Tras la sombra de los Klat’ka

Aurea

Rose despertaba en un nuevo día en Nivaria. No había descansado bien el día anterior. Muchas cosas habían sucedido en su vida, todo parecía moverse tan rápidamente. No tuvo tiempo de pensar, cuando Miguel golpeó la puerta, había llegado el momento.

—Sígueme, a los guardianes no les gusta esperar. Murmuró éste, con una sonrisa.

Rose se preparó y salió. Encaminandose ambos hacia la entrada de las cuevas.
Tenía tantas preguntas dándole vueltas en la cabeza, por lo que aprovechó cada segundo a solas con Miguel, recabando información.

—¿Hay algunas cosas que aún no entiendo de los Klat'ka? Preguntó Rose de forma segura

—Pregunta pequeña. Si puedo responderlo, lo haré con gusto. Dijo Miguel, tomando el camino hasta las cuevas.

—Dijiste que los Klat’ka no podían reproducirse. Y también dijiste que si no fuera klat'ka no hubiera podido abrir el libro de la luz. Expresó Rose, mirándolo fijamente.

—Si, así es. El libro fue diseñado para que sus secretos fueran solamente revelados a los Klat'ka. A nadie más.

—Pero yo.. Si puedo tener hijos. Tengo una hija, se llama Ashley. Dijo Rose, mostrándole la foto dentro de su medallón de plata.
Miguel lo observó. Al tocarlo, una seguidilla de sensaciones llegaron a él, tanto buenas como malas.
Su medallón tenía mucha carga energética, muchos recuerdos.

Al mirar las fotos sonrió
—Es hermosa, tiene tus ojos. Comentó con una sonrisa y mucha paz en sus palabras.

—Pero ¿entonces? No entiendo.
Detuvo su marcha.
—Me gustaría poder contestarte eso. Pero no tengo todas las respuestas. Sí puedo decirte algo—le dijo tocando su hombro de forma gentil. —Tienes sangre Klat'ka y muy fuerte.

Continuó caminando

—¿Cómo perdieron eso? Preguntó Rose bajando la mirada.

—Nos dijeron que hubo una guerra. Había otra especie contraria a ellos de carne y metal. Querían controlar todo, sin importarle a quién tuvieran que destruir. Ellos no eran muchos. Ya hacía milenios que no eran guerreros. Por lo que modificaron su genética para hacer niños Klat’ka más fuertes y mejor preparados para la batalla.

—¿Cómo qué se modificaron?

—Sus períodos de reproducción tomaban mucho tiempo. Y necesitaban más guerreros, por lo que procedieron a hacerlo de forma artificial. Además de buscar perpetuar la mejor genética. Pero esos niños comenzaron a nacer estériles o con muchas distorsiones en su templo.

—¿Por medio de máquinas? Preguntó Rose con una mezcla de desconcierto e incredulidad.

—Suponemos que si, ellos no hablaban, no gesticulaban. Solo se comunicaban por medio de telepatía y la interpretación de mis ancestros era de acuerdo a su nivel de conciencia y entendimiento.

Rose bajó la mirada.
Su mente era un torbellino de preguntas que parecía no detenerse nunca. Sentía el peso de cada palabra, de cada revelación, pero había una que no podía dejar ir.

—¿Por qué ahora? —susurró más para sí que para Miguel. Aunque él la escuchó con claridad.

Miguel se detuvo un instante, observando más adelante la enorme puerta de oro que daba a la ciudad de los Drakan. Sonrió con una mezcla de ternura y resignación.
—Porque todo se mueve cuando debe moverse, pequeña. Las respuestas llegan cuando estamos preparados para sostenerlas… y no antes.

Volvió a caminar, dejando a Rose con ese pensamiento flotando en su mente.
Así como afuera de las cuevas, la suave luz del amanecer comenzaba a filtrarse por entre las rocas. En la mente de Rose, poco a poco comenzaba a aclararse su historia.

Golpearon y de inmediato fueron recibidos por uno de ellos.
Quien sonrió y les dió la bienvenida.

—¿Cómo te llamas? Le preguntó Rose sin perder el tiempo

—Mi nombre es Draelys, respondió el Drakan. Era alto, de más de dos metros de altura. Aún parecía bastante joven, más que los otros.

Caminaron un poco hasta llegar a una zona de la cueva más amplia, en donde los Drakan ya hacían un círculo alrededor de una caja dorada, la cual yacía en el suelo.

Rose comenzó a observarlos, eran todos hombres, o eso parecían. Los contó, once en total. Se veían como humanos pero con ligeras diferencias. Su cuerpo parecía tener escamas de oro. Llevaban una túnica modesta como ropa, de diferentes tonos. No parecían tener pelo.

—Bienvenidos—les dijo el drakan más anciano—mi nombre es Kaerion y como líder de la orden de los once, hago entrega del brazalete de luz a… —Se detuvo mirando a Rose

—Me llamo Rose. Murmuró ella nerviosa.

—Los antiguos herreros de la orden de los once le entregan a esta joven klat'ka llamada Rose, el brazalete de luz. Dejando asentado ante todos los presentes. Que custodiaremos su uso y prometemos intervenir si el equilibro de las leyes universales es perturbado.

Diciendo esto Kaerion abrió la caja dorada, dejando ver el brazalete.
Era sencillo, forjado en un oro pálido que parecía absorber la luz en lugar de reflejarla. Solo una inscripción recorría su contorno interno, grabada en un idioma antiguo. Olvidado por casi todos: Valtheris.
Nadie entre los vivos conocía ya su significado completo. Pero los Drakan presentes susurraban que significaba "Ascensión eterna".
Un poder que dormía, hasta encontrar a su verdadero portador.

Luego de esto, se retiraron todos, menos Draelys. Este miraba a Rose con curiosidad.

Miguel por su parte hizo una reverencia a los Drakan y también se retiró.

Solamente quedaron Rose y Draelys.
—Ayer, en las cámaras de luz, alguien caminaba a tu lado… y no era uno de los tuyos.

Rose se tensó , y Draelys prosiguió:
—Vi su forma energética. Hace eones que no percibía uno de los suyos. Un guardián de los Klat'ka. Un ascendido. Dicen que son parte de un gran complejo de memoria colectiva, pero que aún conservan cierta individualidad.

—¿Tú puedes ver al anciano también?

Draelys sonrió con ligera compasión.
—Si ellos han regresado a caminar a tu lado… las mareas están cambiando. Y no todos verán su presencia como una bendición—se detuvo un segundo. Para luego seguir, pero esta vez más serio—dentro de poco, tendrás un gran desafío, que pondrá a prueba todas tus habilidades.




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