Tras la perdida de tu memoria

Capítulo 8

—Señor, las pruebas lo confirman, su hija está embarazada —dijo el médico entregándole el resultado de la prueba de sangre—. Son catorce semanas.

El hombre mayor tensó su mirada. ¿Por qué justo tenía que pasar esto? No es el momento ni menos está dispuesto a aceptar a que su hija dé a luz al hijo de un Valdivia, no lo acepta. Contempló de reojo a Paula que al darse cuenta de que la mira fijamente le sonrió saludándolo como respuesta. Diego en tanto la reprendió por sonreír en una situación como esta.

Paula sonríe de la misma forma que solía hacerlo su difunta esposa, y eso le hace tragar saliva con amargura.

Su esposa murió joven, cuando Diego apenas era un bebé, y Paula, una niña de unos cuatro años. Aún recuerda cuando la conoció, era una mujer bastante distraída y que parecía vivir en otro mundo. Mientras todos evitaban acercarse a él debido a su mirada intimidante y sus antecedentes familiares, ella lo hizo para venderle una flor. No pudo rechazarla porque en ese momento el auto a su lado explotó hiriéndolo de gravedad, y aunque ella igual quedó herida, no dejaba de visitarlo a su habitación en el hospital en donde ambos estaban internados. Fue ahí que poco a poco comenzó a gustarle su suave sonrisa, su mundo tan distinto al suyo. Aunque solo ella hablaba y él se dedicaba a escucharla. Era huérfana, vivía en una cabaña abandonada, vendiendo flores en las calles, y aun así era feliz. Él acostumbrado a vivir en un mundo de traiciones y toxicidad, la presencia de esa dulce mujer era un alivio, un pequeño rincón cálido y amable.

Se opuso a su padre, a su familia y a todo por poder casarse con ella, porque su familia no la aceptaba por considerarla una simple huérfana sin dinero.

Pero fueron felices los años que estuvieron casados, incluso él se alejó de todo el mundo criminal solo para proteger a su esposa e hijos. Sin embargo, no vivieron demasiado tiempo hasta que la desgracia los tocó. Sus enemigos no estaban dispuestos a dejarlo vivir en paz, querían venganza. Aprovecharon a ir a su casa cuando él estaba afuera trabajando en su empresa de textiles. Su esposa protegió a los niños, pero ella no pudo lograrlo.

Se quedó solo, con un bebé en sus brazos llorando y extrañando la calidez de su madre, y una niña que no dejaba de preguntar por ella. Mirando el ataúd en medio de las flores y rodeado de gente vestidas de negros que no dejaban de llorar. No era ni su familia, ni la de él, solo algunos conocidos. Él no pudo llorar.

Desde entonces, para proteger a sus hijos, aceptó volver a su familia, volver al mundo del cual huyó, porque tenía que hacerse más fuerte, tener más poder, para que nadie se atreviera otra vez a poner manos sobre su familia. Incluso encontró a los culpables y les hizo pagar por su esposa. Cambió su crianza, volviéndose en un hombre severo y frío, que les enseñó a sus hijos a pelear y acabar con sus enemigos desde que eran pequeños.

Pero ver que su hija se parece tanto a su esposa, le da miedo. Aunque sabe que Paula, a diferencia de su madre, sabe como defenderse, no puede negar que sigue temiendo que tenga el mismo final. Diego es más impulsivo, como lo era él cuando joven, no piensa las cosas antes de actuar, y eso es aún más peligroso.

—Programe un aborto, que sea lo más pronto posible —ordenó sin despegar la mirada en su hija.

—¡No! —Paula se colocó de pie al escucharlo.

Su padre tensó la mirada, en toda su vida es la primera vez que su hija se niega de esta forma. Con el ceño fruncido, sus ojos fijos en su rostro, no parece ser la misma mujer despreocupada y risueña de siempre.

—Paula, papá busca lo mejor para todos —musitó Diego intentando que su hermana vuelva a sentarse.

—No quiero, me aterra pensar en el procedimiento —dijo juntando ambas manos con gesto inocente—. La sangre, el dolor, ¡no, no, no, me niego!

El hombre mayor se quedó en silencio, por un segundo le pareció que su hija se comportaba de forma distinta lo usual. Cuando niña no solía ser así, pero a medida que fue creciendo empezó a comportarse como si hubiera perdido la mitad de sus neuronas al crecer.

—Tener un parto duele mucho más, tonta —replicó Diego—. ¿Sabes cuanta es la mortalidad de las mujeres al dar a luz?

—Pero, hermano... —musitó suplicante.

—Paula, eres mi primogénita, la futura líder de esta familia, y no puedes cargar con un niño hijo de un hombre cuya familia nos traicionó en el pasado, ¿crees que el resto de la familia no se opondrá a tu cargo como heredera de los Rodríguez?

Su padre arrugó el ceño, apenas terminó de hablar, ante la mirada sin expresión de la joven mujer. Luego ella sonrió, como un pequeño gato siniestro.

—Pero yo no quiero heredar el liderazgo de la familia, quiero tener mi propia cafetería. No estoy capacitada para una responsabilidad como esa.

Diego y su padre se quedaron en silencio. ¿Quiere una cafetería? ¿Para qué? ¿Para envenenar a todos sus clientes? ¿Es en serio?

La risa de su hermano interrumpió la seriedad de los presentes.

—¿Tú? ¿La hija de una familia de asesinos como dueña de una cafetería? —no pudo evitar volver a reírse a carcajadas.

Contrario a él, su padre se mantiene serio.

—Eres mi hija, la heredera de los Rodríguez, y aunque intentes esconderte tras esa fachada inocente, sé quién eres en realidad, y por eso eres más peligrosa de lo que aparentas. Tu inteligencia es superior a la de tu hermano —al escucharlo Diego se giró desconcertado, ¿qué acaba de decir su padre? ¿Qué Paula es más inteligente que él?—, puedes derribar a alguien sin necesidad de pelear.

Paula alzó ambas cejas, ¿Cuál fachada inocente? ¿Peligrosa? ¿Ella más inteligente que su hermano? Sí que la vejez está afectando a su padre. Pero bueno, al fin fue capaz de decirle a su familia lo que ella quiere para su futuro.

Tener su propia cafetería, vender pasteles, y vivir feliz y tranquila. Nada más.

—Entonces, ¿puedo irme a perseguir mi sueño? —preguntó esperanzada con sus ojos fijos en su padre. Mostrando una suave sonrisa.




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