Tras la sombra de los Klat'ka 3: La marca del abismo

Un hijo para los muertos, un hijo para los vivos

Se había llevado el cuerpo del pequeño John, y cuando esto sucedió, la gente afectada, comenzó a recuperarse.

Rose se mantenía sobre la camilla fría, muerta por dentro. No hablaba, no reaccionaba, pero sí escuchaba todo a su alrededor.

—¿Pueden decirme qué pasó? —preguntó Michael, quien también estaba roto, pero aún mantenía cierta cordura.

El doctor, delante de él, respondió.

—Luego de los exámenes, podemos confirmar que el bebé, posiblemente, murió antes de llegar al hospital.

—¡¿Qué?! —exclamó Chris molesto.

Michael, por su parte, solo lo miró con desprecio, suponiendo, desde ya, que era su culpa.

El médico continuó con calma.

—Al parecer tuvo un desprendimiento de placenta prematuro, por eso su hemorragia. El bebé se asfixió antes de llegar.

Rose comenzó a llorar desconsoladamente. Chris, por su parte, solamente se recostó contra la pared, destrozado.

—Entonces si es mi culpa —murmuró, lleno de tristeza.

Michael llevó sus manos a la cabeza, comprendiendo la magnitud de lo que el doctor le comunicaba.

El doctor calmó a Chris.

—No es tu culpa —comentó, consolándolo—. Así hubiera estado aquí en el hospital, hubiera sido casi seguro que fallecería de todas formas.

Rose se congeló, su mente rumiaba, pensando en que lo que había sucedido era su culpa. Ella sentía que algo andaba mal, cuando comenzó el dolor, lo sabía de forma intuitiva. Y no se escuchó.

Pero algo llamó su atención. Un llanto lejano. Comenzó a hacerse más y más fuerte, despertando en ella ese instinto maternal de protección.

Todo su cuerpo le decía que se levantara.

Su cola se desplegó, asustando a todos los presentes. Siseaba molesta, queriendo recuperar lo que creía le habían arrebatado.

Pero esta vez, no iba a ser igual, ahora si escucharía a su instinto. Se levantó rápidamente y salió de la habitación. Camino por el pasillo, notando que de sus senos, comenzaban a brotar leche materna. Su cuerpo lo sentía, su hijo la llamaba. Pero al llegar, su corazón se rompió, no era pequeño John, era otro bebé.

Una enfermera la vio con tristeza.

—Lamento su pérdida y lamento haberla molestado —susurró, teniendo presente los sucesos vividos por ella—. Él tiene hambre y no puedo calmarlo —miró a la camilla, el cuerpo de su madre, frío, muerto, yacía bajo una sábana—. Su mamá murió.

Rose por puro instinto, tomó al bebé con mucho cuidado y amor. Era un niño, igual a su pequeño. Lágrimas corrieron por su rostro, pero no se enfocó en eso, el bebé la necesitaba.

Movió su bata y lo amamantó, al mismo tiempo que secaba sus lágrimas.

Chris, por su lado, la siguió, entrando en la habitación. Cuando la vio un flash volvió a su mente.

Era su mamá, amamantando a uno de los niños del laboratorio Eidon-7, mientras cantaba una canción, la misma que ahora Rose cantaba.

—Arrorró mi niño, Arrorró mi niño, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón…

Su canto se escuchó por todo el pasillo, el lamento dulce de una madre en luto, que se rendía a morir de dolor.

Maskedman, por su parte, amenazó con arma a una de las enfermeras, debía llegar al crematorio, pero no sabía dónde estaba.

Al llegar, el hombre encargado de deshacerse de los cuerpos lo observó con curiosidad.

—¿Qué lleva ahí, señor? —preguntó desconcertado.

—Debemos cremar al bebé, es tóxico rápido —ordenó molesto.

No podía demorarse, la Organización ya llegaba y si lo encontraban así, de seguro se lo llevarían. Abriéndolo y experimentando con él, y no era tan cruel para permitir eso con el pequeño. Al final de cuentas, era el hermanito de su hija y el bebé del amor de su vida.

Abrió el horno, el cual estaba listo y operativo. Colocó con cuidado al bebé y cerró la puerta.

Pero algo sucedió, el ambiente comenzó a sentirse extraño, pero ligero. Como si sintiera una presencia, pero no una de oscuridad, sino más bien, una de pura luz.

De un segundo a otro el horno se iluminó y explotó, haciendo volar su puerta. Esta golpeó al cuidador del crematorio dejándolo inconsciente.

Maskedman se acercó a este, chequeando si estaba vivo, afortunadamente solo estaba inconsciente.

Luego observó al horno y lo que vio lo aterró. Desde las llamas furiosas del horno se asomaba el pequeño John, arrastrándose débilmente hacia afuera.

Su pequeña cola, igual a la de Rose, estaba fúrica, golpeaba a todo a su alrededor.

A su mente llegó el día en que Rose nació. Era pequeño, pero lo recordaba como si hubiera sido ayer.

Junto a su padre se preparaban para presenciar el nacimiento del espécimen, así le llamaba su papá. Él no entendía de qué se trataba, por lo que solo lo acompañó como siempre. Le gustaba estar junto a él en todo momento.

En el momento en que el alumbramiento se dio, vio algo que lo dejaría marcado para el resto de su vida. Una pequeña bebé se movía como si fuera un primate pequeño. Jamás había visto a uno con esa agilidad.




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