Tras la Tormenta

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ADAM

La nieve había empezado a caer a media tarde, con la calma engañosa de algo que recién iniciaba. Para cuando oscureció, ya no era una nevada ligera: era un muro blanco que sepultaba todo a su paso.

Me senté junto a la radio de baterías y escuché al locutor repetir, con tono monótono, que el frente frío se mantendría estacionado al menos otras cuarenta y ocho horas. Fantástico. Otro encierro prolongado con una mujer que apenas conocía, pero que ya había empezado a ocupar demasiado espacio en mi cabeza.

No se lo dije directamente, claro. Pero bastó con que Meredith viera mi cara cuando volví a la sala para que entendiera todo. Su expresión se tensó. Se limitó a asentir y volvió a su cuaderno, donde llevaba horas garabateando cosas. No le pregunté qué. Ella tampoco me preguntó si quería hablar. Agradecí eso.

Fingí leer. Y digo fingí porque no recordé una sola palabra de lo que supuestamente estaba leyendo, pero prefería eso a que Meredith me obligara a ver otra comedia romántica noventera. La verdad era que solo intentaba no mirarla más de la cuenta. Estaba sentada frente a mí en el sofá, con las piernas cruzadas bajo una manta, y ese gesto pensativo —la cabeza ladeada, el bolígrafo en los labios— no ayudaba. Nada en ella ayudaba.

Fue entonces cuando la casa se apagó.

El corte fue abrupto. Un clic seco. Todo se apagó: lámparas, calefacción, electrodomésticos. Incluso el murmullo constante del refrigerador. Meredith dejó escapar un “oh” suave desde el sofá.

—Debe ser la línea principal —murmuré, ya de pie, tanteando en la oscuridad.

En cuestión de minutos, encontré las velas de emergencia y una linterna y las coloqué en el salón. La luz trémula que proyectaban no era mucho, pero al menos no estábamos a oscuras. Tenía algo… acogedor, supongo, si uno era lo suficientemente ingenuo.

Meredith apareció envuelta en la manta, con los pies descalzos y los hombros tensos.

—¿Crees que dure mucho?

—Podría ser toda la noche. Con suerte no se cortará el gas y la chimenea aguantará encendida.

Ella se acurrucó un poco más, y yo me concentré en las chispas que saltaban entre los troncos. Era mejor eso que notar lo rápido que la distancia entre nosotros se estaba desdibujando.

—Esto se está empezando a sentir como una película de encierro —dijo ella, dejando escapar una risita.

—Podría ser peor —contesté—. Podría estar atrapada con alguien insoportable.

Ella me fulminó con la mirada, aunque la sonrisa burlona seguía ahí.

—Oh, gracias.

—No dije que yo lo estuviera. Solo dije que podría ser peor.

Su risa fue baja, genuina. Como si, por un momento, se olvidara del mundo exterior.

—¿Siempre es tan emocionante hospedarse contigo, Paris? Porque si esto es parte de tu estrategia de marketing, estás apuntando a un público muy de nicho.

—Me temo que no soy tan creativo —murmuré, aún sin mirarla.

—Deberías intentarlo. En estos tiempos, lo “experimental” vende.

Solté una risa breve.

—Vamos, quejarse no hará que vuelva la electricidad.

—Lo sé, lo sé. Pero me vas a tener que compensar con historias interesantes. Algo de suspenso, quizás un secreto familiar oscuro. Estás en una cabaña en medio de una tormenta con una casi-desconocida: esto es material de película barata.

—Lo último que necesito es que esta situación se parezca a una película.

Nos sentamos frente al fuego. Afuera, la nieve seguía cayendo sin pausa y dentro, todo se había reducido a luz tenue, silencio y el sonido de la leña crujiendo.

Meredith estiró las piernas, acomodándose mejor.

—Esto es extrañamente relajante. Casi podría olvidarme de que estoy atrapada.

—La cuestión está en el "Casi".

—Bueno, si tuviera un chocolate caliente y mi playlist de jazz, estaría perfecto.

—Lo tendré en cuenta para el próximo encierro involuntario que organice.

Una pausa cómoda se instaló entre nosotros. Las llamas seguían su danza irregular, y el calor hacía lo que podía para combatir el frío que aún se colaba por las ventanas.

—En serio, Adam —dijo de pronto, más seria—. Debe ser raro estar aquí, solo.

Me encogí de hombros.

—La verdad es que es mejor que estar donde se supone que debería estar.

No fue una revelación. Fue una fuga, pero si mis palabras la impactaron de alguna forma, Meredith no lo demostró.




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