lengua con fastidio, de seguro se acaba de dar cuenta que no volvió con Víctor y que no fue a la cita concertada.

—¿Qué pasa, viejo? —preguntó con tono cansado.

—¡Alexander Valdivia! ¡¿No deberías acaso estar en la cita con la señorita Vásquez?! —lo interrogó con severidad.

Su hijo con gesto aburrido no respondió de inmediato, solo tensó su mirada luego de escucharlo.

—¿Por qué no le preguntas a tu perro faldero porque no fui a esa cita? ¿Te contó que me abandonó en pleno camino y tuve que llegar con mis propios medios?

Su padre refunfuñó.

—Ya Víctor me contó lo que pasó y se disculpó, aunque sé que si alguien es culpable de lo que pasó ese solo podrías ser tú.

—Vaya, gracias por la confianza —respondió en tono irónico.

—No juegues conmigo, ¿en dónde estás ahora?

Alexander sonrió alzando ambos hombros.
—Estoy en casa.

—No has llegado a casa —lo interrumpió el hombre mayor evidenciando su molestia—. Tienes cinco minutos para venir acá y cumplir con la cita pactada.

—No, no iré, no se me apetece —respondió sonriendo con rebeldía—. Además, esa ya no es mi casa, ahora es mi prisión.

—¡Alexander! —levantó la voz, perdiendo otra vez la paciencia.

—¿Padre? ¿No te escuchó? ¿Pierdo la señal? Bzzz bzzz la estática es muy fuerte, ¿aló? ¿Padre? —fingió recibir interferencia mientras escucha al otro lado a su padre maldecir—. No puedo hablarte, conversamos otro día, cuídate.

Y cortó. Apenas lo hizo se recostó hacia atrás en su asiento con gesto cansado. ¿Por qué tiene que lidiar con esto?

Sabe que su padre no dejara de molestarlo hasta que al fin acepte a ir a esas citas y elegir a una de esas mujeres. Esa obsesión de verlo casado es ya frustrante. Si tan solo lo dejaré de presionar y le permitiera vivir la vida como él quisiera.

—¿Crees que si me caso con una de esas mujeres, el anciano me deje en paz? —señaló con sus ojos mirando el techo de su despacho.

—¿Señor? —Giorgio lo miró confundido, su jefe antes nunca se le hubiera ocurrido decir en algo así. Pensar en otra mujer que no fuera la señora Paula lo consideraba una ofensa—. No debería... Usted está ya casado con la señora.

—Nos divorciamos —agregó con cara indiferente.

—¡¿Qué hizo qué?! —Giorgio estuvo a punto de gritar. ¿En serio hizo esto con la mujer que se esforzó tanto en complacer para que no se fuera de su lado?

Todos a su alrededor se daban cuenta de que si fuera por la señora Paula, ella hubiera huido en cuanto tuviera la oportunidad del control de Alexander. Y ahora dice que le pidió el divorcio.

Cuando recupere la memoria se volverá loco al saber lo que hizo.

—Solo sería un matrimonio falso —siguió hablando Alexander jugando con su bola antiestrés—. Me caso, mandó a la novia lejos y listo. El viejo quiere que me case, pero nada ha dicho con que deba consumarlo, ¿no es así?

—No debería, se va a arrepentir —cuestionó su subordinado con seriedad.

Alexander soltó una risa irónica con sus ojos detenidos en la seria expresión de Giorgio.

—Nunca me he arrepentido de mis decisiones —señaló sonriendo.

—Pues le aseguró a que si se casa con otra mujer que no sea la señora Paula se va a arrepentir.

Alexander lo miró sin decir nada, arrugó el ceño y al final chasqueó la lengua ordenándole a su asistente salir de su oficina. Lo que menos quiere que alguien le cuestione sus planes. Lo principal ahora es hacer que su padre lo deje en paz. Ya después verá lo que hace más adelante.

Sostuvo la fotografía y con su pulgar rozó la foto de la mujer.

—¿En verdad sigo sin entender como pudiste meterte tanto en mi vida como para que todos digan que estaba obsesionado por ti?

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Paula acababa de comerse unas donas y luego dormir un par de horas antes de levantarse con un fuerte dolor de estómago. Terminó en el baño vomitando todo. Estaba en eso cuando la puerta se abrió de una patada y entró Diego con expresión furibunda.




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