Tras la sombra de los Klat’ka

Destino O Casualidad

Horas antes, cuando la aeronave cruzó el cielo gris sobre la anomalía. Una vibración sutil recorrió las ruinas bajo tierra. No fue visible. No fue audible. Pero los antiguos símbolos olvidados reaccionaron.

El medallón que Rose llevaba al cuello palpitó apenas un instante, como si respondiera a una llamada muda. Y en las profundidades, algo abrió un ojo.

Ni la Organización, ni ARCOS detectó esa alteración.

El cilindro base en la vieja ciudad, liberó una fluctuación de energía en sincronía exacta con la trayectoria de la aeronave. Como si dos piezas, separadas por años y distancias, se reconocieran al fin.

La anomalía se activó.

Horas después, el sol comenzó a elevarse. Marcando el inicio de un nuevo dia. Rose y Chris apenas habían descansado. Ambos repetían en sus mentes los sucesos del día anterior.

Se alistaron y en minutos estaban viajando rumbo a la anomalía, sintiendo que ese día algo cambiaría para siempre.

El cielo estaba plomizo cuando Alpha descendió en las afueras del perímetro acordonado. El aire tenía esa densidad que anuncia tormenta, pero en esta ocasión, era otra cosa. Más pesada. Más antigua.

Rose lo supo en cuanto pisó el suelo. Una presión invisible le oprimió el pecho, haciéndole contener el aliento.

Chris también lo percibió. Lo notó en el temblor casi imperceptible de su cola, que mantenía oculta, retraída al igual que Rose bajo su piel.

El lugar parecía un cementerio de ruinas y estructuras consumidas por la vegetación y la piedra. Sin embargo, todo permanecía extrañamente intacto, como si el tiempo aquí se hubiera detenido.

Mientras avanzaban, Alpha sentía que las sombras se cerraban a su alrededor. Que las paredes de roca de las montañas y árboles torcidos observaban. Los caminos, por más que cambiaran de dirección, siempre los llevaban a un mismo punto: la entrada a una cueva oscura y silenciosa.

Intentaron rodearla. Marcaron árboles, dejaron rastros. Pero no importaba. Cada vez que volvían a mirar, estaban otra vez frente a ella.

El equipo Alpha intercambió miradas tensas. Nadie lo dijo, pero todos sabían que por ahí era el camino. Que no había salida.

Y cuando cruzaron la entrada, la luz se volvió distinta. Los espacios parecían cambiar de forma sutilmente. Un pasillo que antes existía, ahora era una pared. Un recodo se transformaba en una caída al vacío.

Rose avanzaba al frente, Chris cubría la retaguardia, como siempre. Pero la presión sobre sus sentidos aumentaba.

Y entonces Rose lo sintió.

Un presentimiento, un tirón en el pecho. Como si algo detrás de ella —o más bien, alguien— estuviera en peligro.

Sin pensarlo, rompió la formación, giró y corrió hacia atrás. Justo a tiempo.

El techo se resquebrajó, la piedra cambió y los separó del resto del equipo. Alpha intentó abrirse camino desde el otro lado, pero era inútil. No había paso. Rose y Chris estaban solos.
Y la cueva, viva. Los guiaba hacia algo.
Hacia ellos.

—Echo Perdimos a Rose y a Chris. Dijo Dante saliendo de la cueva, junto al resto de Alpha.

Al fin los liberaba, como si hubiera conseguido lo que buscaba. La sala de operaciones de la Organización quedó en silencio.

—¿Cómo qué perdieron a Rose y a Chris? Dijo Maskedman desde el comunicador

—Recorrimos el lugar durante horas, pero siempre nos llevaba a la misma cueva y al entrar, cosas sucedieron. Ahora es como si ésta se los hubiera tragado.

—Procederemos a la extracción, no los expondremos al peligro.

Alpha volvió a la base, con más preguntas qué respuestas. Pero con la certeza de que volverían a por ellos.

En la cueva, las cosas no eran sencillas y tanto Rose como Chris debían hacerles frente. Ésta parecía jugar con ellos, como si los escaneara buscando. Pero ¿buscando que?

En un momento dado Rose se vió sola en ese lugar y frente a ella había una figura. Desprendia una energía densa. Mismo rostro, mismo cabello, mismas cicatrices. Pero había algo distinto en sus ojos: vacíos, crueles… sin esa chispa que Rose aún conservaba.

—Vaya… mírate. Todavía sujetándote a esa ridícula idea de proteger a otros —escupió la copia, sonriendo con desdén—. ¿Para qué? Nadie te protege a ti.

Rose apretó los puños. No dijo nada.

—¿Recuerdas lo que te hicieron? ¿Cuántas veces te abandonaron? John, Claire, Alex, Chris y esa gente a la que llamas aliados… Eres un arma, Rose. Y un arma que no se usa, se oxida.

La verdadera Rose tembló. No de miedo, sino de rabia.
—No soy un arma —susurró.

La copia rió, acercándose.
—Lo eres. Mira tus manos, mira tu cola. Fuiste creada para destruir, para someter, no para sentir. Esa debilidad tuya… esa manía de cuidar a los demás… te va a matar.

Silencio.

Rose bajó la mirada, acarició su medallón y dejó escapar un suspiro.
—Tal vez sí. Tal vez me maten. Pero prefiero eso, antes que convertirme en algo como tú. Prefiero sentir… aunque duela. Prefiero proteger, aunque a veces falle. Porque… si dejo de hacerlo, ya no sería yo.

La copia se quedó quieta. Los ojos antes oscuros parpadearon, y su expresión cambió apenas.
—¿De verdad crees que puedes cargar con todo eso? —preguntó, más bajo, casi como una advertencia.

Rose levantó la mirada, firme.
—No. Pero lo haré igual.

El reflejo sonrió, una sonrisa rota, triste… y se desvaneció en el aire.
La sala quedó en silencio, otra vez.
Y una de las puertas se abrió.

En paralelo Chris también tenía su propia batalla. El espacio era oscuro, denso. Como un recuerdo viejo que se niega a morir. Chris avanzó despacio. Cada paso hacía crujir un suelo que no veía, pero sentía bajo sus botas.

—Sabía que volverías aquí —dijo una voz pequeña.

Se detuvo. Frente a él estaba un niño, de cabello revuelto y ojos idénticos a los suyos. Sucio, cubierto de sangre seca y barro. Apretaba contra su pecho un peluche deshecho. El mismo que había perdido la noche de la masacre.




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