Estaba en shock, observaba a su alrededor y parecía que todos los presentes estaban increíblemente felices de verla, así ella no los conociera.
Le pasaron un misterioso recipiente con lo que parecía un sorbito de metal. Rose lo miró intrigada.
—Es un mate —exclamó su tío Patricio con una sonrisa—. Debes beberlo, pero con cuidado, está caliente.
Ella lo hizo. Parecía té, aunque su sabor amargo hacía que su mente recordara. Su mamá amaba el mate, aunque no sabía cómo podía saberlo. Cuando fue el turno de Chris, se petrificó. Ese sabor se sentía tan adictivo, como si su sangre lo recordara como parte de él.
—Vengan, mi mamá despertó de su siesta y quiere verlos —exclamó Patricio con una sonrisa.
Era gracioso. Parecía un jovencito de no más de veinte años. Aun así, Rose sabía que tenía cientos sobre sus hombros.
Entraron a la pequeña cabaña y una mujer mayor los recibió. Con rostro serio e imperturbable los observó fijamente.
—Yo… soy —balbuceó Rose, siendo interrumpida por la mujer.
—Mi nieta, hija de María, mi hija —exclamó fríamente girándose dándole la espalda.
—Ella…
—Está muerta, lo sé. Vino a despedirse el día que trascendió —murmuró la mujer girándose apenas mientras encendía lo que parecían ser inciensos.
—Vine porque no la recuerdo —sollozó Rose con su voz temblorosa—. No sé qué sucedió, solo sé que es mi mamá. Y solo quiero saber de ella.
La señora se giró rápidamente y corrió a abrazarla; luego observó a Chris a su lado y también lo abrazó fuerte.
—Mi pequeña sí pudo dejar sus semillas en la tierra —sollozó la mujer destrozada—. Te esperaba con ansias —murmuró viendo a Rose a los ojos.
—Eres igual de hermosa que ella —susurró besando su frente con cariño.
—Y tú eres igual a tu padre —sonrió viendo a Chris con una sonrisa.
Observó la barriguita de Rose y sonrió feliz.
—¿Un bisnieto? —preguntó ella limpiando sus lágrimas.
—Tres —susurró Rose—. Y uno que trascendió.
La mujer bailó llena de felicidad.
—Ven, tengo algo que debo mostrarte —exclamó tomándola de la mano.
Al cruzar la puerta, Rose vio algo que la descolocó. Era el cuarto de su madre. Su abuela había dejado todo tal cual estaba cuando ella se fue. Su cama aún tendida se detuvo en el tiempo a esperarla. Había muchos libros, algunos muy parecidos al Codex Aeternum. Piedras de todo tipo y algunos objetos Klat’ka que ella parecía atesorar.
Tomó uno de ellos; tenía forma de romboedro, la cual misteriosamente se mantenía en pie por sí solo. Al tocarlo, una imagen se proyectó. Era su madre y Kaeth’Ruum; parecían estar en algún tipo de ceremonia nupcial.
—Prometo amarte, cuidarte y protegerte en la salud y enfermedad… hasta que él todo nos separe —exclamó María con una sonrisa en su rostro.
Un señor frente a ellos hablaba colocando un collar de flores en el cuello de ambos.
—Entonces los declaro marido y mujer. Puedes besarla —exclamaba mientras Kaeth’Ruum desesperado lo hacía ante el festejo y felicidad de todos los presentes.
La imagen se cortaba a otra en donde parecían estar ambos sumergidos en el agua, protegidos por una esfera de energía, igual a las que podía crear su hijo.
A su alrededor, cantos hermosos se oían y Rose pudo ver cómo la esfera era rodeada por las ballenas Leviatán. Su cabeza comenzó a doler, por lo que corrió fuera ante la mirada de su abuela y Chris.
—¿Qué le sucede? —preguntó ella tratando de ir detrás, pero Chris la frenó.
—El día que mamá murió, mi hermana María recibió un disparo en la cabeza, perdiendo parte de su cerebro. Esa parte en donde creo estaban los recuerdos de mamá, aunque también otros más oscuros. Ella se niega a recordar y, si lo intenta, su cuerpo lo sufre —murmuró Chris yendo tras ella—. No te preocupes, yo iré por ella, abuela.
Rose corrió tanto como pudo. Sentía que si se alejaba del lugar estaría más segura y los recuerdos ya no dolerían. Pero se detuvo al ver un campo lleno de margaritas. Su corazón se detuvo. Ya había estado ahí.
—No camines tan rápido. No puedo seguirte el ritmo con esta barriga —exclamó una María agotada, pero completamente enamorada.
—Antes de irnos con los Klat’ka quiero marcar nuestro árbol —susurró él animado—. Grabaré nuestro amor por toda la eternidad.
Las palabras reverberaban en la mente de Rose viendo frente a ella el árbol. En él, había tallado un corazón con las letras K y M. Sus ojos se humedecieron, pero también una verdad llegó a su mente. Kaeth’Ruum era su padre, su verdadero padre y Chris, su hermano de verdad.
—¿Por qué no me lo dijiste cuando me viste por primera vez? —preguntó Rose sujetando su cabeza; dolía mucho.
Chris, quien se acercaba por detrás, se detuvo al escuchar sus palabras.
—Luego de esa noche crecí para cuidarte y te busqué. Pero al hablarte no me reconociste —murmuró Chris con sus ojos llenos de lágrimas—. Cada vez que intentas recordar, tienes ataques y podrías morir. Eso dijeron los doctores.
—¿La recuerdas? —preguntó ella sentándose con dificultad al lado del árbol.
—No podría olvidarla aunque quisiera. La veo todos los días en ti —susurró con una sonrisa agridulce.
—Ahora entiendo todo. Porque siempre tuve esta extraña sensación de familiaridad contigo —balbuceó Rose llena de angustia—. ¿Al menos era una buena hermana? —preguntó soltando su llanto.
—Eres la mejor hermana que pude tener —murmuró Chris conteniéndola.
Luego de un rato volvió al cuarto de su mamá. Siguió admirando sus cosas cuando su abuela volvió.
—Tu padre estaba loco por ella. Tanto que estuvo cortejándola por cincuenta años solo para que ella volteara a verlo —exclamó con una risa alegre.
—¿Cincuenta años? —preguntó Rose desconcertada.
—Sí, el regente Kaeth’Ruum era tan obstinado como ella. Todos los días le traía un obsequio —murmuró abriendo un baúl enorme y mostrándole cientos de esculturas talladas a mano.
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Editado: 10.11.2025