Tras la sombra de los Klat’ka

Regresando al comienzo

La noche había caído sobre Nivaria, pero la ciudad seguía brillando bajo la suave luz del tótem central. La energía recorría las calles como un río invisible, alimentando la vida y la calma de la ciudad. Rose y Chris caminaban en silencio. Cada uno sumido en sus pensamientos, mientras exploraban el área. Aunque la paz del lugar era innegable y su experiencia amena con los locales durante la tarde, ninguno de los dos podía dejar de sentir que algo no encajaba.

Al llegar a un área abierta. Un mural que representaba figuras humanoides con colas similares a las suyas, captó su atención. Las figuras en éste eran iluminadas por la luz del tótem, lo que hacía que todo brillara en un resplandor suave, pero deslumbrante.

Chris fue el primero en detenerse frente a él. No podía apartar la vista de las figuras: aquellas colas, sus formas, la forma en que estaban dibujados. Parecía que se movían. No sólo como una extensión del cuerpo, sino casi, cómo una entidad independiente. Recordó las imágenes fugaces de su infancia, cuando en el laboratorio veía a su padre. Su cola siempre al servicio de ellos. Jamás se reveló, hasta esa noche. Nunca fue amable con él, parecía a veces tenerle desprecio. Desde que salió de ese lugar, jamás volvió a mostrar su cola a nadie. No quería que lo relacionen con él. Pero lo que en realidad no quería, era aceptar que se parecía más a él de lo que quisiera aceptar.

Chris sintió una incomodidad en el pecho. Fue entonces, cuando se dió cuenta de que había algo más en ese mural que simplemente una representación artística. Lo perturbaba la sensación de reconocimiento. Aquellas figuras no eran solo figuras antiguas. Eran como él y Rose. Como su padre, o al menos eso quería creer. Y aunque no recordaba los detalles completos de su pasado. Lo que sí sabía, era que no quería ser como él. No, no quería ser parte de esa herencia.

Rose sin embargo, se acercó al mural con una mirada mucho más curiosa. Las figuras del mural tenían una cola y una púa como la suya. Mientras observaba, comenzó a experimentar una extraña sensación de pertenencia. ¿Cómo podía ser que algo tan extraño y único, fuera tan natural para ella?

Rose posó su mirada en Chris, notando que él no parecía del todo tranquilo.

—¿Chris? —preguntó, con su voz suave pero curiosa. — ¿Te pasa algo?

Él desvió la mirada, esquivando sus ojos.

—Nada. —respondió, con un tono bajo y algo distante.

Rose no entendió completamente, pero no insistió. Sabía que Chris estaba lidiando con algo más profundo. Y no estaba segura de si debía preguntar más.
Sin embargo, ambos se sintieron igual de extraños ante la conexión que esa imagen despertaba en ellos.

Finalmente, el maestro de la ciudad, que había estado observándolos desde la distancia, se acercó. Con un aire tranquilo, pero sabio, les explicó:

—Éste mural representa a aquellos que hace mucho tiempo, tuvieron un vínculo con las estrellas. Los Klat’ka, seres del cosmos. Eran guardianes de una sabiduría antigua. Muchos de los nuestros los vieron como seres poderosos y sabios. Y a pesar de que ya no están con nosotros, su legado sigue vivo en éste lugar.

Chris, con una expresión tensa, preguntó:
—¿Y esas colas?

El maestro asintió, comprendiendo que la pregunta era más profunda de lo que parecía.

—Los Klat’ka que hicieron éste mural, representaron de forma visual a una antigua versión suya. Aquí abajo están representados ellos en la forma en la cual nos visitaron. Se dice que los antiguos Klat’ka eran fuertes guerreros con púas venenosas. Pero que al evolucionar ya no la necesitaban.

Rose se quedó en silencio, sorprendida, mientras Chris sentía que su pecho se tensaba aún más. Era como si toda la historia que había intentado enterrar en su mente estuviera reviviendo.

—¿Pero por qué yo soy igual a ellos?, preguntó Rose, aún confundida.

El maestro, con una mirada profunda, respondió:
—Suponemos que son sus descendientes. Tenemos tantas preguntas como ustedes.

El silencio cayó entre ellos, al tiempo que Chris y Rose procesaban lo que acababan de escuchar. El mural ya no solo era una imagen del pasado.
Ahora, se sentía personal.

El maestro los observó un instante en silencio, como si leyera sus pensamientos.

—La noche aún guarda respuestas —murmuró, su voz tan serena como la luz del tótem—. Vengan, hay más que deben saber antes de que el alba los reclame.

Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y comenzó a caminar por un sendero iluminado por tenues cristales incrustados en el suelo. Rose y Chris se miraron un instante, sin necesidad de palabras, lo siguieron.

El sendero los condujo hacia una zona más elevada de Nivaria. Desde allí, la ciudad se desplegaba como un mapa vivo: calles que parecían fluir como ríos de luz, viviendas orgánicas construidas en torno a formaciones minerales que respiraban al ritmo del tótem central. Junto con jardines suspendidos que se mecían suavemente bajo la brisa nocturna.

—Nivaria es un refugio antiguo —explicó el maestro mientras caminaban—. Fundada antes de que todo rastro de civilización se extinguiera. Cuando los hombres aún podían mirar al cielo sin miedo. Cuando la destrucción cayó sobre el mundo, fuimos protegidos. Por los Klat'ka y…—se detuvo —esta ciudad es el resultado del conocimiento traído de las estrellas por los Klat'ka.

Chris frunció el ceño.
—¿Todo rastro de civilización se extinguiera? Hay gente viva ahí afuera.
¿Desde hace cuanto no tienen visitas de forasteros qué no sean klat'ka?

—Nuestra ciudad estuvo siempre apartada, casi inaccesible. Llevamos más de un milenio sin ver humanos.

—Porque aquí está todo tan…¿Ordenado? Preguntó Rose confundida. Observando la ciudad.

—Porque aquí, todo funciona bajo una red de conciencia compartida. Cada habitante contribuye con una fracción de su energía vital al tótem central —dijo, señalando el pilar de luz que se alzaba en medio de la ciudad—. A cambio, éste mantiene la armonía, cura las heridas, conserva los alimentos, … y mantiene vivo el legado.




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