Tras la sombra de los Klat'ka 4: Prueba de fuego

El oráculo

Se sentía como estar en las nubes. Jamás había tenido esa sensación y si la tuvo, no la recordaba. Al salir del templo de Isis, Rose parecía renovada, irradiando otra energía.

Volvió a reunirse con los maestros, los cuales junto a Chris la esperaban en el templo y frente a ellos tenían 3 objetos extraños sobre una mesa. Era extraño, no parecían ser físicos, se veían más bien como hologramas.

—Ahora que tu energía está purificada, deberás elegir una de las espadas frente a ti —murmuró Juan viéndola a los ojos.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Rose incrédula.

—Porque es a lo que viniste. Tu alma te trajo aquí porque hay tres caminos esperándote y es hora de que decidas —exclamó ante el silencio de los demás maestros, quienes rodeaban la escena en un círculo perfecto.

Apenas iluminados por pequeñas rocas brillantes en las paredes y la luz de la luna que se filtraba por el techo abierto del lugar, Rose estaba en shock.

—¿Por qué siento que hay una trampa? ¿Cómo sabré que elegí la correcta? —preguntó ella desconfiada.

—Eso es lo genial de esta prueba. No hay elección correcta o incorrecta, solo caminos a seguir —dijo con un tono serio.

Rose se quedó en silencio viéndolas una por una. La primera parecía estar forjada de un material negro, muy parecido al material al que Horus muta para protegerse de los ataques. Si Rose la veía bajo cierta perspectiva, parecía brillar como un trueno en un cielo negro.

La segunda era muy parecida a Aurea pero más rústica. Su hoja limitaba una llama y su color dorado rojizo a juego le daba un toque único. En su empuñadura tenía cuatro piedras extrañas que Rose no reconocía. Cada una con un color diferente: rojo, blanco, verde y azul. Era hermosa.

La tercera era hermosa, parecía translúcida, igual al libro de los maestros. Aun así, Rose sabía que era física. No sabía cómo estaba hecha, pero le daba esa sensación de la ligereza del aire.

—Dime las reglas, supongo que solo puedo tocar a la que elija, ¿no? —preguntó Rose con molestia.

—Así es. Pero puedes pasar tu mano sobre ellas y sentir su energía —exclamó Juan con una sonrisa.

Por la mente de Rose pasaron miles de pensamientos en un segundo; aun así, no extendía su mano, por lo que Liraeth se hizo presente.

—No debes temer, pequeña luz —susurró dulcemente.

Los maestros, si bien no podían ver a Liraeth sí podían sentirlo, por lo que se relajaron al saber que seres ascendidos estaban con ellos en la iniciación.

—¿Es que no sé qué debo sentir? —murmuró Rose preocupada.

—Te debes de sentir a ti en ellas —susurró Liraeth con una sonrisa.

Rose temerosa, asintió y posó su mano sobre la primera espada. Se sentía a ella, poderosa, como una tempestad que no podía detenerse. Sonrió apenas entendiendo por qué sentía ver un trueno brillar. Pero en el momento que lo hizo, la María de la otra dimensión llegó como rayo a su mente y su sonrisa se esfumó.

Corrió su mano a la segunda espada y no sintió nada. Era como una hoja en blanco, lo cual la descolocó. Quito su mano volviendo a posarla y era igual. Hasta que a su mente llegó un chillido y el ave dorada que vio en la isla de hielo vino a su mente. Quedó desconcertada. Esa espada no se sentía a ella.

Continuó a la última espada y se sentía hermoso. Era el éxtasis, la plenitud y felicidad hecha realidad. Era ligera, pura y hermosa, así como se sentía viviendo en su vivero antes de que todo se precipitara. El camino que siempre ansió tener, lleno de paz.

Se quedó callada mientras lágrimas caían por su rostro. Ya no recordaba cómo se sentía la verdadera paz. Miró a Chris frente a ella y tomó la espada del medio sin pensar. Al levantarla, tanto su mano junto con toda la habitación comenzó a brillar de un dorado intenso, mientras que en la materia una enorme espada —casi del tamaño de Rose— se manifestaba físicamente.

El tiempo se detuvo para ella; sintió el aire y su misma respiración haciéndose más lenta y pesada. Cuando delante de ella se manifestó un enorme árbol con frutas enormes color oro colgando de sus ramas. Era extraño sentir que era ella y a la vez no. Por lo que, aterrada, soltó la espada dejándola caer al suelo y saliendo del lugar rápidamente.

Al hacerlo, la espada quedó inerte en el suelo mientras todo volvía a sumirse en una tenue luz.

Corrió a la montaña alejándose cuanto más pudiera de la ciudad cuando de la nada volvió a escuchar el chillido. Se detuvo mirando al cielo; intentaba ver de dónde veía para poder predecir el peligro cuando el ave aterrizó casi sobre ella de forma violenta.

Se acercó mirándola fijamente con unos ojos negros mientras castañeaba su pico de forma insistente. Los Charrúas en la ciudad corrieron a auxiliarla, pero al acercarse, Rose los detuvo. No sentía que el ave quisiera ser agresivo con ella, por lo que se aproximó con temor, pero segura de que estaba en lo correcto.

El ave parecía olerla y cuando ella posó su mano sobre su pico, se calmó. Se frotó en ella para luego extender sus alas y volar lejos. Todos quedaron petrificados, incluyendo a Rose.

—Ese cóndor volvió. No lo veía desde que mi hermana partió con Kaeth’Ruum —murmuró Patricio desconcertado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.