NOTA: Este capítulo me costó más de lo que esperaba. Tiene muchos sentimientos atravesados y necesitó tiempo para tomar forma, pero al fin está aquí. Gracias por la paciencia y por seguir acompañándome. Espero de corazón que lo disfruten.
Cuando la velada terminó, sentí algo parecido a un alivio físico. Como si me hubiera quitado una corbata demasiado apretada, solo que la corbata en este caso eran tres horas de sonrisas, fotógrafos estratégicamente ubicados y la certeza incómoda de que Meredith no estaba bien y yo no sabía por qué.
Mientras Heather y yo despedíamos a algunos inversionistas, Meredith estaba unos pasos detrás de mí, hablando con Livy y mis ojos se desviaron hacia ella por milésima vez. Sus gestos eran correctos y su sonrisa estaba en el lugar adecuado, pero había algo desconectado. Como si la luz siguiera encendida, pero la casa estuviera vacía. Sabía cómo era Meredith cuando estaba presente, sus comentarios sarcásticos, sus risas reales. Y eso no era lo que había visto durante la cena.
Nos despedimos de Heather y mi madre en la puerta del salón. Mi padre ya se había ido, como de costumbre, sin hacer demasiado ruido. Mamá besó a Meredith en la mejilla, le recordó lo del almuerzo del día siguiente y me lanzó a mí una mirada que claramente decía: “Llévala a casa, tú tampoco estás engañando a nadie”.
El chofer ya nos esperaba a la salida, y agradecí la discreción del coche cerrado.
En cuanto la puerta del coche se cerró tras nosotros, el ruido exterior quedó amortiguado. El interior se llenó del silencio incómodo de alguien que lleva toda la noche fingiendo que está bien. Meredith miró por la ventana como si la ciudad fuera una película que ya había visto antes; los dedos jugaban con el borde del cinturón de seguridad y el vestido se extendía sobre el asiento como una declaración impecable. Me tomé un segundo para observarla.
—¿Sabes? —dije, apoyando la espalda en el asiento, dispuesto a aligerar el ambiente—. Estoy casi seguro de que mi madre te adoptó oficialmente esta noche.
Meredith dejó escapar una exhalación que casi fue una risa.
—Yo la adopté después de probar esa mermelada, así que estamos a mano —respondió con una media sonrisa, sin apartar del todo la vista de la ventana.
No sabía si estaba demasiado acostumbrado a los comentarios mordaces de Meredith, pero me quedé esperando una broma que no llegó. Esa respuesta tibia no encajaba con la mujer que llevaba semanas burlándose de mí sin parar cada que tenía la oportunidad.
—Le has caído bien —añadí.
—Es… —Meredith buscó la palabra unos segundos— un rayo de luz. No entiendo cómo ha terminado casada con tu padre. Parecen diseñados por departamentos creativos opuestos.
Eso sí sonó más a ella. Solté una breve risa.
—Por eso están divorciados desde hace quince años —dije—. El departamento creativo de “rayo de luz” agotó su interminable paciencia y se deshizo del departamento de “temperamento de mierda”; solo mantienen el contacto por el bien del ambiente laboral. Les encanta fingir que tuvieron una ruptura amable frente a las cámaras.
Meredith giró la cabeza hacia mí, por fin, y me dedicó una sonrisa pequeña, pero auténtica. Duró apenas un par de segundos antes de que se retirara de nuevo detrás de esa capa de dispersión que llevaba toda la noche poniéndose y quitándose como un abrigo.
El resto del camino fue más silencio. Intenté arrastrarla hacia alguna conversación, por trivial que fuera, pero Meredith apenas reaccionó. Asentía, hacía alguna observación breve, y luego volvía a perderse en la ventana, como si buscara una salida de emergencia en el reflejo.
Para cuando llegamos al edificio, yo había pasado de una preocupación tranquila a la incomodidad urgente. El ascensor nos llevó en silencio hasta mi piso. Las luces tenues parecían más frías de lo usual mientras yo abría la puerta del apartamento y la dejaba pasar delante de mí. Meredith se deshizo de los zapatos apenas cruzó el umbral, como si necesitara sentir el suelo de verdad bajo los pies. Dejó la cartera sobre la mesa del recibidor, se soltó un mechón de cabello que había escapado del peinado y respiró hondo, como si apenas ahí pudiera inhalar del todo.
Cerré la puerta y apoyé la mano en el pomo un segundo más. Necesitaba que esto no se alargara hasta mañana. Me quedé quieto un segundo más, respirando hondo, y luego hablé.
—Mer.
Se giró con una sonrisa automática que no me engañó ni por un segundo.
—Estoy bien —dijo antes de que pudiera preguntar—. Solo ha sido una noche larga.
Negué despacio.
—No —respondí—. No ha sido solo una noche larga. Llevas distante desde antes de sentarnos a la mesa. Apenas hablaste durante la cena y ahora estás aquí, actuando como si yo fuera parte del mobiliario. Algo pasó.
Meredith apoyó las manos en el respaldo del sofá, sin sentarse.
—No todo gira alrededor de ti, Adam.
Me obligué a no reaccionar a esas palabras, porque sabía que las había dicho con la intención de sacarme de centro y, si algo tenía claro, era que los dos no podíamos perder el equilibrio al mismo tiempo.
—Lo sé —dije, sin subir la voz—. Pero creo que esto sí.
Ella se giró con una sonrisa descolocada y se llevó el dorso de la mano a los labios.
—Lo siento, yo… no quise decir eso. Solo ha sido un día largo —repitió.