Tras la Tormenta

6

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f374634476c55755a7149457942413d3d2d36343630323833382e313834363262373963386635336538313436373939343030343731362e706e67

MEREDITH

El beso me tomó por sorpresa y, al mismo tiempo, no. Había algo inevitable en la forma en que nos habíamos estado mirando desde el día anterior, como si ambos supiéramos que esto iba a pasar y solo estuviéramos esperando la primera excusa. Fue suave, al principio. Medido. Como si él aún no supiera si tenía permiso. Como si yo necesitara ese instante de duda para confirmar que también lo quería.

Y entonces, tan pronto como comenzó, él se apartó.

—Lo siento —murmuró, apenas un susurro, con sus ojos fijos en los míos.

Levanté una ceja. El corazón me latía en la garganta, pero no me moví. Adam parecía tan incómodo que por poco me dio ternura.

—¿En verdad lo sientes o estás teniendo un ataque de culpa?

—Meredith… —Su tono de voz sonaba más ronco de lo normal, lo que provocó una sensación burbujeante en mí bastante contraproducente si lo que él quería era que se me quitaran las ganas de besarlo.

Di un paso para recuperar la distancia que él había puesto entre nosotros. No tenía idea de lo que estaba haciendo, pero si de algo estaba segura era de que no quería fingir que esto no había pasado, que era lo que seguramente terminaría haciendo si le seguía la corriente.

—Adam, fue solo un beso, no un accidente de tráfico. Un beso bastante bueno, si me lo preguntas, y además uno que los dos queríamos, me atrevo a decir.

Me observó un segundo, como si buscara algo y yo volví a acortar la distancia. Por alguna razón sentía saber lo que estaba pensando, así que volví a hablar.

—No estoy confundida. Y creo que tú tampoco.

Tocarlo fue casi inevitable. La tela de su camisa seguía tibia. Y mi voz bajó aún más.

—Mirá, no voy a pretender que esto es una situación normal y entiendo que tengas tus reservas. Pero no somos adolescentes; somos un par de adultos que se sienten atraídos el uno por el otro y que están encerrados aquí hasta que las hadas de la nieve quieran… —dejé escapar aire por la nariz— Lo que quiero decir es que si vas a detenerte, que no sea por mí.

Clavé los ojos en los suyos esperando algo en su expresión que me dijera que mi monólogo había sido una tontería y que había imaginado cada momento en el que nuestras miradas se chocaban o las descargas eléctricas las veces que nuestra piel se había rozado por accidente, esperaba que me confirmara que, el instante frente a la chimenea unos minutos atrás fue una invención mía y no que la gravedad de la habitación casi nos obligaba a acercarnos, pero lo único que encontré los ojos de Adam fue fuego contenido, así que me puse de puntillas y esta vez, fui yo quien unió nuestros labios.

Este segundo beso fue distinto. Más profundo. Más urgente. Como si el primero hubiese sido apenas una chispa y esto, ahora, el incendio. Mis manos encontraron su cuello, su nuca, y él me sujetó de la cintura con fuerza contenida. Nos besábamos como si el mundo afuera se hubiera quedado congelado y solo quedara esto. Él. Yo. El calor de nuestros cuerpos.

Fuimos tropezando hacia el sofá, aún envueltos en esa especie de trance, sin querer soltarnos. Adam cayó entre las mantas y yo a horcajadas sobre él. Mi cuerpo ardía, como si la tormenta que había afuera hubiera decidido colarse dentro, pero hecha de electricidad y deseo. Nada en esto se sentía tibio.

Él deslizó los labios por mi cuello y el escalofrío de placer que me recorrió me hizo soltar un gemido.

—No haces esto a menudo, ¿cierto? —pregunté, conteniendo un jadeo.

Adam me miró. Tenía una sonrisa maliciosa que me volvió loca y él parecía bastante dispuesto a contribuir con eso; deslizó la mano por mis costillas y más arriba… Hasta encontrar mis pechos y ensanchó la sonrisa.

—¿Te refieres a bailar con extrañas? —murmuró antes de volver a besarme el cuello.

Me mordí los labios y mis neuronas tardaron una milésima de segundo más en hilar lo que se suponía que debía responder.

—No…

—Ah.¿ Entonces hablas de besarlas y fantasear con arrancarles toda mi ropa de encima?

La lengua de Adam se deslizó desde mi cuello hasta el lóbulo de mi oreja y esta vez no pude contener el jadeo.

—Ajá…

Sus labios volvieron a los míos, causandome otra descarga eléctrica que solo duró un segundo antes de que él volviera a apartarse y negara con la cabeza. Ah, sí; le había preguntado algo. Ya ni siquiera lo recordaba.

—Definitivamente no. No es mi… estilo.

—Podríamos culpar al clima —murmuré antes de meter mis dedos entre su cabello y guiar su boca hasta la mía.

El beso tardó apenas un par de segundos, antes de que él se apartara y me respondiera:

—O al chocolate — la sonrisa burlona de un momento atrás seguía ahí y yo sentí ganas de saltarme todo esto e ir directo a lo que quería, pero le seguí el juego.

—O al jazz.

Él volvió a rozar sus labios con los míos, esta vez con más lentitud, como si estuviera disfrutando el torturarme.

—O a Sinatra.

Dejé escapar una carcajada, pero apenas tuve tiempo de replicar antes de que la mano que seguía quemándome bajo mi (su) sudadera se tomara más espacio, en cuestión de segundos, la prenda había desaparecido y yo quedé prácticamente desnuda, con mis pechos frente a su rostro.

Entonces fue él quien gimió.

Por un segundo, no dijo nada. Solo me miró. Y ese silencio, esa pausa densa, fue aún más incendiaria que todo lo anterior. La luz de las velas hacía que su rostro fuera aún más hermoso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.