Tras mil años

Capítulo 1

Bagdad, año 1000 d.C. — Lugar recóndito.

Tras innumerables muertes, un grupo de monjes logró atrapar al llamado Caos viviente.
Aquel hombre podía arrasar ejércitos enteros, reducir pueblos a cenizas y hacer temblar reinos con solo alzar la voz.
Pero quienes finalmente pudieron con él no fueron soldados ni reyes…
fueron monjes, hombres envueltos en túnicas gastadas, guiados por la fe y el temor.

Pasaron años construyendo algo único: lo llamaron la Cámara Eterna.
Un sarcófago de 2.5 metros de largo por 1.5 de ancho, sellado por dentro con runas místicas y reforzado por fuera con cuatro sellos grabados en metal.
Estaba hecho de piedra negra, hierro y plata fundida, materiales escogidos para resistir no el paso del tiempo, sino el poder del ser que guardarían dentro.

Los sobrevivientes de la ciudad cavaron lo que sería el sepulcro del Caos:
una fosa de 25 metros de profundidad y diez metros de ancho.
Allí, los monjes prepararon el último ritual.

En el año 1010, usando toda la energía espiritual que poseían, lograron entumecerlo.
Mientras sus voces retumbaban en cánticos antiguos, el cuerpo del Caos cayó en un estado de reposo.
Con palabras que solo ellos conocían, el sarcófago se cerró herméticamente.
Sedado, el Caos fue sellado en su prisión eterna.
El plan era que nunca más volviera a despertar.

Lo bajaron con cuidado hasta el fondo del sepulcro, lo cubrieron con tierra y piedra, y el mundo siguió su curso.
Las eras cambiaron.
Ciudades se alzaron y cayeron.
Guerras se libraron, imperios se extinguieron, y la humanidad descubrió el fuego de los cielos.
Llegaron los inventos, la electricidad, la primera guerra… la segunda.
El hombre llegó a la Luna.
Y con ello, a la época contemporánea.

Diciembre de 2009 — Estados Unidos, Centro de Investigación Arqueológica.

Durante años, Donald Readbot había investigado algo extraño en una zona al sur de Bagdad, Irak.
Una formación de tierra que no coincidía con los registros geológicos de la ciudad.
Era como si alguien hubiese alterado el suelo siglos atrás, y luego lo hubiera vuelto a cubrir.

Sus informes lo llevaron hasta el jefe del departamento, un hombre huraño que raramente apoyaba proyectos ajenos.
Pero aquel día, por capricho del destino o simple casualidad, estaba de buen humor.
Le firmó la autorización para una expedición programada para marzo de 2010.

Donald aceptó, aunque frustrado por la espera.
Decidió viajar antes por su cuenta, para estudiar el terreno y definir los puntos de excavación.

Nunca había estado en Bagdad.
Pidió dinero prestado a un viejo amigo de la infancia, empacó lo esencial y partió solo.
Cuando llegó, lo envolvió el bullicio: mercados repletos, el aroma a especias, el calor insoportable que hacía sudar incluso bajo la sombra.
Se hospedó en un hotel barato y consiguió un buggy del desierto para recorrer la zona.

En el terreno marcado notó algo: la tierra era más superficial en un área de unos diez metros cuadrados.
Esa diferencia de densidad le dio esperanza.
Recogió una muestra del suelo para analizarla más tarde.

Durante su estancia en Bagdad, recibió la llamada de su amigo de infancia.
Hablaron largo rato sobre la investigación, sobre su obsesión con esa parte del mapa.
Donald recordó entonces de dónde venía esa fascinación.

Desde niño había sentido una extraña conexión con esa tierra.
A los catorce años, estudiando los mapas antiguos de Mesopotamia, notó un rectángulo anómalo al sur de la ciudad: una mancha más oscura, fuera de lugar.
No podía ir hasta allí; no tenía recursos.
Así que juró que algún día volvería.

Trabajó durante años en una cafetería para costear sus estudios en arqueología.
Se graduó en la Universidad de Chicago y, en 2005, inició su investigación formal sobre Bagdad, formulando una única pregunta que lo perseguía desde niño:

“¿Qué misterio oculta ese rectángulo?”

Extracto del informe de investigación — Abril de 2007
Donald Readbot Jefferson, arqueólogo, Universidad de Chicago, Illinois.

“Durante años he estudiado la zona sur de Bagdad.
He notado una extensión de terreno con una composición distinta, de un tono más oscuro que el resto.
Sospecho que bajo ella se oculta algo.
La he nombrado El Rectángulo Dorado, por el reflejo metálico que el suelo emite bajo ciertas condiciones de luz.”

Donald Readbot J.

21 de diciembre de 2009 — 21:50 p.m.

Donald caminaba rumbo a una pequeña tienda local para comprar provisiones, cuando notó que dos hombres lo observaban fijamente desde la otra acera.
Intentó ignorarlos, pero su instinto lo empujó a buscar refugio.
Entró en un restaurante barato y permaneció allí hasta la medianoche.
Esa misma noche abandonó Bagdad sin avisar a nadie.




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