La noche se hacía presente en la acogedora cabaña. Chris, en la sala, leía hasta caer rendido. James dormía plácidamente y tanto Rose como Ashley, juntas en la misma cama, descansaban.
Rose por su parte, en sus sueños, no veía cosas bonitas. Últimamente, tenía unos sueños raros: Aurea enloquecía y sus seres queridos, al tratar de ayudarla, salían heridos. Luchaba todas las noches por mantener el control. Ashley, en cambio, continuaba teniendo sueños bonitos. Pero esa noche, en medio de estos, comenzó a experimentar una ligera sensación de peligro inminente. Junto con un calor abrazador que tomaba forma física y, por medio del fuego, destruía todo a su paso.
Despertó. Estaba a oscuras, pero una luz tenue iluminaba parcialmente el lugar. El brazalete de su mamá brillaba, a la vez que una espada se hacía física y presente. Parecía ser una llama flameante, no teniendo una forma física única. Cambiaba de color de forma casi rítmica. El color rojo era el predominante.
Un impulso de tocarla llegó a su mente, pero fue detenido en un segundo por una misteriosa voz.
—No la toques, te lastimaría —escuchó en la habitación; giró su cabeza: había un anciano al lado de la cama.
—¿Sigo soñando? —preguntó Ashley desconcertada.
El anciano no le respondió. Simplemente susurró:
—Aurea, es la manifestación de la esencia de Rose. Los colores indican desde dónde las crea. El negro simboliza la sombra y la oscuridad. El rojo, el miedo y la duda. El blanco es cuando conecta con el todo. Y este se manifiesta físicamente. El dorado es ella en su totalidad. Sin pesos extras.
—¿Por qué dices que me lastimaría? —preguntó la pequeña temerosa.
—Rose puede controlar a qué y a quién dañar, pero debe aprender cómo hacerlo. Solo despiértala tiernamente. Aurea debe irse.
Ashley asintió y comenzó a despertar dulcemente a su mamá. Al abrir los ojos y ver a Aurea, se asustó.
—¿Estás bien? ¿Te lastimé? —preguntó mientras observaba a su pequeña en búsqueda de heridas.
—Mamá, había un anciano aquí. No sé si estaba soñando o si estaba despierta. Me contó de Aurea.
Rose quedó petrificada, pero nerviosa, le preguntó:
—¿Qué te dijo de Aurea?
—Que no puedes controlarla aún. Que debes dejar de temer. Yo creo en ti. Sé que jamás me lastimarías o a alguien más intencionalmente, a menos que sea para defenderte.
Rose calló. Su hija parecía leerla más de lo que a ella le gustaría. O tal vez ya había conocido a Liraeth.
—¿Qué más dijo? —preguntó mientras volvía a recostarse junto a su niña.
—Tenía colores. Negro era maldad y oscuridad, rojo miedo y duda, blanco cuando conectabas con el todo o algo así —Ashley rió feliz, mientras abrazaba a su mamá, prosiguiendo más calmada—, y dorado cuando eras tú misma.
—Interesante —dijo guardando la información para sí y luego bromeando al respecto—: O sea que tengo una espada camaleón.
Ashley rió y fijo:
—Sí.
Ambas se abrazaron para seguir pasando la noche. En un rincón de la habitación, Liraeth las observaba, oculto pero tranquilo.
Antes de que el alba saliera, Rose ya se encontraba levantada. Luego de lo que Ashley le dijo, no pudo volver a dormir.
Se sentó junto a Chris, quien tranquilamente seguía leyendo.
—¿Tú no duermes ahora? —preguntó viéndolo con ojos de incredulidad.
—Duermo lo necesario —dijo sin inmutarse, levantó levemente la vista y prosiguió—: ¿Y tú? ¿por qué no duermes?
Rose lo miró, haciéndole señas al cuarto donde James estaba.
Chris la calmó:
—Tranquila. Él salió hace un rato. Dijo que iba a ayudar o algo así —comentó Chris de forma calmada.
—Ayer desperté y Aurea estaba manifestada físicamente. Dormía con Ashley, por lo que no solo la vio, sino que pude haberla dañado.
Chris detuvo su lectura. Lo que escuchaba era un tema serio, por lo que se acercó a ella de forma calmada.
—¿No puedes controlarla cuando se manifiesta? —preguntó preocupado.
—Si estoy consciente, sí, pero… últimamente tengo pesadillas y un miedo recurrente —un frío recorrió su espalda, sumado a una presión en el pecho, acompañaron sus palabras—. ¿Y si lastimo a alguien sin querer?
Chris tomó su mano, la miró a los ojos y tranquilamente le dijo:
—Eres una buena persona, justa y leal. El libro hizo una excelente elección.
Rose lo abrazó, era lo que quería escuchar, de quién lo quería escuchar.
—Gracias, Chris. Sabes, también dijo algo más sobre Aurea.
—¿Qué? —preguntó volviendo a su lectura.
—Dijo que debía aprender a usarla. Que tenía colores diferentes y dependiendo de estos podía saber desde dónde la creaba —pensó por un momento, tragó saliva y continuó—: ¿Y si puedo elegir cuándo dañar?
—Supongo que es posible: es creado con base en tu energía.
—Ahora tengo muchas cosas en que pensar —susurró Rose, ligeramente menos aturdida que antes.
Tiempo después, la chimenea encendida, el olor a pan recién horneado y a café inundaban el ambiente en la cabaña, haciéndola cómoda, amena y disfrutable.
Rose preparaba el desayuno para Ashley, que aún dormía. Chris, por su lado, continuaba su lectura tranquilamente en el sofá. Y James, afuera, aún seguía en el bosque.
Mientras realizaba sus tareas, observó la alacena. Hacía pocos días que la habían llenado de alimentos, pero parecía que nada duraba.
—Chris, no estamos comprando lo suficiente para todos —murmuró mientras cortaba rebanadas de pan y las colocaba en una cesta sobre la mesa.
—¿Qué? —preguntó sin quitar sus ojos del libro que leía.
—Supongo que comemos mucho —dijo Rose sentándose en la mesa a esperar a su hija.
—Hace dos días compramos suministros como para una semana, Rose —dijo Chris con tono irónico.
—Pues ve y chequea la alacena —respondió Rose en tono de burla, señalándola.
Chris se levantó en silencio y quedó sorprendido por lo que veía. Observando también algo peculiar: había unas ligeras marcas de harina que llevaban hasta el dormitorio de Ashley, desapareciendo en la pared.
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Editado: 07.07.2025