En las frías y lúgubres calles de Whitechapel, el gélido viento nocturno soplaba, llevando consigo el eco de los gritos ahogados de las víctimas de Jack el Destripador. En medio del caos y el terror, la detective Hatice McLaggen avanzaba con determinación, su mente atormentada por la obsesión de capturar al esquivo asesino que acechaba en las sombras.
— ¿Alguna pista nueva, detective? — preguntó su compañero, el sargento Thompson, mientras caminaban por las desiertas calles de la ciudad.
McLaggen sacudió la cabeza con frustración.
— Nada aún, Thompson. Pero no descansaré hasta que atrapemos a ese monstruo.
El mencionado asintió solemnemente, consciente de la determinación inquebrantable de McLaggen. Desde el primer asesinato, el detective se había sumergido en la investigación con fervor, dedicando cada hora de vigilia a desentrañar el enigma de Jack el Destripador.
A medida que avanzaban en su búsqueda, la presión sobre McLaggen aumentaba.Cada crimen cometido por el asesino solo avivaba su determinación de poner fin a su reinado de terror. Sin embargo, en medio de su búsqueda de justicia, algo inesperado comenzó a suceder: McLaggen se encontró fascinada por el ingenio retorcido de Jack.
—¿Has notado algo extraño en los últimos casos? — preguntó la joven, su mente girando con las posibles pistas.
Thompson frunció el ceño, pensativo.
— No mucho, detective. Pero parece que Jack está un paso adelante de nosotros en todo momento.
McLaggen asintió, su mente trabajando en busca de cualquier indicio que pudiera llevarlos más cerca de su objetivo.
Mientras tanto, en las sombras, Jack el Destripador observaba con interés cada movimiento de la valiente detective, disfrutando del juego peligroso que ambos compartían. Con cada crimen cometido, la conexión entre McLaggen y Jack se intensificaba, una atracción magnética que desafiaba toda lógica.
A pesar de su determinación de capturar al asesino, McLaggen se encontró cada vez más intrigada por el enigma que rodeaba a Jack, su mente obsesionada con la posibilidad de descifrar su verdadera identidad.
¿Cómo sería ese hombre? Para empezar, ¿sería realmente un hombre? Varias personas decían creer que a lo mejor era una mujer. ¿Sería eso posible? ¿Cómo se vería? ¿Sería un anciano? ¿Sería un hombre joven? ¿A qué se dedicaría a parte del asesinato? ¿Sería a caso un doctor como mucha gente expeculaba? ¿Sería quizás u miembro de la misma poicía y a lo mejor por eso siempre estaba un paso por delante de ellos?
No lo sabia, no tenía la menor idea sobre eso. Pero quería averiguarlo. No, IBA a averiguarlo. Solo era cuestión de tiempo hasta que pudiera descubrir la verdad.
— Creo que estamos cerca de atraparlo, Thompson — dijo Mackenzie, su voz llena de determinación — Solo necesitamos seguir buscando.
Thompson asintió, compartiendo la confianza de su compañera. Sin embargo, mientras su obsesión por Jack crecía, también lo hacía su angustia al enfrentarse al dilema moral de su creciente atracción hacia un criminal despiadado.
¿En qué momento había sucedido aquello? ¿En qué momento paso de estar obsesionada por desenmascarar y atrapar al asesino, a estar obsesionada por saber quién era, cómo se veía? ¿Cómo pudo suceder aquello? ¿Cómo podía albergar sentimientos por alguien por el que no sabía absolutamente nada? Porque, ¡por Dios! Ni siquiera sabía si Jack era su verdadero nombre.
Ni siquiera sabía si realmente era un hombre como la mayoría pensaba, o una mujer como unos cuantos decían. ¡Ni siquiera sabía si no era un anciano de 80 años!
Pero iba descubrirlo. Pronto lo haría. Solo era cuestión de tiempo hasta que por fin lo consiguiera.
Mientras tanto, Jack el Destripador continuaba con su reinado de terror, dejando tras de sí un rastro de caos y destrucción. A pesar de su fascinación por McLaggen, mantenía su verdadera identidad oculta, disfrutando del juego peligroso que compartía con el detective.
Con el correr de las semanas, McLaggen no tuvo mas remedio que aceptar la realidad. Finalmente se vio obligada a enfrentarse a la verdad incómoda que tanto había negado: estaba enamorada de un asesino.
Y seguía preguntándose, ¿cómo? ¿cómo era posible? ¿Cómo había llegado a ese punto? Durante mucho tiempo había intentado convencerse a sí misma de que lo que realmente estaba sintiendo solo era confusión. Solo una cosa del momento.
Que solo estaba confundiendo la intriga y, en cierto punto, la admiración, no hacia su crueldad, sino hacia su inteligencia, con otra cosa. LLegó a creer que estaba confundiendo todos esos sentimientos con amor.
Pero parecía ser, que realmente lo era. Lo que tanto temía y se negaba a creer era verdad. Se había enamorado de un misterioso asesino que lo que tenía de inteligente lo tenía de cruel.
Atormentada por sus sentimientos encontrados, se debatía entre su deber como detective y los deseos de su corazón. Quería conocerlo. Ya no solo por curiosidad de conocer su identidad, sino por deseos amorosos de su propio y traicionero corazón.
Hasta que finalmente un día lo consiguió. En un giro del destino, McLaggen finalmente descubrió la verdadera identidad de Jack el Destripador, enfrentándose a la difícil decisión de cumplir con su deber o seguir los dictados de su corazón. En medio de la oscuridad y el caos, se dio cuenta de que la línea entre el bien y el mal era más difusa de lo que jamás había imaginado.