Pasaron semanas desde la última misión y por primera vez en años todo parecía haber cesado: ni misiones, ni monstruos, ni niebla. Era como si, de manera mágica, lo anómalo se hubiera desvanecido, dejando en su lugar una paz que, sin embargo, presagiaba la inminente llegada de tormentas.
En medio de aquella calma, Rose descubrió un descanso inquietante. Obligada a respirar profundamente, trataba de encontrar una paz qué aunque extraña para ella, intentaba asimilar, pese a que jamás había conocido tal serenidad.
Fue en una de esas tardes en que el ocio imperaba que recordó el libro que Chris le había prestado. Volvió a leer el nombre “Codex Aeternum”. Rose pasó sus dedos sobre la superficie agrietada de la tapa; el cuero oscuro estaba frío, aunque una inusual calidez recorrió su piel, como si el libro la hubiera reconocido. Al abrirlo, una punzada de inquietud le atravesó el pecho.
El aroma a incienso antiguo y tierra húmeda despertaba en ella una sensación de déjà vu. Inexplicable, algo en lo más profundo le susurró que ya había estado en ese lugar, como un eco lejano, una memoria extraña pero inconfundiblemente propia.
Cada símbolo y palabra en esas páginas desgastadas evocaba una mezcla de nostalgia y desasosiego en su interior. Como si hubiese transitado esas líneas en otra vida o en un sueño olvidado.
Sin pronunciar palabra ni hacer gesto alguno, permitió que aquella certeza silenciosa se instalara en su alma, palpitando con cada frase que sus ojos descubrieran.
"A ti, buscador del equilibrio…"
Esa frase le resultó tan familiar que hizo que el vello de sus brazos se erizara. Aunque no recordaba haberla visto antes, una parte de su alma juró que sí.
Con el corazón palpitante, continuó la lectura:
"Has sido guiado hasta estas páginas… Debes saber que el conocimiento aquí contenido no es posesión, sino reflejo. Cada palabra oculta un umbral, y cada umbral, una verdad destinada únicamente para quien se atreva a cruzarlo.
El Codex Aeternum no pertenece a este tiempo ni a este mundo; fue escrito en la lengua de la vibración primera, en la era en que luz y sombra eran una sola. En sus dominios reposaban los secretos de la Tríada: cuerpo, mente y espíritu, fuerzas opuestas y hermanadas, el latido de todos los mundos.
Pero advierte: aquello que no hayas purificado en tu interior se volverá en tu contra. El equilibrio no se impone; se conquista en el abismo interior.
Solo quien aprenda a ver con el ojo velado, a escuchar la Voz Dormida y a abrazar su propia sombra sin temor será digno de portar ese conocimiento eterno.”
Esas palabras resonaron en su ser, haciéndola estremecer. Sin dejarse dominar por la inquietud, continuó. Al pasar la página, encontró lo siguiente:
Capítulo I: El Cuerpo, Primer Templo del Alma
El cuerpo es el hogar que se te ha concedido para transitar esta existencia. Es más que carne, hueso y músculo; es un contenedor de energía y un canal para la conciencia. A través de él recibes, generas y liberas energía.
Esas palabras la hicieron reflexionar: ¿cuánto estaba cuidando su cuerpo? ¿Lo respetaba? ¿Lo honraba? Podría recordar aquellas situaciones en el campo de batalla en las que no le importaba sufrir heridas.
Luego, en un apartado escrito con una caligrafía distinta –hermosa, por cierto–, una breve frase resaltaba:
"Si tu cuerpo está débil, la energía se estanca.
Si está intoxicado, la energía se distorsiona.
Si está equilibrado, la energía fluye."
En ese instante, una idea la sacó de su trance:
—¿Y si lo que dijo Ashley era cierto?
¿Y si toda esta calma fuese premeditada?
¿Y si alguien más estaba moviendo los hilos? No solo de las criaturas, sino también de la niebla.
¿Por qué esa niebla siempre acompañaba cada campo de batalla en los últimos tiempos? ¿Acaso era su presencia la que imprimía a todos esa extraña sensación de incomodidad y desorientación?
Se acercó a la puerta y solicitó hablar con Chris. A través del comunicador, el guardia que la custodiaba, pidió la orden correspondiente, y Chris pronto se presentó en su dormitorio.
—Rose, hace días que no te veo. Has estado encerrada aquí, y…
—Como si tuviera opción de salir, replicó Rose con tono irónico, dirigiendo la mirada a los guardias.
—¿Te gustó el libro que te presté? ¿Quieres debatir sobre su contenido?
—No, Chris, quiero hablar de otra cosa, respondió Rose. Eludiendo el tema.
Dejó el libro que aún seguía en sus manos sobre la mesita de luz. Sabía que lo que estaba a punto de decir sonaría descabellado, pero prosiguió:
—¿No te parece extraño que en semanas no ocurra nada? Sin anomalías, sin misiones, sin emergencias… nada.
Chris, algo confundido, replicó:
—En 20 años nunca habíamos experimentado tantos días de descanso, pero…
—El otro día, Ashley me hizo pensar algo...
—Ashley es una niña… —interrumpió Chris, irritado.
—Sé que tú también has sentido lo mismo que yo… esa niebla… en estos 20 años, jamás me había hecho sentir así. Todos vimos la señal de Leo en el radar: había algo más con nosotros en aquella aldea, algo adicional. Cuando descendimos de la aeronave en el laboratorio ---. Se detuvo mirándolo fijamente y prosiguió —No debe ser casualidad que siempre se disipe, como si tuviera voluntad propia o… —Rose se detuvo. Un escalofrío recorrió su espalda —¿y si alguien la controla?
Por un instante, Chris se quedó helado. Tal vez Mikhail lo había visto —o al menos sentido— en los laboratorios. En la aldea, todos lo percibieron. Rose interrumpió de nuevo:
—Debemos prepararnos, aunque no sé cómo combatir algo de lo que no tengo conocimiento. Solo quería comentarte lo que pienso. Gracias por tu libro. Ahora vete, necesito pensar.
Chris se retiró, desconcertado y con mucho en qué meditar. Mientras al otro lado de la cámara, Incógnito escuchaba todo.
—Interesante —murmuró, girando su silla.
Chris volviendo a su habitación, cerró la puerta con cuidado y se dejó caer en el sillón. Durante años, había intentado enterrar ciertos recuerdos, documentos olvidados entre libros polvorientos y relatos de viejos soldados.
Su mirada se posó en una estantería desvencijada junto a la ventana, donde una tapa de cuero oscuro asomaba entre un cúmulo de papeles desordenados. La reconoció al instante: un libro que no debía estar allí. Lo tomó con manos temblorosas y, al abrirlo, una palabra casi borrada le cortó la respiración: "Thek'ar"
Un escalofrío recorrió su espalda; aquella revelación fue suficiente para que esa noche decidiera no continuar.
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Editado: 29.05.2025