Tras la sombra de los Klat'ka 3: La marca del abismo

Soltar

Sentada en su cama, Rose preparaba los recipientes con leche materna. Afortunadamente, producía mucha, por lo que en varias oportunidades solo la refrigeraba.

De un segundo a otro la puerta se abrió; era Maskedman quien venía por la dosis diaria para llevar al hospital.

—¿Qué vas a hacer con todas las demás? —preguntó, observando los demás recipientes apartados.

—No te incumbe. Tengo las tuyas, como prometí —murmuró Rose fría.

—¿Y el Hound? —preguntó frío, mirando a todos lados.

—Tiende a irse de cacería y vuelve cuando no tiene hambre —murmuró Rose despreocupada.

—¿Y qué come? No me dirás que mata personas o animales —soltó Maskedman con cierta ironía amarga.

Rose por su parte, se detuvo y lo observó a los ojos con un frío gélido.

—Lamentablemente, no come personas, sino serias al primero al cual le daría de comer —murmuró irónica—. Pero no te preocupes, se alimenta de fuego y le agradas.

Este salió nervioso, mientras al lado de Rose, un portal se abría, saliendo los Thirvians de él.

—Hola, pequeños —exclamó Rose llena de alegría, tomando los recipientes restantes con su leche materna.

—Saludos, querida salvadora —murmuraron ellos con entusiasmo.

Rose frunció el ceño.

—Solo llámenme, Rose. Bueno, estas van a ir para Nivaria —murmuró dándole la mitad de los recipientes—. Y estás para la cabaña —susurró entregando el resto.

Corrió el cabello de su cara cuando al lado del portal otro se abrió y Horus apareció.

Este olfateó a los Thirvians quienes, fascinados por el can, lo observaban con atención.

—Horus, apartarte —murmuró Rose apurada—. Y gracias por su ayuda —susurró amorosamente a los Thirvians.

—Gracias a ti. Siempre estaremos agradecidos y dispuestos a ayudarte, igual que tú lo hiciste con nosotros —murmuraron desapareciendo en su portal.

—¿En dónde andabas? —preguntó Rose posando toda su atención en Horus, quien se recostó en su cama.

Por su tamaño apenas entraba en ella; aun así, le encantaba estar a su lado.

—Hola, Rose —murmuró Chris, ingresando por la puerta junto a Ashley.

Se veían felices y animados.

—Gracias a Dios que los veo, necesito hacer unas diligencias —murmuró, tomando la bolsa que trajo de la otra dimensión.

—¿Mami, qué llevas ahí? —preguntó la jovencita intrigada.

—Sí, Rose, ¿qué sucedió en la otra dimensión? —preguntó Chris, volviendo a traer ese tema.

Rose se sentó al lado de Horus. Tomó una respiración profunda y comenzó a relatar los sucesos de la otra dimensión.

—La esfinge me envió a otra realidad y estuve cinco años allí, aunque aquí solo pasaron unos segundos —murmuró nerviosa.

—Eso ya lo contaste —soltó Chris desanimado.

—¿Qué? ¿De ahí viene Horus? —preguntó, sentándose lejos del can. Aún le tenía miedo.

Rose sacó de su bolsa la pulsera y varias polaroids y se las mostró a ambos, dejándolos petrificados.

—Todo sucedió al revés ahí. Yo era mala y cruel… yo maté y esclavicé a todos los que amaba —balbuceó Rose con temor.

Chris se acercó tomando su mano. Horus, por su parte, solo comenzó a gruñir.

—¿Por qué esa cosa me odia? —preguntó Chris desconcertado.

—El Chris de su realidad no fue precisamente bueno con nosotros —susurró Rose triste.

—¿Mami, yo estaba ahí? —preguntó Ashley animada, acercándose a ella.

Horus, al notarlo, se acercó y frotó su hocico en ella, impregnándola de su olor.

—Sí —susurró Rose de forma amorosa, mostrándole una foto en especial.

En la foto estaba ella siendo una mujer adulta, John Jr. como un niño y su mamá. Lágrimas cayeron por sus mejillas y sonrió feliz.

Eso que había visto en su meditación era verdad. Y el saber que en alguna parte del universo John Jr. vivía y era feliz la hacía feliz también.

Abrazó fuertemente a su mamá.

—¿Por qué no estoy? —preguntó Chris, observando las fotos.

Rose se acercó tocando su sien y mostrándole todo lo que había sucedido, dejando a Chris destrozado. Luego los recuerdos de los años de felicidad llegaron y sonrió contento por su hermana.

—Sabes, pienso que la esfinge nos estafó —murmuró Rose molesta—. Nos prometió el conocimiento que nuestra alma más anhelaba y no nos dio nada —soltó con furia.

—Sí, lo hizo —susurró Liraeth, haciéndose presente.

—¿Cómo así? —preguntó Chris, escéptico.

—Rose, lo que tu alma quería conocer era cómo podía dejar de doler tu pérdida. Y no solo te lo mostró, sino que también te permitió vivirlo y experimentarlo.

Rose calló y a su mente llegó su frase: “Necesito que deje de doler”.

—¿Y yo? —preguntó Chris, molesto.

—Pronto lo sabrás —murmuró Liraeth, volviendo su vista hacia él.

—Debes ir urgentemente con los Drakan —murmuró Liraeth desapareciendo.

Rose tomó su bolsa y animó a Chris y Ashley para que la acompañaran.

—¿Si van a la cabaña, puedo ir con ustedes? —exclamó Dante, cabizbajo.

—Vamos, grandullón —exclamó Chris, palmeando su espalda.

Al llegar a Nivaria, todos se distrajeron con Sofía y la pequeña Margarita, mientras Rose se dirigió a buscar Draelys.

Caminaba por las cuevas cuando a lo lejos lo vio y se permitió por primera vez observar con detenimiento. Draelys. Habían creado una bonita e inquebrantable amistad, sin importar el tiempo, la distancia o la realidad.

Sonrió feliz de tenerlo. Él también sonrió como reflejo; le alegraba verla.

—Gracias por visitarnos —murmuró él, con su voz aún acongojada por las pérdidas.

—Tengo un regalo de Kaerion y su compañera Rahelys —soltó Rose, desconcertado al Drakan.

Él solo calló, sintiendo en su ser algo peculiar al observar la bolsa que ella traía consigo.

—Es una bolsa de hebras de Mihasall. Hace mucho que no veía una así. Las Drakan hembra tenían esa capacidad de crear —murmuró con tristeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.