Adam
El silencio se extendió entre nosotros, denso, casi tangible. Meredith permanecía inmóvil, mirándome con una atención que me desarmó más de lo que habría admitido. Y entendí que, si no hablaba ahora, esa pregunta seguiría latiendo entre nosotros mucho después.
Su voz no había tenido un tono acusador, ni siquiera de curiosidad morbosa. Era simplemente la voz de alguien que, después de mucho tiempo, decide que quiere saber la verdad.
Me pasé una mano por la nuca, intentando ganar tiempo, aunque sabía que eso solo prolongaba lo inevitable.
—Es complicado.
—Complicado es que se te queme el pavo —replicó con los brazos cruzados—. Esto claramente es otra cosa.
Su respuesta me arrancó una sonrisa cansada. Meredith tenía esa forma de desmontar cualquier intento de evasiva con una frase breve, directa.
Solté una risa breve.
—Tú madre lo dijo todo, estaba comprometido y luego ya no.
Las palabras cayeron como un golpe seco. Meredith no dijo nada, solo arqueó una ceja, expectante. La luz cálida de la lámpara caía sobre su rostro, haciendo brillar los reflejos cobrizos de su cabello, y por un segundo pensé que el silencio pesaba más que cualquier pregunta.
—Eso ya lo sé —admitió—. Y sé que no terminó bien. Lo que me gustaría escuchar son los detalles… si quieres dármelos.
Su tono era curioso, pero no invasivo. Me di cuenta de que quería entender, no escarbar.
—No hay tanto misterio —respondí al fin—. Salimos por tres años, nos comprometimos al principio del año pasado, y la boda iba a ser en primavera. Teníamos todo listo: la fecha, los invitados, el sitio…
Ella asintió con lentitud, esperando el resto.
—¿Y? —insistió Meredith.
Inspiré hondo. Sentí el aire frío llenar mis pulmones y, con él, el recuerdo de todo aquello que había intentado enterrar.
—Hace un año descubrí que soy estéril.
No hizo falta mirar para saber que la sorpresa se le había instalado en la cara. La respiración de Meredith se detuvo apenas un instante, lo suficiente como para que el silencio se hiciera más espeso.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó en voz baja.
—Chequeo médico. Nada extraordinario. Fue un hallazgo accidental. —Me encogí de hombros, como si el gesto pudiera restarle peso al asunto—. Pensé que no sería un problema. Nunca habíamos hablado en serio de tener hijos. Supuse no era algo central.
—Pero sí lo fue.
Asentí. Mis dedos jugaron con el borde de la taza vacía sobre la mesa, marcando un ritmo lento, casi automático.
—Digamos que su familia tiene los suficientes títulos nobiliarios como para que fuera importante; en su mundo todavía importan cosas como la descendencia, el apellido, la herencia. Todo eso que debería haber quedado en los libros de historia.
Meredith rodó los ojos, y su gesto me alivió más de lo que debería.
—Qué romántico. Nada dice “amor verdadero” cómo planear tu vida en función del ADN.
Sonreí, sin poder evitarlo.
—Eso fue todo, lo dejamos sin drama. Era la solución lógica dado que ella quería hijos y yo no podía dárselos.
Me callé, pensando que con eso bastaba. Pero Meredith no era de las que se conforman con el resumen. Nunca lo había sido.
—Sí. Conozco la situación —Me dedicó una sonrisa torcida—. ¿Qué pasó después? Porque hasta donde vamos, no veo la razón para escándalos o que terminaras escondiéndote en medio de la nada.
—No me escondía, estaba tomándome un tiempo para aclarar mis ideas.
Meredith enarcó una ceja sin hacer ningún intento por disimular que no me creía ni un poco.
—¿De verdad no sabes lo que pasó? Me cuesta creer que no tengas idea con la cantidad de información al respecto que tiene la prensa.
—He sido bastante cuidadosa de no buscar información sobre tí en internet. Quiero que seas tú quien me lo cuente.
Me quedé mirándola un momento. Había algo en su tono que me descolocó: esa mezcla de curiosidad genuina y prudencia. Como si estuviera caminando sobre hielo delgado, intentando no romperlo.
—Supongo que debería agradecerte por eso —respondí, intentando sonar ligero, aunque la garganta me ardía un poco—. No todos pueden resistir la tentación de leer titulares ridículos.
—Sí —se le escapó una risita—. Hay mucha gente como mi madre por ahí.
Suspiré, inclinándome hacia atrás en el sofá.
—Entonces, en respuesta a qué pasó después, mi padre intentó mantenerlo en secreto, como si fuera algo vergonzoso, pero no le dio importancia. Disfrazó sus intenciones diciendo que no era bueno precipitarnos a anunciar el rompimiento, pero en el fondo estaba convencido de que se trataba de una rabieta y de que volveríamos.
Meredith ladeó la cabeza, observándome como si intentara imaginarse la escena.
—Pero no volvieron.
—No. Y hace cuatro meses ella conoció a alguien más; eventualmente se hartó de fingir que aún estábamos juntos. Entonces explotó. La prensa, los rumores, los titulares. Yo quedé como el tipo que perdió a la prometida perfecta. Y, según mi padre, de paso arruiné el apellido Callaghan.
Meredith bajó la vista, las pestañas proyectaban una sombra sobre su rostro. Cuando volvió a mirarme, su expresión era más suave.
—Lo siento.
Sus palabras sonaron tan sinceras que me hicieron sentir incómodo, más que nada, porque ella no tenía nada por lo que sentirlo, pero también por el hecho de que había escuchado muy poco esas palabras en el último mes.
—¿Ni un comentario sarcástico? —pregunté, intentando romper la tensión—. Estoy decepcionado.
—Estuve a punto de decir que casi te conviertes en un principito, pero me contuve por la solemnidad del momento —respondió—. ¿Eso cuenta como avance?