Tras la Tormenta

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Tan pronto vi a Adam alejarse algunos pasos fuera de la pista, sentí como si me hubieran quitado la manta en una madrugada de enero. Mi cuerpo protestó ante la separación y tuve que reprenderme para lograr que mi sonrisa continuara conmigo. No quería ser ese tipo de chica; yo era la divertida que le gusta pasar tiempo con las amigas, no la que sufría PTSD solo por separarse de un hombre.

Miré a Heather frente a mi y le dediqué mi sonrisa más forzada. Mi espalda estaba recta y mi cerebro me gritó la instrucción silenciosa de no mirar atrás como una loca mientras el salón giraba a su propio ritmo de copas, trajes y brillos. Y claramente no logré engañarla.

—Respira —dijo Heather, a mi lado, con un tono de hermana mayor que estaba empezando a valorar—. Te veo en la cara el síndrome de “Primer Día en el Circo de los Callaghan”. Por suerte sé que eso se cura con champán.

No esperó ninguna respuesta antes de arrastrarme fuera de la pista hasta donde estaban los camareros. Tomó una copa de una bandeja que pasaba, me la puso en la mano y levantó la suya con gracia en un brindis silencioso. El cristal chocó e hizo un ting discreto. Yo bebí un sorbo demasiado largo que posiblemente pudiera poner mis nervios en evidencia frente a Heather, pero sí fue así, ella fingió no notarlo.

Aquel salón era grande. Todo lo era: el techo con colgantes dorados, los arreglos florales que parecían tener el presupuesto de un país en desarrollo , los hombres con relojes más brillantes que la bola de Times Square. Y en medio de todo eso estaba yo: intentando no parecer una turista deslumbrada ante un montón de gente que me estaban mirando sin disimulo.

—No te preocupes —siguió Heather, avanzando conmigo hacia una isla de arreglos florales—. Adam sobrevivirá diez minutos sin ti. Posiblemente lo haga mal, pero sobrevivirá. Además, si se queda contigo toda la noche, nos acusarán de no socializar con los patrocinadores. Estoy intentando conservar mi empleo.

—No puedes perder el trabajo en una empresa que te pertenece —me burlé, dando otro trago a mi copa, dispuesta a comprarme calma a costa del alcohol.

—No es mi empresa, es la de mi padre, y solo soy la hija del dueño cuando alguien quiere criticar lo que he alcanzado —dijo, con una media sonrisa—. El resto del tiempo, soy una humilde sirvienta de la reputación familiar.

Yo me reí. Y sentí que mi cuerpo bajaba un milímetro de tensión. Heather podía ser intensa, sí, pero tenía una forma de acomodar el aire a su alrededor que te hacía pensar que todo estaba bajo control aunque el control consistiera en burlarse de todo lo que la rodeaba, ella incluida.

Miré sobre mi hombro cuando sentí un cosquilleo extraño en el cuello y mis ojos chocaron con los de una mujer que se encontraba a pocos pasos de nosotras. Los ojos verdes de la desconocida no se apartaron y yo no pude dejar de mirarla mientras caminaba hacia mí. ¿Por qué caminaba hacia mí? La mujer se movía con una elegancia que me hizo sentir como una polilla; el pelo color chocolate le caía sobre los hombros como si fuera una cascada y el vestido negro que la cubría parecía una segunda piel, sin embargo, la mirada en su rostro mezclaba cinismo con algo que no pude descifrar.

Caminó hasta pararse a mi lado y nos miró a mí y a Heather.

—Así que tú eres la famosa Meredith —dijo, dedicándome por fin algún gesto: una sonrisa ladeada que no me decía nada.

Mi cerebro consideró varias opciones: a) fingir desmayo, b) escapar por debajo de la mesa, c)hacer un chiste para fingir que su mirada fija no me había borrado las ideas. Por supuesto que elegí la c.

—Eso dicen —respondí—. Aunque todavía no he firmado el contrato de fama, por si hay que renegociar cláusulas.

—Liv —habló Heather, con un regaño suave, mirando a la desconocida que ahora sabía cómo llamar—. ¿Puedes no asustarla en los primeros dos minutos?

—Yo no asusto —dijo la mujer, llevándose una mano al pecho—. Impactar es algo distinto.

Se giró hacia mí y me extendió la mano libre.

—Olivia Blake. Aunque todo el mundo me dice Liv. Bueno, todo el mundo excepto Recursos Humanos. Ellos me llaman “la que envía correos a las tres de la mañana”.

—Encantada —dije, sin saber qué más responder.

—Liv es la asistente de Adam —añadió Heather, con una ceja levantada.

—De hecho soy la responsable de que su vida no se derrumbe, pero “asistente” funciona —señaló Liv, permitiendo que su sonrisa ácida creciera solo un centímetro más—. Aunque hoy soy solo una invitada, porque estoy de vacaciones hasta febrero —miró a Heather—. Si me pides que te pase un canapé, te demando.

Pasaron un par de segundos en los que me quedé de pie sin saber qué agregar a ese intercambio, pero entonces ambas estallaron en una carcajada y me di cuenta de que de alguna forma retorcida, esta era la manera en la que parecían bromear.

Liv llevó su copa a los labios, con un gesto perezoso y perfectamente calculado.

—De todas formas —dijo—, me alegra conocerte por fin. Creí honestamente que Adam te había inventado en algún viaje psicodélico. Ya sabes… la mujer misteriosa del bosque de la que volvió hablando como si hubiera encontrado una estrella fugaz.

Yo parpadee.

—Bueno —intervino Heather, limpiándose la comisura del labio con elegancia exagerada—, considerando el nivel de negación de mi hermano, que haya admitido su existencia frente a nosotras ya es equivalente a un poema romántico.




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