Meredith
Me despertó un sonido metálico, pero suave; como un tintineo de llaves en la cerradura. y durante un segundo, medio adormilada, pensé que se trataba de Adam, pero entonces me moví solo un poco en la cama y recordé que Adam estaba a mi lado. Ni siquiera recordaba cómo habíamos llegado hasta la cama, lo último que recordaba era a nosotros dos sentados en el sofá recitando escenas de Shrek 2 como si fuéramos un par de niños.
Pero de alguna forma nos habíamos movido y ahora alguien estaba intentando entrar a mi casa. Apenas llegó ese pensamiento a mi cerebro embotado, me incorporé de golpe en la cama, con el pulso acelerado y el movimiento hizo que Adam se removiera un poco, pero continuó durmiendo.
Mis sentidos debieron haberse agudizado, porque escuché como la cerradura cedía y la puerta principal se abría en el primer piso. Y entonces mi susto se convirtió en terror cuando escuché la voz cantarina de mi madre:
—¡Mer, linda! ¡Feliz Navidad!
Segundos después, escuché los pasos a través del salón, el repiqueteo familiar de los tacones de mi madre y algo que sonaba como bolsas al frotarse. Quise gritar de frustración. ¿Qué se suponía que hacía mi madre allí? Nuestro esquema navideño era muy claro; ella hacía de comer, yo iba a su casa, compartíamos regalos y luego regresaba a mi apartamento con más tuppers de los que podía consumir en una semana.
¿Por qué había decidido cambiar la rutina justo aquel día?
—Tal vez esté durmiendo todavía.
Si antes había sentido ganas de gritar, ahora quería evaporarme. No era solo mi madre quien acababa de aparecer en mi apartamento sin aviso, sino que mi padre la había acompañado, lo que hacía todo incluso peor.
Me puse roja al instante. Porque estaba en la cama con Adam. En mi cama. En pijama. Con claros indicios de haber pasado la noche juntos, aunque nada había pasado, pero el pasar la noche juntos mostraba un nivel de intimidad que no se compartía con todas las personas. De hecho, me atrevía a decir que pasar la noche con alguien y no tener sexo evidenciaba mucha más intimidad.
Sacudí la cabeza, alejando aquellos pensamientos de mi cabeza y tragué saliva, deseando que la tierra me tragara allí mismo.
Sin estar del todo despierta, me arrastré hasta la barandilla con el corazón en la garganta. Desde allí pude verlos: mi madre con una bandeja con tres vasos humeantes y una lata de galletas de jengibre en equilibrio sobre el brazo, mi padre detrás de ella cargando una bolsa de regalos que parecía más grande que él. Ambos con gorros rojos, sonriendo como si irrumpir en mi casa en la mañana de Navidad fuera la cosa más normal del mundo.
—¡Oh, por el amor de Dios! —alcancé a decir, apoyándome contra la barandilla—. ¿Qué hacen aquí?
Mi madre levantó la mirada, radiante y me dedicó su mejor sonrisa.
—¿Qué te parece? Traemos chocolate y galletas.
—Pero... ¿Cómo entraron?
Aquella era una pregunta estúpida, lo sabía tan bien como sabía que había cometido el error de darle a mi madre una llave para "emergencias" que ella había decidido usar por primera vez justo el día en que había un hombre conmigo en la casa.
Pero mi madre respondió de todos modos.
—Recuerda que tenemos llave —dijo como si fuera la cosa más lógica del mundo.
—¡Mamá! —me llevé las manos a la cara—. Esa llave es solo para emergencias, no para... irrumpir en mi casa a las ocho de la mañana.
Mi padre, muy tranquilo, levantó la caja de galletas como si aquello justificara todo.
—Son las ocho de la mañana en navidad, mi cielo, eso lo cambia todo.
Quise gritar un par de improperios, pero me contuve, solo tenía que bajar, desayunar con ellos unos minutos y no permitir que subieran las escaleras. Eso era todo, podría lograrlo.
O al menos pensé que podría hasta que escuché a Adam removerse en la cama. Sentí como mi sangre cayó desde mi rostro justo un segundo antes de que su voz grave y adormilada, rompiera el aire:
—Meredith, ¿pasa algo?
Él ni siquiera era consciente de lo que estaba pasando, de lo que provocaron sus palabras, pero el silencio que siguió fue mortal. Mi madre entrecerró los ojos, con una ceja arqueada en un ángulo imposible, y yo quise morirme allí mismo.
—Oh... —murmuró, y esa sola sílaba llevaba todo un diccionario de significados que no quería descifrar— ¿Podemos irnos si estás... ocupada?
Me puse roja como un semáforo. Por supuesto que no, si había algo peor que aquello, era pedirles que se fueran, porque entonces les daría a entender que sí estaba... ocupada y nunca más me dejarían en paz.
Abajo, mi padre carraspeó como si quisiera mediar, pero su expresión era un desastre: mezcla de confusión, resignación y esa leve diversión de alguien que estaba disfrutando demasiado de mi incomodidad.
Detrás de mí, escuché a Adam revolverse en las sábanas, seguramente incorporándose. Y yo deseé con todas mis fuerzas que el suelo se abriera y me tragara entera.
Apreté la barandilla con fuerza, como si así pudiera detener el desastre.
—Solo...espérenme en la cocina —insistí, con la cara ardiendo.
—Ajá —mi madre no se movió, pero sí dejó que su mirada me recorriera de arriba a abajo. Con una ceja arqueada y los labios curvados en una sonrisa que no prometía nada bueno—. Conque "emergencias", ¿eh?
—Mamá —Mi voz fue más un ruego que un regaño.