Tras la sombra de los Klat'ka 4: Prueba de fuego

Tenebrum

Michael fue llevado con los ojos vendados a un lugar misterioso. Al llegar vio a Nora, quien revisó su traje en busca de su comunicador, quitándoselo.

—¿Qué haces? —preguntó desconcertado.

—Protocolo, te lo devolveré cuando salgas —murmuró mientras manoseaba su entrepierna. Ella aún tenía interés en él, pero no era recíproco. Por lo que él sujetó su mano y la apartó bruscamente.

Luego de esa acción, ella cambió su actitud a una agresiva, empujándolo dentro del edificio. Por fuera parecía una pequeña choza, pero por dentro se ampliaba y extendía por debajo de la tierra. Al llegar a una misteriosa puerta negra, se detuvo, reconocía el material.

—Sí, ralium, pero solo en el exterior —murmuró Nora empujándolo dentro.

Al ingresar, vio una amplia habitación hermosamente decorada con todo lo que un niño podría necesitar. Sobre la cama, un pequeño se encontraba recostado de espalda, descansando.

Tenía el cabello bastante largo y rizado de color castaño claro y vestía un pijama infantil. Se acercó, sentándose en la cama, cuando el niño se asustó y volteó.
Su cuerpo se paralizó. Había algo en él que se veía tan familiar. Era muy parecido a Chris, pero sus ojos, ellos eran como los de Rose.

Sus manos temblorosas buscaron los instrumentos mientras intentaba calmarse por medio de respiraciones profundas.

—¿Cómo te llamas, pequeño? —preguntó con su voz entrecortada. Pero el niño miró a Nora, luego a él y se mantuvo sin decir una palabra.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó siguiendo con sus chequeos médicos, pero el niño seguía callado.

—¿No hablas? —preguntó intrigado—. ¿Sabes, tengo un pequeño llamado Matías… tampoco habla —murmuró para luego notar que sonaba igual a Rose. Sonrió recordándola, aún la amaba.

—Si puedo hablar, pero no me dejan hablar contigo —susurró el niño en su mente.

Michael se petrificó, no sabía cómo responderle. Además, muchas preguntas pasaban por su cabeza y no podía hacer ninguna.

—Tranquilo, puedo leer tu mente. Solo piensa la respuesta, yo podré oírla en la mía —murmuró tocando su frente.

—¿Aquí te duele? —preguntó Michael en voz alta para simular que lo revisaba y tratar de disimular.

—¿Quién y por qué no te dejan hablar? —preguntó de forma inquisitiva.

—Nora. Si me porto bien contigo, ya no correrá a mi amigo —murmuró levantando los brazos para que Michael quitara la parte superior del pijama y pudiera escuchar su respiración.

—¿Qué amigo? —preguntó observando a su alrededor.

—Una mascota de fuego. Es mi amigo y me trae cosas de ella —murmuró mirando su santuario de objetos que Michael reconoció al instante.

Ropa, calzado, el cepillo del cabello de Rose y hasta una polaroid de ella junto a sus hijos.

—¿Nora es tu mamá? —preguntó aterrado. Él ya sabía la respuesta.

—No. Sueño con ella todos los días. Mi abuelo me busca todas las noches y viajamos a verla. Trato de hablarle, pero no puede escucharme —susurró con una mueca de disgusto.

—¿Abuelo? ¿Tú eres, John? —preguntó Michael desconcertado, mirándolo a los ojos.

Él no contestó, solo le devolvió la mirada junto con una sonrisa y al hacerlo, Michael la vio. Rose. Era igual a su madre.

—Basta —ordenó Nora, interponiéndose entre ambos.

—¿Qué sucede? Solo observaba sus ojos, creo que necesitará lentes en un futuro —murmuró desviando la atención disimuladamente.

—Déjalo trabajar, Nora —ordenó una voz por un altavoz en la habitación.

Ella, molesta, volvió a su posición atenta a cualquier movimiento extraño de ambos.

Luego de terminar de revisarlo, juntó sus cosas y se dirigió hacia la puerta. Al cruzar el umbral, oyó en su mente.

—El abuelo Jack dice que está orgulloso de ti —susurró cortándose la comunicación telepática al cerrar la puerta.

Al parecer el ralium servía como aislante, pero descubriría en dónde estaba.

—Bien, ¿qué tiene? —preguntó Nora con impaciencia.

—Él está completamente sano —murmuró dejando sus cosas en una mesa cercana—. No encontré nada que suponga alguna enfermedad o algo anormal en él. Bueno, quitando que no respondió ninguna de mis preguntas —murmuró tirando de forma disimulada sus cosas por el suelo.

—¡Mierda! —exclamó tratando de juntarlas.

Tomó uno de los diminutos localizadores que siempre llevaba entre sus cosas y lo ocultó debajo de un mueble cercano de la cocina sin que Nora lo viera.

Luego de recoger todo, preguntó.

—¿Algo más?

—Vete —murmuró haciendo seña a la seguridad que lo escoltaran a la salida. Quedándose sola, Nora buscó debajo de la mesa y las sillas, cualquier localizador que pudiera dejar. Al no encontrar nada, se relajó.

Entró nuevamente a la habitación del niño, quien estaba recostado abrazando una blusa de su mamá, viendo la polaroid.

—¿Hablaste con él verdad? ¿Cómo lo hiciste? —gritó tomándolo de los hombros y zarandeándolo fuerte.




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