El alba se elevaba por encima de las montañas y tanto Rose como Chis sabían que significaba.
Había llegado la hora.
El anciano del día anterior se apersonó hacia su pequeño refugio. En donde ambos habían pasado la noche.
—Buenos días. Acompáñenme debemos presentarles a alguien. Les dijo de forma muy amable. Prosiguiendo a caminar por las calles de la ciudad, hasta uno de los templos.
Éste parecía mucho más antiguo que los demás, más humilde. Pero aún así, se veía bien cuidado y conservado. Rose y Chris ingresaron nerviosos, aún desconfiaban, y su temor de lo que podía pasar se esfumó cuando lo vieron.
En una cama cómoda acostado, había un anciano. Muy animado les habló con una voz áspera y cansada.
—Cuando me lo contaron, no podía creerlo. Mi nombre es José—. Dejando a Chris y a Rose perplejos. Para luego proseguir con voz cansada.
—Pensaba que trascendería sin volver a verlos nuevamente.
La cola de Rose la cual antes de entrar, tal vez por precaución, tal vez por desconfianza, se había hecho presente. Cuidando y cerciorado que nadie se acercara a Rose y Chris más de la cuenta. Estaba muy interesada en el anciano. así que comenzó a mover su cascabel. Haciendo que éste abriera los ojos con sorpresa.
—Que maravilla—. Exclamó éste con algo de ánimo —Yo estuve en ese primer contacto con los Klat’ka ese día.
—Pero nos dijeron ayer que fue antes de la Gran Guerra. Comentó Rose de forma irónica.
—Así es.
—¿Qué edad tienes anciano? Le preguntó Chris con tono escéptico.
—Dejé de contarlos después de mil años. Susurró éste de forma chistosa.
Éste comentario dejo a Chris y a Rose perplejos.
—¿Cómo es esto posible? le preguntó Rose.
—Las enseñanzas que nos dejaron los Klat’ka va más allá de simples técnicas de meditación. Nos dejaron su legado. Pero comenzaremos por el principio.
Nivaria siempre fue una ciudad apartada del mundo. Llegamos aquí tratando de buscar refugio luego de las catástrofes naturales, cientos de años antes de la Gran Guerra. Este lugar tenía una protección natural, casi divina. Y prosperámos durante cientos de años. Hasta que una noche, luego de observar la caída de un meteorito que surcó el cielo, llegaron por primera vez.
Los primeros tres Klat’ka.
Bajaron de una nave hecha con sus propios pensamientos. Eran los reyes regentes. Aunque a ellos no les gustaba que los llamáramos así.
—¿Por qué? Preguntó Rose
—No lo dijeron—deteniendose mientras trataba de recordar—yo era un pequeño de unos 10 años. Con ellos también llegó un joven rebelde. Su hijo.
Aún recuerdo su nombre Kaeth.
Chris se paralizó, sabía quién era.
Su mente comenzó a recordar. Su padre, el trato y todo el dolor.
Apretando sus dientes se resistió a hacerlo.
—¿Quienes eran los otros dos? preguntó Rose tocandose la cabeza.
Acción que preocupó a Chris. No quería ataques si intentaba recordar. Así que dividió su atención entre escuchar y vigilar a su hermana.
—Vael era el padre, era un líder protector y su compañera Siranel una increíble sanadora.
—¿Por qué vinieron aquí? , ¿por qué se fueron?, ¿Porque yo me parezco a ellos?. Nada tiene sentido.
El anciano sonrió plácidamente. Y continuó.
—Vinieron a compartir su conocimiento porque estaban pereciendo en su planeta. Ellos nos contaron que en algún punto fueron como nosotros. Lograron el manejo y control de las energías tanto masculinas como femeninas. Y con ella, una maestría.
Durante un tiempo todo estuvo bien, pero se corrompieron. Una Guerra sucedió, volviendo a muchos de ellos ambiciosos. Querían más descendencia. Por lo que buscaron de forma artificial perpetuar la vida. Pero cuando juegas con fuerzas que no puedes controlar, siempre hay consecuencias. Ellos lo lograron, pero a cambio, perdieron la capacidad de reproducirse.
Ellos crecieron, pero su chakra sacro quedó en una niñez eterna.
Sin capacidad para reproducirse y las bajas en la guerra, su extinción estaba asegurada.
Por lo que asumiendo su destino, trataron de compartir su conocimiento y la lección de su error.
—¿A cambio de qué? Preguntó Chris desconfiado.
—A cambio de cuidar su legado y por medio de su karma, enseñar a otros el camino correcto.
—Pero dijiste que la mujer era madre, ¿cómo puede ser eso posible si no podían reproducirse?
—Ella fue la última hembra klat'ka fértil.
—No fue la última. Rose, tú tienes a Ashley. Comentó Chris, dejando al anciano asombrado.
—Entonces no soy Klat’ka, suspiró Rose con desánimo.
—Pequeña guerrera no sé que eres. Pero sí puedo decirte algo. Te ves igual a ellos, con algunas diferencias, pero puedo verlos en tí. Pero sobre todo en tí—murmuró mirando a Chris, asustandolo para luego proseguir. —Eres igual Kaeth.
Un frío helado corrió la espalda de Chris.
Rápidamente cambió de tema.
—¿Cómo es que viven tantos años?
—Fue una de sus enseñanzas. Luego de la Gran Guerra, crecimos con la leyenda de la piedra filosofal y el elixir de la vida. Creíamos que nos haría vivir por siempre, transformar metales en oro y desafiar a la muerte. Pero los Klat’ka nos mostraron otra visión de ella. Aquella piedra no era un objeto externo… sino una piedra viva, una que todos llevamos dentro. Y el llamado elixir de la vida no era otra cosa que el líquido que esta piedra hace fluir.
—¿Qué piedra? No entendemos. Dijeron al unísono Rose y Chris.
—Nuestro corazón. Se nos hizo creer que los metales preciosos eran lo valioso, cuando en realidad es lo qué llevamos dentro. Si transformamos todos los metales pesados del corazón en amor. El elixir de la vida se activa transformándose en oro líquido.
De un momento a otro el anciano comenzó a respirar de manera forzada y a divagar. Por lo que el hombre mayor del día anterior, quien los había acompañado, se acercó.
—Debe descansar. Ya es suficiente por hoy.
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Editado: 17.06.2025